domingo, 8 de enero de 2017
Bowie desde la filosofía
A un año de la muerte física de David Bowie, he aquí la visión de uno de los filósofos más eclécticos y singulares de hoy, además de fan fatal del inolvidable músico.
El tiempo transcurre con demasiada prisa, con una premura digna de mejores causas, y es así como este 10 de enero se cumple ya el primer aniversario del fallecimiento de David Bowie.
A fin de no caer en el lugar común de los recordatorios que habrán de abundar en estos días, revisemos lo que nos cuenta el filósofo británico Simon Critchley en su libro Bowie, editado en español por Sexto Piso pocos meses después de la muerte del creador de Ziggy Stardust.
En sus poco más de cien páginas, adornadas por las estupendas ilustraciones de Eric Hanson, Critchley se confiesa desde un principio como un seguidor incondicional de Bowie, a quien oyó por primera vez cuando tenía tan sólo 12 años y desde entonces lo siguió con la mayor fidelidad. “Ninguna persona me ha proporcionado tanto placer como David Bowie a lo largo de mi vida”, confiesa en el preámbulo de su texto.
El idilio comenzó cuando el autor escuchó la interpretación de “Starman” en el programa de la BBC Top of the Tops, el 6 de julio de 1972, “y que fue seguido por una cuarta parte de la población británica”. Poco después, la madre de Simon adquirió el EP con la canción que en el lado B llevaba el tema “Suffragette City” y ello bastó para que aquel niño quedara enganchado para siempre a la música, las letras y la existencia de Bowie.
No se crea sin embargo que estamos ante un volumen escrito por un fan fatal del artista. Simon Critchley es una eminencia en filosofía y ha sido profesor en diversas universidades de Francia, Australia, Noruega, Suiza, los Estados Unidos y, por supuesto, la Gran Bretaña. Hoy día, ocupa la cátedra Hans Jonas en la New School for Social Research de Nueva York, donde reside. Además de sus muchos libros publicados sobre diversas temáticas, es colaborador habitual de The Guardian y The New York Times.
Así pues, el libro es un recorrido filosófico-existencial por la carrera de Bowie, basado en la discografía del mismo y la evolución de ésta, pero siempre relacionada con la propia vida del autor. Esto lo convierte en un texto original y diferente que analiza las distintas etapas por las que pasó el creador de álbumes fundamentales como Diamond Dogs, Scary Monsters o Heroes.
“Bowie nos mostró otra manera de ser chico o chica o algo completamente distinto”, comenta Critchley en el capítulo “Aferrarse a la nada”. Y continúa: “Bowie/Ziggy recalibró la sexualidad de un modo disoluto pero destilado, decididamente atrevido, pero lleno de refinamiento. Era una especie de ascetismo degenerado”.
A lo largo de Bowie, el autor refiere cómo el músico siempre trató de mostrar que lo que consideramos como la realidad es más bien una gran ilusión y por ello recurrió tanto a la creación de personajes (Major Tom, Ziggy, El Duque Blanco, etcétera), como a letras que específicamente se referían al tema. Era una manera de evadir la gris y aburrida existencia de los jóvenes de esos días, no muy diferentes por cierto a los de hoy.
“La vida era rutina; gris, constreñida e insulsa. Nuestros padres estaban sumidos en una profunda confusión moral en los sesenta, tenían aventuras, se divorciaban, llevaban pantalones de campana. Nosotros estábamos sencillamente aburridos”, escribe Critchley, para anotar más adelante: “Bowie nada tenía que ver con cualquier clase de realismo. Su éxito conectaba con una exuberancia latente, de ciencia ficción de bajo presupuesto”.
Aparte de esa ficción que tanto obsesionada al buen David, otras dos constantes en su obra fueron el anhelo y el amor. O el anhelo de amor. También está presente la nostalgia: “Lo más cerca que llegamos a estar de la nostalgia pura es en las evocaciones que Bowie hace de Inglaterra y, en especial, del Londres de su infancia y su juventud en los años cincuenta”, comenta el autor y pone como ejemplo la muy poca conocida canción “Absolute Beginners” que apareció como sencillo en 1986 y jamás perteneció a un álbum. Una canción de amor, por cierto. “Pero si mi amor es tu amor / seguro que lo logramos”, canta David en ella.
El libro habla también de los dos últimos álbumes de Bowie: The Next Day (2013) y Blackstar (2016). Cuando se publicó el primero, habían transcurrido diez años desde la aparición de su último disco en estudio, el estupendo Reality de 2003. En ese decenio, muchos habían sido los rumores sobre la mala salud de David y su ausencia de la vida pública. Incluso se llegó a hablar de que había sufrido un infarto. Por eso causó tanta alegría la salida de The Next Day, por lo demás un gran disco. En cuanto a Blackstar, el video del primer sencillo homónimo había sido dado a conocer en noviembre de 2015 y a pesar de su ominoso contenido, nadie previó lo que habría de suceder apenas dos meses después. El viernes 8 de enero de 2016, fecha del cumpleaños 69 de Bowie, el álbum se puso a la venta. Fueron sólo dos días de dicha para los seguidores del músico, ya que el domingo 10 se anunció que había muerto de cáncer de hígado en su residencia de Nueva York. El estupor fue absoluto.
Sobre el deceso de David Bowie, escribe Simon Critchley casi al final de su libro:
“A pesar de su grandiosa y evidente tristeza, la de Bowie fue la mejor de las muertes. Si hubo alguna vez una ‘buena’ muerte de una figura cultural de primer orden, una muerte digna, fue la suya. Si una muerte puede ser una obra de arte, un acto de afirmación en completa concordancia con la estética del artista, entonces eso es lo que sucedió el 10 de enero de 2016. Bowie transformó la muerte en un arte y el arte en muerte. No tuvo la estúpida muerte de una estrella de rock a los veintisiete. Y tampoco se desvaneció en una neblina de adicción, decadencia y deshonra o dejó que fuesen sus seguidores los que recompusieran los fragmentos de una vida arruinada. La suya fue una muerte noble que contó con el don de la privacidad y con todos sus fans escuchando su nuevo disco”.
(Publicado el día de hoy en "El ángel exterminador" de Milenio Diario)
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