miércoles, 12 de marzo de 2014

No odio, critico


Por Moisés Castillo

Antes de ser periodista, Hugo García Michel (Tlalpan DF, 1955) comenzó a componer música a los catorce años de edad y siempre estuvo rodeado de discos. Su padre escuchaba boleros y a su hermano mayor, Sergio, le gustaba el rock and roll. El adolescente prefirió las guitarras rasposas y su rebeldía lo llevó a abandonar la escuela. Odiaba las matemáticas y decidió -con anuencia de su madre- darse de baja de la Prepa 6, ubicada en Coyoacán. Aún tiene pesadillas que le recuerdan que debe esa materia.
  Mientras estudiaba francés, en la Alianza Francesa, publicó su primera reseña musical en 1972, a los diecisiete años, en la revista México Canta que dirigía Carlos Baca. En esa colaboración escribió sobre Tarkus, el segundo disco de la banda de rock progresivo Emerson, Lake & Palmer. Por ese tiempo era lector de la legendaria revista Piedra Rodante que tan sólo sacó ocho números y se anunciaba como la versión mexicana de Rolling Stone. También leía la Pop y hasta Notitas Musicales.
  Nunca en ese tiempo pensó en dedicarse al periodismo y mucho menos imaginó que sería fundador de la revista musical La Mosca. Actualmente, escribe en Milenio Diario y colabora en las revistas Nexos y Marvin. Hace unas semanas, “Cuadernos” de El Financiero sacó a la venta el libro Cerca del precipicio. El señor Fantasía y otros 24 Déjà vus del melómano y crítico férreo de lo que llama “rockcito nacional”.
  Hugo aclara que no son los veinticinco mejores discos de la historia, sino álbumes que considera importantes en el rock y que necesitan ser revalorizados. En la edición -que trae de portada a Neil Young (obra del ilustrador Jorge Manjarrez)- se pueden encontrar reseñas sobre Face to Face de The Kinks, Disraeli Gears de Cream, Daydream Nation de Sonic Youth, La canción de Juan Perro de Radio Futura y hasta Rock! de los Locos del Ritmo.

¿Cómo surgió la idea de publicar Cerca del precipicio?
Comenzó de una manera muy extraña. Tenía quince años de no ver a Víctor Roura y nos invitaron hace como tres meses a un homenaje que le hicieron a Federico Arana en Pachuca, Hidalgo. El caso es que tenía cierto temor de ver a Víctor, porque terminamos mal cuando salí de El Financiero. Trabajé en el periódico de 1991 a 1997, como colaborador externo en la sección de cultura, donde tenía una columna que se llamaba “Bajo presupuesto”. Nos saludamos muy bien y al terminar el evento, Víctor se me acercó y me dijo “oye, me da mucho gusto verte” y me preguntó si me interesaba publicar un libro de música. Así que reuní reseñas que he escrito y fue un proceso rápido. Se me ocurrió hacerlo cronológicamente, que abarcara desde los principios del rock hasta ahora, de una forma muy ecléctica. Lo mismo vienen Los Locos del Ritmo que Jack White.

¿Por qué titular así el libro?
Se llama así por el disco Close to the Edge de Yes. El subtítulo es un juego de palabras de los discos Mr. Fantasy de Traffic y Déjà Vu de Crosby, Stills, Nash & Young.

¿Qué elementos debe tener una buena reseña?
Creo que el autor necesita contar con un bagaje de lo que es la historia del rock, porque no se puede escribir sin tener parámetros para comparar. Las reseñas son subjetivas, porque reflejan el gusto musical de quien escribe. No puede haber una crítica objetiva, eso es una falacia. La reseña es producto también de un gusto desarrollado a lo largo de los años. Hay que escribir bien, tener una buena pluma. Al final, se trata de argumentar por qué te gusta un disco o por qué te parece malo.

Afirmas que La Mosca fue una revista con una mezcla entre Piedra Rodante y Proceso en cuanto a su estructura, ¿por qué se esfumó?
Tronó por razones económicas. La revista vivió catorce años prácticamente gracias al público, lo cual es bastante insólito. Hubo momentos en que sí tuvimos publicidad, pero a partir de la crisis por la piratería, las disqueras empezaron a bajar sus ventas y ya no se anunciaron. No teníamos un equipo de publicidad capaz de conseguir cosas, se empezó a vender menos la publicación. Nos pegó un poco también la competencia de R&R. Ellos tenían la ventaja desleal de anunciarla en Reactor, que es un medio público, y usaron a la estación para mencionar su revista, a pesar de que era privada. Pero aparte, creo que no supimos adaptarnos a las nuevas generaciones de escuchas, no supimos atraer tanto a los jóvenes marcados por el internet y las redes sociales. Empezaron a bajar las ventas y el dueño-editor dijo que ya no era sostenible y con todo el dolor del corazón se tuvo que cerrar. Fue un golpe terrible.

