En agosto de 1971 yo tenía dieciséis años. Durante los
meses previos había estado escuchando en la radio (sobre todo el Radio Éxitos)
y la televisión (en el programa La onda de Woodstock que producía
¡Jacobo Zabludovsky!) toda la promoción acerca del Festival de Rock y Ruedas
que se llevaría a cabo en Avándaro, Valle de Bravo, en el Estado de México.
Moría de ganas de ir, pero veía pocas posibilidades de hacerlo.
Medios
impresos, como las revistas Pop y México Canta, hablaban
maravillas de las bandas que ahí se presentarían y que en ese entonces gozaban
de gran popularidad. El Ritual, El Amor, Peace and Love, Bandido, Three Souls
in My Mind, La Tinta Blanca. En fin, todos teníamos ganas de acudir a la gran
tocada y no por la carrera de coches que también se anunciaba, sino por ese
festival que de alguna manera reproduciría, a nivel mexicano, lo que dos años
antes había acontecido en Woodstock.
Todavía el
viernes 10 de septiembre, por la mañana, no sabía si podría ir. ¿De dónde iba a
sacar los veinticinco pesos que costaba la entrada? ¿Cómo me iría, si tampoco
tenía lana para pagar el autobús a Toluca y el camión a Valle de Bravo? Todo
sucedió entonces de manera vertiginosa, intempestiva: mi primo Gustavo García
Arróyave y un amigo de nombre Víctor Michel (con quien ningún parentesco me
unía) me propusieron irnos en la camioneta del segundo. Acepté de inmediato. No
sé cómo demonios pude convencer a mi mamá de que me dejara ir y me prestara (es
un decir) treinta pesos. La cosa es que lo conseguí y a las seis de la tarde
partimos rumbo al idílico encuentro rocanrolero.
Viaje
sorprendentemente rápido y tranquilo. Antes de las diez de la noche estábamos
en los terrenos del festival. Emocionados, empezamos a recorrer el lugar. Miles
de jipitecas poblaban la noche frente al gran escenario. No dormimos. Vagamos
por aquí y por allá y así nos sorprendió el amanecer.
En la
mañana del sábado 11, aquello era alucinante. Decenas de miles de chavos y
chavas cubrían la amplia explanada silvestre que se extendía frente a nuestros
ojos. Yo que en ese tiempo me sentía hippie, que traía mi larga greña, que
creía en el lema “paz y amor” y que aborrecía al “sistema”, me sentía feliz de
estar ahí, con tantos “hermanos y hermanas”. En algún momento me interné en el
bosque y me crucé ¡con Carlos Baca!, director de México Canta y una especie de
gurú para todos los que leíamos sus siempre “alivianados” textos. Recuerdo que
cruzamos sonrisas y me sentí realizado.
La
vigilancia resultaba discreta. Algunas parejas de soldados recorrían el sitio
muy afables y, según se decía, incluso repartían cigarros de marihuana a
discreción. En esa época yo practicaba el vegetarianismo, pero respecto a las
drogas era fresísima y nada me metía (costumbre que he mantenido hasta la
fecha, como bien les consta a mis amigos).
Mientras
tanto, en el escenario se presentaba una versión fonomímica y bastante aburrida
de la ópera rock Tommy de los Who, por parte de una compañía teatral
de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. El sol pegaba a plomo. No
recuerdo qué hicimos hasta el anochecer, hora en que dio inició propiamente el
festival. Abrieron los Dug Dug’s, siguió Epílogo y luego vino La División del
Norte. Fue con esta banda que ocurrió el instante más memorable: la aparición de
la famosa encuerada de Avándaro.
Recuerdo
bien el momento. Sin decir agua va, los reflectores del escenario apuntaron
hacia uno de los camiones de Telesistema Mexicano (hoy Televisa) e iluminaron a
una diminuta (desde donde yo me encontraba) chavita que bailaba en playera
blanca y pantalones azules. De pronto, se despojó de la prenda superior y
mostró sus pequeños pechos. Luego se quitó el pantalón y quedó en braguitas
(rojas), mismas que ante los gritos desaforados de la multitud se bajó y volvió
a subir en un movimiento que duró si acaso dos segundos. Eso bastó para
volverla mítica.
Es lo
último que recuerdo del festival. Llevaba más de treinta horas sin pegar el ojo
y decidí irme a dormir “un ratito” a la camioneta. Desperté como a las diez de
la mañana del domingo 12. Mis compañeros se burlaron de mí por todo lo que me
había perdido. Ni caso tenía lamentarlo. Ya no vi a Peace and Love, al Three
Souls, a... Ni hablar.
El regreso fue lentísimo, a vuelta de rueda prácticamente
hasta Toluca. Pero a final de cuentas me sentí muy satisfecho. Sí, me quedé
dormido y me perdí a varias bandas…, ¡pero pude ver a la encuerada de Avándaro!
(Texto publicado en septiembre de 2011 en la sección El ángel exterminador de Milenio Diario).
(Texto publicado en septiembre de 2011 en la sección El ángel exterminador de Milenio Diario).
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