Escribía en mi columna anterior acerca de ese nuevo odio que, a partir de las elecciones de 2006, se ha engendrado entre los mexicanos y nos ha dividido prácticamente en dos bandos inconciliables. El surgimiento de ese neoodio que hoy se palpa sobre todo en la política, los medios y las redes sociales no fue gratuito y espontáneo. De hecho pareció ser inducido, como si formara parte de una estrategia que buscaba –que busca– sacar raja del hecho de que desconfiemos y nos miremos con rencor unos a otros.
Dos acontecimientos recientes vienen a confirmar esto. Primero, el desconocimiento (con una sarta de improperios incluida) de su propio hermano, Arturo, por parte de Andrés Manuel López Obrador, debido a que aquél no se pliega a lo que éste decreta. Esta ruptura fraterna fue un espectáculo tan patético como revelador.
El otro hecho de neoodio lo protagonizaron los grupos neofascistas chiapanecos identificados con la CNTE que vejaron, humillaron y raparon a seis indefensos trabajadores de la educación, entre ellos dos mujeres de edad, sin que nada ni nadie los detuviera, en un acto que recuerda al nazismo y sus primeras acciones contra los grupos judíos en la Alemania inmediatamente anterior a la Segunda Guerra Mundial.
Estamos ante un odio que corrompe al tejido social y lo vuelve vulnerable. Un rencor visceral que apela a la violencia ciega y maniquea y la justifica con sinrazones basadas en la mala situación del país, al tiempo que se sabotea cualquier reforma o medida que busque mejorar dicha situación. Los odiadores no buscan el bienestar de las mayorías empobrecidas, tampoco el mejoramiento de sus condiciones de vida. Sólo pretenden llevar agua a su molino en un afán obsesivo, vengativo y enfermizo por hacerse del poder.
¿A quiénes conviene esta corrupción ética y moral, tanto o más grave, por profunda, que la otra corrupción, es decir, la de los dineros? ¿Quiénes intentan sacar provecho político del divisionismo y el fomento de este nuevo odio? ¿Quiénes piensan que entre más rencor exista entre los mexicanos, mejor será para conseguir sus egocéntricos fines?
La respuesta resulta tan obvia que se cuenta sola.
(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)
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