Recuerdo unas fotografías que hoy parecerían antiquísimas sin serlo tanto. De hecho, apenas tienen tres años, pues son de mediados de 2013. En las mismas aparecían Andrés Manuel López Obrador y Miguel Ángel Mancera en pleno disfrute de un partido de beisbol en los campos de la Liga Tranviaria. En sus uniformes se leía que estaban en el mismo equipo, denominado Amigos.
Cuán diferentes son las cosas hoy entre ellos. Apenas empezó a sonar, hace poco más de un año, que Mancera tenía pretensiones presidenciales y que podría ser el candidato del PRD para las elecciones del 2018, el Jefe de Gobierno del ex DF cayó de la gracia de AMLO y éste, de inmediato, lo mandó al infierno de “la mafia en el poder”. A partir de ahí, lo criticó y despreció cada vez que pudo (tan sólo esta semana, entrevistado por el querido Ciro Gómez Leyva en su noticiario radiofónico matutino, Liópez –¡saludos Gil Gamés y bienvenido a las páginas de Milenio!– mencionó a Mancera como un miembro de “segunda división” en esa tan mentada mafia que el tabasqueño tanto alucina).
Lo que he observado y no deja de asombrarme, a partir de la condena pejiana, es la manera en que para mucha gente Mancera se convirtió de pronto en un personaje nefasto y cómo persiste esa percepción –basta asomarse a las redes sociales o hablar con diferentes personas para comprobarlo– y se le critica por cualquier cosa que haga o deje de hacer, con un furor digno de mejores causas.
Ya sea por la contingencia ambiental, por el famoso pito para denunciar el acoso a las mujeres o por los problemas con el “Hoy no circula” (etcétera), insultar al Jefe de Gobierno se ha convertido en uno de los pasatiempos favoritos de los CDMXiqueños (o como vaya a quedar constitucionalmente el gentilicio), sin que hasta ahora alguien haya señalado la coincidencia entre este tan súbito odio y el anatema que sobre don Miguel lanzó don Peje.
¿Mera coincidencia? Puede que sí, puede que no, aunque lo más seguro es que quién sabe. El caso es que sin haber vuelto a jugar beis, el pitcher de Macuspana se ha empeñado en ponchar al bateador a quien alguna vez llamó su amigo... y muchos, aun sin darse cuenta, le gritan: play ball!
(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)
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