domingo, 30 de septiembre de 2012

Adiós, mi Tsurito

No es una foto del mío, pero se le parece.
Es el único carro último modelo que he comprado en mi vida. Lo adquirí a principios de 1993, a crédito. El enganche lo di gracias al mejor aguinaldo que he recibido en mi vida (el de 1992, por parte de Ejea, editorial para la cual escribía guiones de historieta en esa época y de la que me iría meses después, a Toukán, para iniciar el proyecto de La Mosca en la Pared en 1994).
  Yo estaba recién divorciado y me hacía cargo de mis hijos Alain y Jan, por aquel entonces de diez y de seis años, respectivamente. Con ellos acudí a la agencia Nissan cercana a Perisur y salimos con aquel Tsuru blanco que hoy fue vendido después de casi veinte años de ser mío (de manera relativa, porque en el año 2000 se los dejé a mis chilpayates y a Rosa, mi ex esposa; desde entonces ando a pie y en transporte público).
  El coche salió más que aguantador (sobre todo si se toma en cuenta cómo lo manejaban mis vástagos en estos recientes tiempos). Noble y rendidor, ya no daba más de sí y llevaba dos años parado y en proceso de oxidación. Por eso decidimos que se vendiera.
  Lo rememoro con nostalgia (me acuerdo la primera noche con él, cuando lleno de emoción encendí las luces y lo iluminado que me pareció el tablero, jaja). Nunca he sido fanático de los automóviles, pero ese Tsuru fue cosa especial. Ni hablar. El nuevo dueño lo reparará y lo hará revivir. Mejor eso a que hubiese muerto de óxido.
  Adiós, Tsurito.

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