El género literario de la autobiografía, de los libros de memorias, no es tan común en México como debería serlo. Pocos son los que se atreven a contar su vida con detalle y Luis de Llano Macedo es uno de ellos.
Luis de Llano me recibe en su amplia e iluminada oficina de la serpenteante calle Altavista, al sur de la Ciudad de México. Nos conocimos en 1974, cuando él producía para Canal 4 el programa musical La hora cero y yo pude presentarme en dos emisiones, al lado de mis compañeros, los hermanos Adolfo y Federico Cantú, con Octubre, nuestro proyecto musical de tres guitarras y tres voces. Luego de 42 años nos volvemos a topar y recordamos aquella serie que Luis menciona someramente en su flamante libro, Expendientes Pop, editado por Planeta.
En ese volumen de casi 300 páginas, De Llano narra con detalle su vida desde mucho antes de nacer, ya que comienza por contarnos acerca de sus antepasados más o menos inmediatos, como su abuelo paterno, Francisco Llano de la Encomienda, militar español del bando republicano, o su abuela materna, Julia Guzmán, escritora espléndida y mujer que desafió los convencionalismos de su época. Pero también nos cuenta de su padre, el revolucionario de la radio y la televisión Luis de Llano Palmer (creador de personajes que forman parte de la cultura popular mexicana, como El Monje Loco y la Doctora Corazón), y de su madre, la icónica actriz mexicana Rita Macedo, además –por supuesto– de su hermana Julissa.
Muchas son las palabras y conceptos con los que podemos asociar al autor de Expedientes Pop y de los que habla en su libro: rock nacional, Spitfires, Alta Tensión, Cachunes, Microchips, Televisa, Alcanzar une estrella, Kabah, Fresas con Crema y varias más, aunque a mi parecer, las tres que quizá más lo marcan y señalan su ruta profesional son Timbiriche, Avándaro y televisión. Por eso le planteo a De Llano la primera cuestión.
–Desde hace tiempo, sostengo la teoría de que los verdaderos antecesores del actual rock que se hace en México son Soda Stereo y Timbiriche. Como creador de este último, ¿te consideras uno de los padres del rock nacional?
–Los miembros originales de Timbiriche eran hijos de actores que se la pasaban de groupies en los foros de televisión. Algunos de ellos, como Benny, desde chiquitos hacían imitaciones de Kiss y otros grupos. Cuando había algún programa especial, por ejemplo con Miguel Bosé, ahí andaban siempre. Al verlos tan entusiastas de la música, decidimos hacer algo con ellos. Formé un equipo de producción y empezamos a ensayar, a montar números musicales y a grabar. Nunca imaginamos que el proyecto iba a crecer tanto. Pero coincidió con el surgimiento de grupos similares como Parchís, aunque la música de Timbiriche tenía una base más rocanrolera, quizá porque con ellos trabajaban roqueros que no tenían chamba, como Ricardo Ochoa o los que entonces conformaban a las Insólitas Imágenes de Aurora y que luego serían Caifanes. Benny, Diego y Erick aprendieron a tocar con ellos. Pero aunque se burlen de mí, la llamada generación Timbiriche se educó musicalmente con el grupo, aprendió a ir a conciertos sin miedo y sin hacer desmanes. Luego vino Microchips, con Jay de la Cueva y otros chavitos, que era un grupazo. Sonaban muy bien en vivo y grabaron ocho discos. Tanto Timbiriche como Microchips casi no hacían covers, eran canciones originales y ciertamente creo que, como dices, influyeron a las futuras generaciones de roqueros.
–¿Y qué me dices de Avándaro, qué tanto te marcó ese festival?
–Avándaro fue un fenómeno en el que por primera vez se juntaron más de 250 mil jóvenes sin razones políticas y no pasó nada malo. No hubo peleas, no hubo violaciones, no hubo ningún asalto. Ahí, chavos de todas las clases sociales se reunieron, se empaparon, se enlodaron, oyeron música como iguales y sin el menor problema. Hubo una especie de comunión, por dos días desaparecieron las clases sociales. Fue el principio de un cambio. Luego vendría la satanización hipócrita del festival y la condena del rock que se volvería underground a la fuerza por muchos años. Pero todo fue más por causas políticas, por las diferencias que había entre Carlos Hank González y gente del gobierno federal como Mario Moya Palencia. En los siguientes años, no existió un apoyo real al rock por parte de la televisión, solito subsistió, hasta que surgieron cosas como Comrock y Rock en tu idioma.
–Dicen algunos que la televisión es una caja idiota.
–Tenemos la tendencia de ponerle nombres a las cosas que satanizamos. A la televisión la llamaron la caja idiota porque supuestamente te hipnotizaba. Pero con esa lógica, ahora habría que decirles aparatos idiotas a las tablets, a los smartphones, a los videojuegos y demás. Las nuevas generaciones son multitask. Al mismo tiempo que ven la tele, están manejando sus iPads y sus iPhones y los entrelazan o se interconectan entre ellos y tienen lenguajes propios. Pero lo más duro es la soledad on line en que muchos de ellos viven. No sé si eso sea idiota.
(Publicado hoy en "El ángel exterminador" de Milenio Diario)
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