miércoles, 18 de enero de 2017

Una mujer casada

¿Cómo es que nunca antes había yo visto esta maravilla? Había escuchado hablar de ella como una obra "menor" de Jean-Luc Godard que nada tenía que hacer frente a filmes como Sin aliento, Vivir su vida, Masculino-femenino o Pierrot, el loco. Sin embargo, Una mujer casada (Une femme mariée), filmada en 1964 (el mismo año en que realizó la también muy célebre Bande à part que vi hace algunos días), es una película perfecta: en la puesta en escena, en cada encuadre, en los diálogos, en el ritmo, en el montaje, en las actuaciones, en la maravillosa fotografía en blanco y negro. Es arte cinematográfico en su máxima expresión.
  La anécdota que se narra es muy sencilla: 24 horas en la vida de una mujer que lidia consigo misma para estar con su marido y con su amante. No es un drama, tampoco una comedia. Es la simple existencia de una parisina de la clase media alta a mediados de los años sesenta del siglo pasado. Lo que vale es la estructura, el preciosismo, la distancia que toma Godard para retratar sin moralismos a sus personajes, los finos detalles de humor, la genuina profundidad filosófica e intelectual (en el mejor sentido del término) de varios de los diálogos que contrastan a propósito con otros vacuos y cotidianos.
  En cuanto a las actuaciones, destaca sobremanera la frágil belleza de Macha Méril en el papel de la inquieta Charlotte, una mujer que parece flotar y vagar como una pluma al viento, mientras se debate en su conflicto entre el placer sexual y al amor. Su marido, un piloto aviador con quien tiene un hijo pequeño, y su amante, un actor de teatro clásico que ama a Racine, carecen de personalidad y aunque son inteligentes y más o menos cultos, no parecen suficiente para ella y quizá por ello necesita de ambos.
  Realmente una cinta esplendorosa en la que por cierto se ve mucho de lo que sería años después el cine de Woody Allen. Una obra de arte de la nouvelle vague.

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