¿Por qué esta especie de “odio” a las bandas de rock nacional?
Odio no, crítica. En México se suele confundir la crítica con el odio y se cree que los críticos somos “odiadores” profesionales. Para mí el ejercicio de la crítica es divertido y gozoso.

Pero exhibían de una forma grotesca a los músicos, ¿también era el fin de la revista?
Eso lo hacíamos en una sección, “La mosca redactora”. Lo que pasa es que en el rock nacional hay mucha estupidez en la mayoría de los músicos. Su nivel cultural es muy bajo y su nivel intelectual también. Nos burlamos un poco de eso y sí había esa cuestión de exhibirlos. Con sus muy honrosas excepciones, el “rockcito –como llamo a ese sector del rock nacional– se ha mantenido en una especie de infantilismo y la crítica de aquella sección y de otras partes de la revista era un poco para decir, quizá: “reaccionen, ¿por qué no hay un nivel como en otros países si tienen los mismos instrumentos musicales?”.

¿Cómo explicar el retorno de bandas ochenteras como Fobia, Caifanes? ¿Hay un vacío que dejaron esos grupos “grandes”?
Puede ser, pero esas agrupaciones a mí no me parecen grandes. Creo que el rock nacional está cada vez más mal. No encuentro un disco mexicano del 2012 que sea aceptable. Falta que escuche el de Café Tacuba, pero tampoco me hago grandes expectativas. No hay un disco que digas que esté al nivel de los que han salido este año de Jack White, de Bob Dylan o de The Wallflowers que ni siquiera son discos que vayan a estar entre los mejores de la historia, pero hay en ellos un nivel alto que no encuentro aquí. Seguimos con las mismas boberías, es muy triste.

¿Tuviste algún altercado o polémica con alguna banda o músico nacional?
Por escrito, sí. Muchos se enojaron. Pero nunca me confrontaron personalmente. Alguna vez hice una crítica burlona del disco Mostros de Maldita Vecindad. Publiqué un texto muy largo en el que lo comparaba con el Sargento Pimienta y el Dark Side of the Moon, pero de una manera irónica y eso les cayó de la patada. Alguien me contó que Pacho, el baterista, dijo que el día que me viera me iba a romper la madre. Poco después fui a la disquera BMG-Ariola y venía caminado por un pasillo cuando, de repente, del otro lado apareció Pacho. Cuando lo vi, me acordé de la amenaza y fue una especie de escena de duelo del oeste. Estando a cinco metros de distancia me dijo: “Hugo, ¿cómo estás, hermano?” y me dio un abrazo. Sí pensé que me iba a golpear, jajaja. Igual habían sido meros rumores. Los de Control Machete se enojaron cuando los sacamos burlonamente en portada. Creo que Inspector nos mandó una carta insultante; los de Panda también, porque evidenciamos que se robaban las letras.

¿Qué revistas de música vale la pena consultar?
Marvin está muy bien producida, incluso colaboro ahí. Pero hay una especie de limbo en las publicaciones, les falta garra, no porque las quiera comparar con La Mosca. Hace poco me dijo un amigo que no ve revistas que hayan heredado cosas de La Mosca, como que hay mucho conformismo y están más metidas en las relaciones públicas. Quieren quedar bien con los músicos, con las disqueras y evitar la crítica. Cuando me invitaron a colaborar en Marvin, mandé un texto sobre Zoé. Ni siquiera era un escrito crítico, pero los del grupo lo tomaron mal y dijeron que iban a boicotear a la revista. Pensé que iba a ser mi debut y despedida. Afortunadamente, la gente de Marvin me arropó, cosa que agradezco sobremanera.

Copiando a La Mosca, ¿qué discos te llevarías a una isla desierta?
Uf, son muchísimos. El Who’s Next de The Who, el Twelve Dreams of Dr. Sardonicus de Spirit, el llamado Álbum Blanco de los Beatles, el Highway 61 Revisited de Bob Dylan, una recopilación de los Kinks... Híjole, qué difícil… También el primero de Led Zeppelin, el Let It Bleed de los Rolling Stones, el Freak Out! de Frank Zappa… Alguno de Mozart… Uno grandioso y no tan conocido de jazz: The Blues and the Abstract Truth de Oliver Nelson… y el Animals de Pink Floyd.

(Entrevista que me hizo Moisés Castillo a finales de 2012, a raíz de la aparición de mi libro Cerca del precipicio y antes de saber que La Mosca iba a volver a salir).

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