Pocos grupos tan contradictorios en la historia del rock como Guns N’ Roses. Se trata de una de esas bandas a las cuales se les ama o se les odia con idéntica intensidad. Es por ello que causa tanta dificultad ponerla en su justo medio. Sin embargo, resulta posible hacerlo. La agrupación representa muchas de las cosas “buenas” y “malas” que tiene el rock. Por un lado, surgió en un momento en el cual el género padecía una crisis creativa debida al estrellismo y la manipulación de la industria y los medios (aunque comparada con la que se da hoy día, aquella manipulación ahora parece hasta ingenua). A mediados de los ochenta, las agrupaciones de heavy metal y de rock duro tendían cada vez más a la blandura, el afeminamiento, la complacencia y el comercialismo fácil. Fue entonces que la irrupción de Guns N’ Roses vino a romper con eso, gracias a su propuesta agresiva, machista, desafiante, torva, a veces hasta burda y sin contemplaciones. Sobre todo con su primer disco, el clásico Appetite for Destruction, el quinteto marcó un parteaguas y refrescó al rock, al devolverle parte de su esencia rebelde e inconformista. Por desgracia, la propuesta se fue desgastando y una serie de incongruencias y caprichos, en especial por parte de su cantante y supuesto líder, el inefable Axl Rose –quien a pesar de su homofobia confesa en el fondo hubiera querido ser una nueva versión de Freddy Mercury-, llevaron al grupo a esa misma blandura contra la cual había sido un adalid. De la incontenible y rocanrolera “Welcome to the Jungle” a la camplaciente y pretenciosa “November” existe una grande y lamentable distancia. Guns N’ Roses terminó como una caricatura de sí mismo, pero aquel primer disco y una serie de canciones contenidas en los álbumes subsiguientes no sólo lo salvan sino que lo colocan en un muy alto lugar de honor.
(Prólogo del No. 30 de Especiales de la Mosca, publicado en mayo de 2006).
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