Muchos no
han podido dormir bien desde entonces. Otros han llorado de rabia, de
impotencia, al saber que un pequeño aunque poderoso grupo de mafiosos fue capaz
de burlarse de las preferencias populares y consumar un fraude escandaloso,
como si no supiéramos que los votos fueron manipulados con la eficacia de
aquellos antiguos mapaches priistas del pasado, ese pasado que está regresando
con la fuerza de un tsunami.
Cuanta
razón tienen los que hoy toman la definición de López Obrador para nombrar a
ese grupito de delincuentes de cuello blanco que hace y deshace a su antojo.
Sí, se trata de una mafia. Es la mafia en el poder, esa misma que ajena a los
sentimientos del pueblo, no repara en mientes para llevar a cabo sus transas y
trastupijes. Todo con tal de salvaguardar los oscuros e inconfesables intereses
de unos cuantos poderosos, quienes saben amafiarse cada vez que ven en riesgo
sus posiciones.
Así se
llevó a cabo el atraco del fin de semana pasado, una de las fechorías más
ruines y descaradas de que se tenga memoria y que hará que ya nadie vuelva a confiar en los
que tienen en sus manos las votaciones y sus conteos. Poco les importó a esos
canallas que tantos medios de comunicación estuvieran al pendiente de la
cerrada contienda. Han alcanzado tales niveles de desvergüenza que ni siquiera
les sonrojan sus trampas.
¿Cómo no
entender las quejas, las acusaciones, los lamentos de la parte afectada, cuya
victoria fue negada para levantarle la mano a quien no lo merecía? Tengo los
nombres de quienes urdieron este virtual michoacanazo y los voy a revelar desde
mi indignación ciudadana: Glen Trowbridge, Dave Moretti y Robert Hoyle. Fueron
esos jueces, al servicio de la Organización Mundial de Boxeo, los que le
birlaron el campeonato a Juan Manuel Márquez para darle el triunfo a Manny
Pacquiao.
La historia
los juzgará.
*Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario.
*Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario.
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