Ya vimos
cómo, durante la ceremonia de inauguración de estos juegos, la puesta en escena
que ideó y dirigió el cineasta Danny Boyle tuvo en la música un apoyo tan
fenomenal como emotivo. El recorrido histórico sobre la evolución de la Gran
Bretaña que se vio en el Estadio Olímpico de Londres estuvo acompañado por
diversos géneros musicales, para restallar con el rock de los sesenta, el punk
de los setenta, el disco dance y el tecno de los ochenta o el hip hop del siglo
actual. De ese modo, escuchamos en rápida sucesión a los Rolling Stones, los
Kinks, The Who, David Bowie, Queen, los Sex Pistols, Pink Floyd, Underworld y
el rapero inglés Dizzee Rascal, entre varios otros. En directo estuvieron desde
la Orquesta Sinfónica de Londres (con el genial sketch de Mr. Bean) y Mike
Oldfield, hasta los Arctic Monkeys y Paul McCartney.
Sin
embargo, de algún modo podemos decir que toda esa música fue incidental y que
lo que realmente relaciona a este arte con los Juegos son las fanfarrias y los
himnos olímpicos. En el caso de Londres, el himno se llama “Survival” y estuvo
a cargo del grupo Muse. No creo que haya sido la mejor elección, porque la
canción parece todo menos un himno. Las críticas, por supuesto, no se han hecho
esperar (en lo personal, me parece bastante malita, grandilocuente y
terriblemente cursi).
Nada que
ver, por cierto, con los grandes himnos, como el oficial de los Juegos
Olímpicos, compuesto en 1896 por el griego Spirou Samara, con palabras del
poeta Kostis Palamas, y que fue aprobado por el Comité Olímpico Internacional
en 1958. Pero también varios de los Juegos han tenido su himno en particular.
Para los Olímpicos de Los Angeles 1984, por ejemplo, el tema fue escrito por el
gran John Williams (autor de la música de Star Wars y muchas otras películas),
quien se hizo cargo asimismo de los himnos de los Juegos de Seúl 1988, Atlanta
1996 y los Olímpicos de Invierno de Salt Lake City 2002. El himno de Barcelona
1992 fue creado por otro grande, el griego Mikis Theodorakis, en tanto que el
de Moscú 1980 había sido compuesto ni más ni menos que por Dimitri
Shostakovich.
Un caso más
o menos siniestro es el de los Olímpicos de Berlín 1936, en plena era nazi. Su
“Olympische Hymne” fue encargado a Richard Strauss (“Así hablaba Zaratustra”)
por el gobierno de Adolfo Hitler y en su versión completa duraba en total
¡cuatro horas! Un fragmento del mismo aparece en el célebre documental sobre
esos juegos, filmado por la cineasta favorita del Führer, Leni Riefenstahl.
Para los
mexicanos, no hay Juegos Olímpicos más importantes que los de México 1968 (con
todo y el trágico contexto histórico en que se desarrollaron) y desde un punto
de vista musical, varias generaciones tenemos grabadas en el inconsciente las
famosas “Fanfarrias olímpicas” de Carlos Jiménez Mabarak. Sí, aquellas mismas
que se tocaban antes de cada premiación en las competencias (remember el
“Tibio” Muñoz).
Jiménez
Mabarak (1916-1994) pertenece a la misma estirpe de grandes músicos mexicanos
como Silvestre Revueltas, Carlos Chávez, Blas Galindo o Juan Pablo Moncayo.
Nacido en Tacuba, Distrito Federal, es autor de la “Sinfonía en Mi bemol”, la
“Balada del pájaro y las doncellas” y numerosas composiciones más. Amigo de
Igor Stravinsky, en sus últimos años, experimentó con el dodecafonismo, la
música concreta y la electrónica. Cuando en 1968 el gobierno de México convocó
a un concurso para crear las fanfarrias de los Juegos Olímpicos, escribió esa pieza
musical de menos de un minuto que se volvió inmensamente popular y que es, vaya
paradoja, su obra más conocida.
No sabemos
aún cuáles sorpresas musicales nos tiene reservadas la ceremonia de clausura de
los Juegos Olímpicos de Londres, pero si podemos estar seguros de algo es de
que ninguna igualará la trepidante belleza de las “Fanfarrias olímpicas” de
Carlos Jiménez Mabarak, cuya obra toda valdría la pena rescatar del olvido a
manera de merecido homenaje, a dieciocho años de su muerte.
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