Pocas agrupaciones tan oscuramente influyentes como The
Velvet Underground. Mientras los Beatles, los Rolling Stones, Led Zeppelin,
Pink Floyd y hasta Nirvana fueron fenómenos masivos que lograron una abierta
penetración entre las masas de escuchas, el cuarteto conformado por Lou Reed,
John Cale, Sterling Morrison y Maureen Tucker siempre mantuvo una especie de
bajo perfil, de discreto comportamiento. Grupo de culto si los hay, el Velvet
surgió como una banda de élite, para francas minorías. Su música no fue
fácilmente comprendida en un principio y de hecho su relativa popularidad
comenzó cuando el proyecto ya no existía. De ahí en adelante, fue creciendo
poco a poco, como una peculiar bola de nieve, aunque en este caso la nieve
tenga otra connotación muy ajena a la inocencia. Drogas, sadomasoquismo, sexo,
homosexualidad, crímenes, sordidez: he ahí algunos de los temas que tocaba el
grupo en sus letras, siempre acompañadas por una música que coqueteaba con el
minimalismo. La historia del Velvet Underground resulta fascinante y en ella se
entrecruzan personajes y circunstancias que le dan un cariz de novela negra.
Ahí están Andy Warhol y The Factory, la enigmática Nico, el Nueva York de
mediados de los sesenta, el arte pop, el cine experimental, las drogas -siempre
las drogas- y el sexo –siempre el sexo. Hoy día, géneros como el punk, la new
wave, el goth, el noise y otros serían inimaginables sin la existencia del
Terciopelo Subterráneo. De ahí la importancia de retomar su legado, de volver a
escuchar su música, de dejarse envolver por la negra magia de “Venus in Furs”,
“I’m Waiting for the Man”, “Sweet Jane”, “Heroin”… Pocas agrupaciones tan
oscuramente influyentes como The Velvet Underground. Bendito sea su maldito
influjo.
Prólogo que escribí para el Especial de La Mosca No. 29, publicado en abril de 2006
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