A mi modo de ver, una relación abierta, libre, es aquella en la que los novios, amantes, compañeros
–o como se les quiera llamar– viven su amor sin ataduras impuestas por los convencionalismos sociales y, sobre todo, sin sentir y/o creer que la otra persona es de su propiedad. Esa es para mí la gran clave de los infiernos en que suelen convertirse tantas relaciones: el sentido de propiedad privada sobre la otra persona.
¿De dónde nos viene la absurda idea de que el otro o la otra nos pertenece y que por tanto nadie puede acercársele y ella no puede acercarse a nadie más, con la intención que se le venga en gana? Es parte de la educación judeocristiana occidental que recibimos y que sirve para cimentar a la familia como el núcleo de una sociedad clasista, cooptada, limitada, enajenada, en la que el principio del placer es sacrificado en aras del principio de la realidad, pero de una realidad que nos es impuesta más allá de nuestra naturaleza. El alegato suena quizás un tanto marxista-freudiano-marcusiano-wilhelmreichiano, pero es real. Nos sentimos dueños de nuestras parejas o de nuestros hijos, como nos sentimos dueños de un coche o de una casa. Queremos imponer la propiedad privada sobre las personas como si siguiéramos en la época del esclavismo o el feudalismo. Yo no comparto esos principios: los rechazo de hecho.
Cuando uno se apodera o cree apoderarse de otra persona (lo cual es una ilusión y un síntoma de inseguridad), trata siempre de tenerla bajo su control. Por eso está al pendiente de todos y cada uno de sus movimientos y recela de todo y de todos. La desconfianza campea, se empieza a ver como enemiga a toda persona que pueda representar "un peligro" y se comienza a atormentar a la persona que supuestamente se ama. Pero en realidad a quien se ama es a uno mismo o ni siquiera eso. Las relaciones convencionales están basadas, por tanto, en el sentido de la propiedad (de ahí los contratos matrimoniales) y las justificamos con una idea falsa del amor, ya que el verdadero amor busca antes que nada la felicidad del otro.
Limitar una relación abierta (o libre) a una mera cuestión sexual o a una licencia para acostarse con otros u otras es una perspectiva demasiado estrecha. La libertad en el amor va mucho más allá y tiene que ver con la plena realización de las personas, sin limitaciones, sin obstáculos. Enmarcar una relación de pareja dentro de la monogamia es válido, si ambas partes están de acuerdo. Pero si es sólo una la que quiere eso y se convierte en guardia y carcelera de la otra, eso deja de ser amor, así lo queramos justificar con frases como "es que la amo", "es que estoy enamorado de ella", "es que sin ella no puedo vivir". Egoísmo puro. Miserabilismo infame. Mezquindad extrema. El modo más absurdo y desgastante de vivir una relación.
Para mí, el amor tiene que disfrutarse, no que sufrirse. Por eso debe ser ante todo libre. De lo contrario será cualquier cosa, menos amor.
(Texto que escribí en 2011)
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