Hace algunos años, vi en la tele algunos capítulos y quizá hasta una temporada completa, pero con las facilidades que da Netflix, pude servirme con la cuchara grande y ver de principio a fin y a lo largo de un mes las cuatro temporadas de The Tudors, la gran serie de Showtime que pasó originalmente entre 2007 y 2010.
La historia del reinado de Enrique VIII, monarca de Inglaterra durante 38 años (de 1509 a 1547), y todos los avatares políticos, sociales y amorosos (vemos con detenimiento la historia de sus seis esposas: Catalina de Aragón, Ana Bolena, Jane Seymour, Ana de Cleves, Catalina Howard y Catalina Parr) son presentados de manera impecable, gracias a la fastuosa producción, los estupendos guiones, un casting de primer orden, lo mismo que la fotografía, la escenografía (las escenas de exteriores se hicieron en Irlanda) y las soberbias actuaciones.
El actor Jonathan Rhys-Meyers es el encargado de dar vida al rey Enrique, desde su juventud hasta su vejez y su muerte, y lo hace de la manera más espléndida y creíble. También las actrices que interpretan a sus esposas y a sus dos hijas, las futuras reinas María e Isabel, son magníficas, para no hablar del cuadro de actores de reparto.
Pero lo más importante de The Tudors es la forma como nos mete en la historia de Inglaterra y Europa en la primera mitad del siglo XVI. Al menos en mi caso, me motivo a leer mucho al respecto para tratar de entender más lo que fue esa época de guerras religiosas, grandes descubrimientos y ese fanatismo abyecto que llevó a tanta gente al cadalso, la horca o las piras.
Fuerte, impactante, sin maniqueísmos, elegante e inteligente, The Tudors vale la pena de ser vista una y más veces.
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