Andrés
Manuel López Obrador se presenta ahora como una especie de sacerdote hippie,
con túnica psicodélica, aroma a pachuli y el cabello lleno de flores; un neo
franciscano, pero no en el sentido de San Francisco de Asís, sino del San Francisco
sesentero de Scott McKenzie. Que me disculpe su intolerante feligresía (que de
seguro me lapidará amorosamente, apenas lea esta columna), pero yo no le creo,
no me trago su nuevo discurso y me niego a cerrar los ojos para aceptar que con
su flamante disfraz de oveja moderada y conciliadora deje de ser lo que en
esencia es: el mismo Peje de siempre, con todo lo que ello significa para bien
y sobre todo para mal (y si no, al tiempo).
En ese
sentido, lo que más le convino a Marcelo Ebrard fue no haber quedado como
candidato para el 2012 de esa entelequia que son “las izquierdas”. Estoy seguro
que él lo sabe. No hubiera podido vencer al actual candidato del PRI. Mejor
dejarle a Andrés Manuel el tigre de la rifa y esperar con paciencia los seis
años que faltan para la siguiente contienda electoral. No es que dé yo como un
hecho que Enrique Peña Nieto será el próximo presidente de la república, pero
sus posibilidades son más altas que las de ningún otro candidato, incluido
López Obrador. ¿Es esto bueno o malo para el país? No lo sé. Sin embargo, ¿qué
sería peor: un México priista o un México chavista?
Ahí les
dejo la pregunta, yo me voy a escuchar un disco de Donovan.
*Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario.
*Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario