(Foto: Yuriria Pantoja) |
Puedo recordar la primera vez que la vi al frente de la agrupación que la llevó a la fama: Santa Sabina. Era 1993 y el quinteto se presentaba en algo llamado la Ola Azteca, a un costado del estadio de ese nombre. Apenas apareció, aquella mujer menudita se agigantó y me dejó impactado con su voz y su imagen escénica. Jamás olvidaré esa noche.
A lo largo de los siguientes años tuve oportunidad de conocerla y conversar varias veces con ella, ya sea profesionalmente o en charlas informales y amistosas. Se trataba de una mujer muy bella físicamente, pero también de una amabilidad, una suavidad y una simpatía enormes. Su risa es otra cosa que se me quedó grabada para siempre. Al igual que su sentido del humor, deliciosamente irónico.
Rita Guerrero nació en Guadalajara en 1964 y desde muy pequeña dio muestras de su vocación por las artes, en especial por el teatro y la música. También fue allá donde empezó a simpatizar con el pensamiento de izquierda (dígalo si no su apoyo al EZLN desde mediados de los noventa). No obstante, su ciudad natal le quedó chica y emprendió la emigración hacia la capital del país, ese Distrito Federal centralizador donde pasó momentos económicos difíciles que supo afrontar gracias a su férreo y disciplinado carácter. Quería convertirse en actriz y fue una alumna dedicada y tenaz en el Centro Universitario de Teatro que dirigía Ludwik Margules.
Sin embargo, su inquietud por la música permanecía intacta y en el propio CUT tomó clases de piano y de canto. Pero el verdadero ingreso a ese otro mundo se dio cuando en la escuela fue montada La ópera de los tres centavos de Bertolt Brecht. Fue ahí cuando empezó a cantar ya en forma.
Luego de participar en el movimiento estudiantil de 1987, como representante del CUT ante el Consejo Estudiantil Universitario (el famoso CEU), Rita conoció a un grupo experimental de jazz llamado Los Psicotrópicos, con quienes participó en la obra Voz Thanatos, misma en la cual cantaban (ella como primera voz) dos temas que habrían de convertirse en clásicos del rock nacional: “Chicles” y “Nos queremos morir”.
Poco tiempo después, uno de los integrantes de Los Psicotrópicos, el guitarrista Pablo Valero, le propuso unirse a un nuevo proyecto musical. Rita aceptó y fue en el tercer ensayo que surgió el nombre de la nueva agrupación: Santa Sabina. Era 1988 y el grupo debutó en febrero de 1989, en una galería del Centro Histórico del DF llamado Salón de los Aztecas. El estilo de Santa Sabina abrevaba de la música dark, pero también del jazz, el funk y el rock progresivo y con compañeros como el bajista Alfonso Figueroa, el baterista Patricio Iglesias y el tecladista Jacobo Líberman se fue creando la leyenda de la banda, cuyo primer disco (Santa Sabina, BMG) se grabó en 1992, producido por Alejandro Marcovich. Más adelante vendrían nuevos álbumes (Símbolos, 1994; Babel, 1996; Mar adentro en le sangre, 2000; Espiral, 2003) y cambios en la alineación del conjunto (se fueron Valero y Líberman y llegaron Alejandro Otaola y Juan Sebastián Lach), pero Rita Guerrero permaneció como la figura señera, como la personalidad dominante y fascinante de Santa Sabina.
El grupo se disolvería en 2004, luego de anunciar que sus integrantes se tomarían un año sabático, el cual se prolongaría prácticamente por siempre. En 2005, Rita (quien ya tenía un proyecto alterno, el Ensamble Galileo, con el que interpretaba música antigua de diversos orígenes) comenzó a dirigir al coro del Claustro de Sor Juana.
Seis años más tarde, la cantante moriría de un cáncer de mama que le fue detectado a principios de 2010. La falta de seguridad social para los músicos mexicanos hizo que careciera de los medios suficientes para tratarse debidamente. Su fallecimiento causó conmoción y un inmenso dolor y a tres años de distancia aún se le extraña sobremanera. The lovely Rita.
(Publicado este mes en la revista Nexos No. 435).
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