Las propuestas para limitar y hasta censurar a internet, contenidas en la iniciativa original enviada a las cámaras por el Poder Ejecutivo para la reglamentación de la nueva Ley de Telecomunicaciones, fueron un golpe maestro.
Después de ver el escándalo que dichas propuestas provocaron en las redes sociales y entre la clase progresista, no puedo más que quitarme el sombrero y exclamar chapeau! Mi percepción es que en realidad, esas escandalosas proposiciones no han sido más que un buscapiés, un distractor, un anzuelo para que los progres se entretengan y hasta hagan videos de protesta con los histriones políticamente correctos de siempre, mientras que las decisiones más trascendentes de la ley serán aprobadas sin problema. Todos ganarán en el asunto: los legisladores, porque quedarán como los muchachos chichos de la película gacha, al demostrar que en México existe la división de poderes, etcétera; el Ejecutivo, porque conseguirá que la ley se apruebe; los internautas, porque no habrá tal censura a la red. Es un jaque mate digno de Frank J. Underwood, el protagonista de la extraordinaria serie televisiva House of Cards.
Ya algo semejante había sucedido con la ley hacendaria, con aquello de los impuestos a las colegiaturas (otro buscapiés), pero nuestros cándidos izquierdosos se han vuelto tan predecibles en sus reacciones –no sé por qué me acordé del perro de Pavlov– que resulta muy fácil lanzarles un señuelo para que se entretengan mordisqueándolo, mientras las cosas importantes suceden a sus espaldas. Dan ternura estos personajes con sus frases incendiarias, sus videítos, sus memes y sus convocatorias a la resistencia y a formar cadenas humanas. Su ingenuidad política es tal que conmueve.
¿Cómo podrían pasar leyes que proponen limitaciones en la red que, si acaso, sólo existen en Irán o en Corea del Norte? ¿Se arriesgaría el gobierno mexicano a exhibirse ante el mundo como censor, represivo e intolerante cuando lo que está buscando es dar una imagen internacional liberal, abierta y moderna? Pienso que sería muy tonto de su parte y que los tontos –tontos útiles, por cierto– se encuentran en otro lado.
(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario).
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