En el
Distrito Federal no tengo dudas: mi voto será para Miguel Ángel Mancera como
Jefe de Gobierno. Creo que representa a esa izquierda liberal y moderna que
tanta falta nos hace. De igual manera, en mi delegación (Benito Juárez) votaré
por Leticia Varela, del llamado Movimiento Progresista. Para senadores, mi
sufragio será para Rosi Orozco de Acción Nacional (por su encomiable labor para
la aprobación de la Ley General contra la Trata de Personas). En lo tocante a diputados y
asambleístas, todavía no lo sé: sus nombres nada me dicen en cualquiera de los
cuatro partidos.
En cuanto a
la presidencia de la república, ya tengo también decidido mi voto. No será por
Gabriel Quadri, tampoco por Josefina Vázquez Mota o por Enrique Peña Nieto y
mucho menos por Andrés Manuel López Obrador. Ninguno me convence como para
votar por él. Lo haré, en cambio, por la misma persona por quien lo hice en
2000 y en 2006, alguien que ya no está físicamente en este mundo pero a quien
considero el político más honesto, más congruente y más respetable que he
conocido en mi vida. Tuve el honor de trabajar cerca de él a fines de los años
setenta y principios de los ochenta del siglo pasado, en la construcción del
Partido Mexicano de los Trabajadores (PMT), y jamás olvidaré su simpatía, su
rectitud y su bonhomía, además de su extraordinario sentido del humor.
Sin
dudarlo, mi voto para presidente de México, simbólico y lo que sea, será de
nueva cuenta para el ingeniero Heberto Castillo Martínez. Líderes y políticos
como él es lo que necesita con urgencia este país.
*Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario.
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