No es el mejor guitarrista de la historia del rock y mucho menos de la historia del blues. No posee las cualidades técnicas de un virtuoso y tampoco hace ostentación de su velocidad a la hora de atacar las cuerdas de su instrumento (casi siempre una Fender Stratocaster). Sin embargo, Eric Clapton posee ese don del cual muy pocos pueden pueden presumir: el de la expresividad musical.
La guitarra de Clapton habla, dice cosas, transmite sensaciones y sentimientos. Cuando alguien lo bautizó irónoicamente como “Mano lenta” (Slowhand), no hizo sino definir el estilo que a lo largo de los años iría depurando este músico británico, hasta convertirlo en un artista pleno y depurado. Porque uno lo ve y lo escucha tocar y parece que lo que él hace es la cosa más sencilla del mundo. Los dedos de su mano izquierda se deslizan por el brazo de la guitarra con una facilidad pasmosa, mientras los de la mano derecha sostienen la púa que da los toques melódicos, armónicos y rítmicos necesarios para convertir a una canción o al solo de la misma es un lenguaje que pareciera provenir del cielo. No en vano, al principio de su carrera, cuando aún tocaba con los Yardbirds, en los muros de Londres aparecían grafittis con la leyenda “Clapton es Dios”.
Sin embargo, tanta felicidad musical contrasta con la sufrida existencia de este hombre, quien a lo largo de su vida ha pasado por cualquier cantidad de desgracias. Sólo así se explica, quizá, que su sensibilidad esté tan cercana a la de los negros que hacen del blues un canto de dolor y, en ocasiones, también de melancólica alegría. Yardbirds, Bluesbreakers, Cream, Blind Faith, Derek and the Dominos: nombres de bandas que han visto a Clapton como su epicentro, como su núcleo, como su ombligo.
La carrera de este guitarrista único e incomparable es como una epopeya griega, pero también como un drama shakespeareano. Podrá haber mejores ejecutantes que él, pero muy pocos pueden presumir de la mayor virtud de Eric Clapton: es un blanco -y para colmo inglés- que tiene el blues.
(Publicado originalmente en el Especial de La Mosca en la Pared No. 38, de marzo de 2007. El texto lo escribí a manera de prólogo).
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