“Born under a bad sign
I been down since I begin to crawl
If it wasn't for bad luck,
I wouldn't have no luck at all”.
Booker T. Jones / William Bell
“Nací bajo un mal signo, he estado jodido desde que comencé a gatear”, cantaba con todo su poderío el gran Albert King, en ese tema clásico del blues que es “Born Under a Bad Sign” que el propio King se encargó de inmortalizar. Aunque no se lamentaba del todo al exclamar con ironía: “Si no fuera por la mala suerte, no hubiera tenido suerte en absoluto”.
¿Mejor tener mala suerte con tal de que haya alguna suerte en la vida?
La pregunta puede ser profundamente filosófica y terriblemente fatalista. Pero de eso canta en esencia el blues: de tristeza, de miseria, de sufrimiento, de traición, de sangre, de sudor, de lágrimas, de falta de perspectivas: de mala suerte. No es para menos. El blues nació en lo más pobre de lo pobre: los campos de esclavos del sur profundo estadounidense. Es la música de la gente más lastimada y envilecida, música surgida de las jornadas de trabajo de sol a sol, de los malos tratos de los amos blancos y sus capataces, de vivir en pocilgas, de padecer desde el nacimiento hasta la muerte. Eso tenía que verse como mala suerte, como pésimo destino, como nacer bajo un mal signo.
El blues es pesimista desde la base y el blues es el padre del rock and roll y de todo lo que hoy llamamos rock. ¿Ha permanecido por tanto esa visión negra (en todos los sentidos de la palabra) en la esencia del género? ¿Persiste ese bad sign entre los que han escrito y siguen escribiendo rock y todos sus derivados? En buena parte es así.
Cuando los blancos hicieron suyo al rhythm and blues primigenio (no ese híbrido de espanto al que soy se conoce cono r&b) y lo mezclaron con ciertas dosis de country and western, la tristeza y la melancolía no se alejaron. Cierto que en el naciente rock and roll había muchas melodías optimistas y muchos intérpretes bobalicones, pero su verdadera fuerza seguía apegada a las raíces del deep south y del delta del río Mississippi. El signo de la fatalidad y la mala suerte estaban ahí y eso lo vemos en una enorme cantidad de composiciones de músicos blancos de origen anglosajón: desde Bob Dylan y Grateful Dead hasta los Avett Brothers y Jack White, pasando por una larga lista que incluye a Janis Joplin, Jim Morrison, Leonard Coen, Joni Mitchell, Eric Clapton, Joe Cocker, Led Zeppelin, Pink Floyd, Neil Young, The Clash, Joy Division, The Police, Dire Straits, U2, Mother Love Bone, Sonic Youth, Nirvana, Pearl Jam, Elliott Smith, Bruce Springsteen, Radiohead, Jeff Buckley, etcétera, etcétera. Todos músicos blancos. Todos con una visión negra de la vida. Todos nacidos bajo un mal signo que se refleja en sus letras y en su música.
Por supuesto que ese bad sign del legendario blues compuesto por Booker T. Jones y William Bell no es una marca fatal y negativa. Todo lo contrario. Es lo que ha permitido al rock mantener su autenticidad en un mundo dominado por el utilitarismo, la superficialidad, la frivolidad y el consumismo. Es lo que le da sentido a una vida como la de Kurt Cobain y a su trágico final.
Cobain, como pocos, encarna a esa mala suerte de la canción que da título a este texto. Ahora que en este abril se cumplen veinte años de su violento fallecimiento, de esa autoinmolación que a muchos aún parece incomprensible, habría que buscarle un motivo y verla como el líder de Nirvana veía a su existencia: como un absoluto sinsentido.
“La suerte no existe”, rezan los libros de superación personal. “Cada quien es el arquitecto de su propio destino”. ¡Ja! Esa es una gran falacia y el blues y el rock, desde sus más profundos infiernos, están ahí para contradecirla.
“Hard luck and trouble is my only friend / I been on my own ever since I was ten”, prosigue cantando Albert King. ¿Quién es el señorito que se atreverá a desmentirlo?
(Publicado este mes en mi columna "Bajo presupuesto" de la revista Marvin)
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