Hay años clave en la historia del rock y 1966 es uno de ellos (de hecho, podríamos hablar de un lustro clave que va de 1966 a 1971, pero esta vez prefiero centrarme en la anualidad que da título a este texto, ya que se cumple exacto medio siglo de la misma).
1966 se significó, dentro del mundo del rock internacional, como el año en que se consolidaron los cambios que empezaron a darse en 1964 y 1965. Fue el año en que la psicodelia surgió en pleno y los músicos comenzaron a tomar conciencia de que su música podía lograr grados de trascendencia que iban más allá del corsé de las canciones de tres minutos exigido por las radiodifusoras y las disqueras.
1966 fue también un año de grandes grabaciones, de discos extraordinarios, del surgimiento de los dos primeros álbumes dobles en la historia del género: el Blonde on Blonde de Bob Dylan (aparecido el 16 de mayo) y el Freak Out de Frank Zappa & the Mothers of Invention (su disco debut, publicado dos meses después).
Así, mientras en Vietnam la guerra proseguía, en Inglaterra se celebraba la Copa Mundial de futbol, en los cines triunfaban cintas como Alfie y Blow Up y los Beatles daban sus últimos conciertos, muchos músicos de rock producían discos fenomenales en la Gran Bretaña y los Estados Unidos.
1966 es el año de Revolver de los propios Beatles, Pet Sounds de los Beach Boys, The Piper at the Gates of Dawn de Pink Floyd, Aftermath de los Rolling Stones, Face to Face de los Kinks, A Quick One de The Who, Sunshine Superman de Donovan, Fresh Cream de Cream, Takes Off de Jefferson Airplane, If You Can Believe Your Eyes and Ears de The Mamas & the Papas, Over Under Sideways Down de los Yardbirds y Parsley, Sage, Rosemary and Thyme de Simon and Garfunkel, además del homónimo álbum debut de Buffalo Springfield, con Stephen Stills y Neil Young a la cabeza.
Fue también un año de grandes canciones en el pop y el rock. Los ejemplos sobran: “Paint in Black” de los Rolling Stones, “The Sounds of Silence” de Simon and Garfunkel, “Good Lovin’” de los Young Rascals, “Monday Monday” de The Mamas and the Papas, “When a Man Loves a Woman” de Percy Sledge, “Wild Thing” de los Troggs, “Summer in the City” de los Lovin’ Spoonful, “Sunshine Superman” de Donovan, “Last Train to Clarksville” de los Monkees, “Reach Out I’ll Be There” de los Four Tops, “Hanky Panky” de Tommy James y los Shondells, “96 Tears” de Question Mark and the Mysterians, “We Can Work It Out” y “Paperback Writer” de los Beatles y esa incomensurable composición de Brian Wilson que es “Good Vibrations”.
También hubo melodías muy curiosas, como la instrumental “Winchester Cathedral” de la New Vaudeville Band, la militarizada “Balada de los boinas verdes” de Barry Sadler y la famosa “These Boots Are Made for Walking”, de Nancy Sinatra, cuyo padre, Frank, popularizó ese mismo año “Strangers in the Night”.
¿Y en México? Bueno, se seguían haciendo covers a diestra y siniestra y, según anota Federico Arana en su libro Guaraches de ante azul, los Hooligans exigían públicamente a Manolo Muñoz que se buscara sus propios éxitos, mientras que en el viejo Auditorio Nacional se celebraba el festival “Ritmos 66” con Javier Bátiz, los Dug Dugs, Los Belmonts, Ela Laboriel, Hilda Aguirre, Los Yaki, Los Johnny Jets y el ballet de Chucho Zarzosa. Las canciones más populares del año fueron “El último beso”, con Polo, y “La banda borracha”, con Mike Laure.
Así las cosas hace exactos 50 años.
(Mi columna "Comunicación cortada" de este mes en el periódico cultural La Digna Metáfora)
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