Se termina 2007, el año oficial de Frida Kahlo, el año en el cual el aparato burocrático-cultural de nuestro país celebró –a su muy particular y solemne manera– el centenario del nacimiento (1907) de la pintora defeña.
Dicen que nada hay peor que ser más papista que el Papa. En ese sentido, nada también tan detestable como ser más fridista que Frida. Quienes han hecho de la autora de “Autorretrato con monos”, “Pensando en Diego” y otros cuadros famosos un mito; quienes la han sacado de su naturaleza humana, para convertirla en una mezcla de santa y monstruo; quienes han medrado con el nombre de la Kahlo para transformarla en marca comercial altamente lucrativa; quienes –en resumen– la han mutado en una vaca sagrada, no saben el daño que le han infligido a la artista real (y si lo saben, dudo mucho que en realidad les importe).
Dice Rafael Pérez Gay, en un artículo publicado hace unos meses, que ya está cansado de Frida porque “la mitología ha devorado a una obra. La leyenda logró que cada vez quede menos de un rasgo definitivo en Frida Kahlo: la felicidad de la imagen a través de una tempestad interior”.
Nadie repara ya en la tragedia existencial de la amada de Diego Rivera y de cómo en muchas ocasiones ella sublimó esa tragedia para erigirla en belleza, en arte irónico, en feliz y sarcástico auto escarnio. Se prefiere a la Frida mexican curious, a la Kahlo exportable y vendible, a la que Ofelia Medina y Salma Hayek hicieron objeto de pugna para ver cuál de las dos podía cejijuntarse y disfrazarse mejor de ella; todo para que al final les comiera el mandado nada menos que Itatí Cantoral (oh, my god!).
Que Frida le gusta a Madonna. Que sus obras se subastan a precios exorbitantes en la galería Shoteby’s. Que muchos funcionarios se visten de falsos ropajes kahlianos para parecer cultos y refinados. Que la comunidad artístico cultural más ligada a la burocracia realiza grandes fiestas en nombre de la mujer que pasó la mitad de su vida presa de la inmovilidad física más espantosa y de dolores corporales inenarrables, insoportables. Que tantos se agarran del fenómeno comercial que es Frida Kahlo y tantos medran con el mismo.
Hoy día Frida es una marca registrada, un producto más, una mercancía intercambiable que se ha vuelto incluso desechable. La malhadada fridomanía todo lo invade y todo lo contamina. El país oficial se llena de celebraciones que exaltan al nacionalismo más rampante y más repugnante. La Kahlo como sinónimo de chauvinismo y lo que es peor, como sinónimo de corrección política. Porque no sólo la burguesía pulquera mexicana ha adoptado a Frida, también lo ha hecho –a su manera– esa entidad vaga que se llama a sí misma “La Izquierda” (así, con mayúsculas). No es para menos: Frida Kahlo era una militante comunista que desfiló al lado de Diego Rivera en apoyo de los proletarios del mundo; era rebelde, feminista, malhablada; apoyaba el discurso dogmático que se desprendía del muralismo del propio Rivera, de Siqueiros y de todos los pintores que dependían de las simpatías o antipatías de José Vasconcelos. En síntesis, hoy sería una perfecta militante perredista (según, claro, los propios perredistas). Porque además le gustaba lo mexicano. Su famosa casa azul de Coyoacán (of all places) es un claro ejemplo de ello, con los colores pastel de sus muros, su decoración, sus judas, sus alebrijes, sus ex votos, su cocina con cazuelones de barro y sus cucharones de madera. Para volver a citar a Rafael Pérez Gay, Frida era “seguidora de una identidad contenida en la cultura del nopal y el internacionalismo proletario, el arte comprometido y la creación revolucionaria”.
Frida fue, en chiquito, lo que Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco fueron en grandote: exponentes de un arte que muchas veces privilegió al “mensaje” y el contenido social por sobre la propia calidad pictórica. Muy al estilo del realismo socialista de su época, con los artistas patrocinados por el Estado (o lo que en tiempos priistas se llamaría Papá Gobierno).
¿Fue Kahlo la mejor pintora de su tiempo? No necesariamente. Hubo otras mujeres como Remedios Varo y Leonora Carrington que a mi modo de ver la superaron en técnica y capacidad artística. Cierto, ambas eran extranjeras (la primera española, la segunda británica), pero las dos forman parte indudable de la historia de la pintura mexicana, ya que fue en nuestro país donde desarrollaron su obra. Ello para no hablar de pintores de caballete del sexo masculino como Jesús Guerrero Galván Agustín Lazo, Julio Castellanos y Alfonso Michel.
Se acaba 2007 y con ello se termina el año dedicado a Frida Kahlo. Al fin la pobre mujer podrá descansar de tanto homenaje barato y tanto elogio pueril. Aunque desde un punto de vista comercial, eso sí, seguirá siendo muy rentable. Enhoramala.
(Texto que escribí con el sobrenombre de Goyo Cárdenas Jr. para la sección "Vacas sagradas" de la revista La Mosca en la Pared No. 122, en diciembre de 2017).
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