Con un tufo
prejuicioso, intolerante y clasista, Proal se queja de que las letras de las
canciones de los grupos y solistas actuales no hablan “de la guerra contra el
narcotráfico, del desempleo, de la exclusión, del estado militarizado ni de las
muertas de Juárez” y en cambio prevalezcan “canciones sobre amores y
desamores”. Añade que los grupos de rock “deberían aportar su capacidad de
mover masas” (sic). ¿Para qué? La respuesta no tiene desperdicio: “Para
eliminar este silencio generacional tan cómodo para quienes lucran con el país”
(cualquier semejanza con el discurso de los pejistas no es precisamente una
mera coincidencia).
Esa idea de
que el rock por necesidad tiene que hablar de política y de temas sociales y
siempre desde una perspectiva izquierdista (cualquier cosa que eso signifique a
estas alturas de la historia, cuando tipos tan impresentables como Manuel
Bartlett o José Guadarrama navegan con bandera de gente de gauche) es tan
absurda como falsa.
Aunque el
blues tuvo sus orígenes en los cantos de los esclavos negros del sur
estadounidense y es uno de los géneros que dio vida al rock and roll, eso no
significa que todo el blues haya sido contestatario. De hecho, los blueseros le
cantaban preferentemente al amor y al desamor y no a la lucha de clases.
De igual
modo, los primeros rocanroles eran mucho más sexosos que impugnadores de la
injusticia social (véanse las letras de Chuck Berry o de Lieber & Stoller)
y si por alguna libertad clamaban era por la libertad para divertirse, irse a
reventar con sus chavas y comprarse un carro.
Si el
articulista de Proceso exige a los roqueros nacionales que escriban canciones
militantes, lo mismo tendría que pedir entonces a los jazzistas, los troveros y
en una de esas hasta a los músicos sinfónicos (¿qué tal una Sinfonía
Macuspana?).
Rock y
política se han tocado en algunos momentos, no siempre de manera afortunada
(nada peor que las canciones panfletarias), pero no es obligatorio (y yo diría
que ni siquiera deseable) que ambas actividades caminen de la mano. Esto no
quiere decir que los músicos permanezcan ajenos a su realidad, pero las
simpatías y diferencias corresponden a cada quién. A final de cuentas, una
simple y sencilla canción de amor puede ser más genuinamente revolucionaria que
una que utilice al tema de las muertas de Juárez, sin más intención que hacerse publicidad y aparecer ante la gente como alguien políticamente correcto.
* * * * *
Ya que andamos en los temas políticos y ya que para
cuando ustedes lean esta columna estará muy cerca el segundo debate
presidencial, un leve comentario sobre el primero, el del domingo 6 de mayo
pasado.
A decir
verdad, ese primer debate superó todas las expectativas. No por sus propuestas,
su interés político o su contribución cívica, sino por la cantidad de errores e
incidentes que ocurrieron a lo largo del mismo y que lo convirtieron en uno de
los shows cómicos más divertidos de la presente temporada electoral.
Tan
errático resultó el asunto que la verdadera estrella del debate fue la hoy
famosa edecán de frondosas proporciones y amplio escote, cuya presencia dio pie
a toda clase de bromas aunque también a una que otra posición “indignada”.
Bajo un
esquema como de infomercial de Pronósticos Deportivos, los candidatos no
tuvieron tiempo de exponer sus propuestas y las prisas y el nerviosismo
imperantes hicieron incluso que AMLO sacara una foto “incriminatoria” y la
mostrara ¡de cabeza!, en el momento más chusco de la noche.
Fue un show
sin pies ni cabeza, pero eso sí: muy divertido.
A ver de a
cómo nos toca en el segundo y último antes de las votaciones. Ojalá que vaya la
edecán.
Publicado este mes en mi columna "Bajo presupuesto" de la revista Marvin.
Publicado este mes en mi columna "Bajo presupuesto" de la revista Marvin.
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