Los números
no mienten, diría mi numeróloga de cabecera. Miguel Ángel Mancera se llevó de
calle las tres encuestas organizadas por el DIA y por Manuel Camacho y tres de
los otros contendientes no tuvieron más remedio que apechugar, amorosamente
(don Noroñas lo hizo de buen grado, tal vez porque desde un principio sabía que
sus posibilidades eran nulas; Joel Ortega, con su rostro hierático, no mostró
emoción alguna; Martí Batres, en cambio, tenía cara de pasmo resignado, quizá
porque se vio obligado, para decirlo poéticamente, a tragar camote, ya que él
sí llegó a creer que podía ser el ungido). En cambio, Alejandra Barrales se
puso girita y se negó a presentarse (aún no sabemos exactamente por qué) en el
salón donde se dieron los resultados. Fue la única que no se mostró como
ciudadana de la república del amor y eso no está bien (“no, no, no, eso no está
bien”, repite un coro con música gospel).
Es aquí
cuando, como en pastorela a destiempo, entra en escena el pícaro diablo,
disfrazado de Carlos Navarrete. Como que está raro todo lo que hizo el buen
Carlitos, desde que se bajó del barco para apoyar “a quien favorecían las
encuestas” y que, según él, era doña Ale. Luego se le vio el jueves al lado de
ésta, cuando anunció que no acudiría al acto final. ¿Será que el senador
aconsejó a Barrales para que se portara mal? ¿Qué opinará la simpática botarga
Navarretín al respecto? Misterio.
El hecho es
que Miguel Ángel Mancera será el candidato de las llamadas fuerzas de izquierda
(ya incluso recibió la amorosa bendición del amoroso líder de la república del
amor) y casi seguramente el próximo Jefe de gobierno de la capital del país.
Un final
feliz para esta historia que incluyó a héroes, villanos y, sobre todo, mucho,
muchísimo, amor.
*Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario.
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