Al término del ensayo, Pánfilo se despojó de su bajo, lo colocó cuidadosamente a un lado del amplificador y se alejó de sus compañeros para refugiarse en un rincón del cuarto. Ya tenía en su mano el iPhone y marcó un número. Aguardó con cierta impaciencia, hasta que escuchó la voz femenina que le contestaba desde el otro lado de la línea.
—¿Qué onda, guapa? ¿Cómo estás? ¿Siempre sí vas a poder?
La jovencita rio nerviosa y divertida y le respondió que aún no sabía si su mamá la dejaría salir esa noche.
—Bueno, yo te llamo más tarde o nos ponemos de acuerdo por el inbox, ¿vale? Para que me digas qué te preparo de cenar.
Pánfilo colgó y se dio cuenta de que sus camaradas lo miraban con sonrisas sarcásticas.
—¿Qué? —les espetó molesto.
—Nada, güey —le respondió Eulalio, el vocalista y líder de la banda.
No hubo mayor intercambio de palabras al respecto, aunque todos y cada uno de los integrantes de Como Santo Tomás, aquel más o menos famoso grupo mexicano de cumbia-rock, conocían a la perfección las mañas de su bajista.
Pánfilo se despidió y se dirigió a su casa. Vivía en un departamento cercano al metro Coyoacán y en cuanto llegó a su hogar, se instaló en la computadora y entró a Facebook. Varias de sus amigas estaban conectadas al chat, aunque no Vanessa, la joven de diecisiete años con quien hablara por teléfono al término del ensayo.
Como lo abrumaba charlar con varias personas a la vez, optó por saludar a una sola de ellas. La elegida fue Macaria, con quien desde semanas atrás solía sostener charlas de doble sentido.
—Hola, linda —escribió en el teclado.
—hola!!!!!!! —respondió la joven.
—¿Qué ondita? ¿Ya te decidiste?
—Jijijijijij xD
—¿Eso quiere decir que sí?
—no c, es ke mi mamá igual no me deja.
—Pues no le digas que vienes aquí, invéntale que vas con alguna amiga.
—jajaja sí, podría ser xP.
—Se me hace que la que no quiere venir eres tú.
—Noooooo!!!!! Kómo krees… Si ya muero x konocerte.
—Ahí está, ¿cómo ves este sábado?
—Chance… Tengo ke ir al gym, igual saliendo de ahí.
—Oye, ¿pero te pido una cosa?
—Klaro.
—Cuando termines en el gimnasio, no te bañes.
—jijijiji xq?
—Ya te he dicho que me encantan tus pies, ya ves que fue lo primero que me llamó la atención de ti cuando te vi en Facebook.
—Sí, pero kómo krees que voy a ir con las patas todas sudadas y apestosas y luego con los tenis, jajajajaj
—Justo eso quiero, ¿me prometes que lo harás?
—Bueno, aunke c me hace raro.
—La vamos a pasar increíble, ya lo verás.
—Sí, me imagino… Oye, me tengo que ir, tengo que hacer tarea.
—Sale, confirmamos el viernes. Chau!
—Besitos, chau! u.u
Se sintió contento pero insatisfecho. Tenía libre la noche del sábado y no podía pasarla solo. Optó por dejar abierta otra posibilidad y saludó a una más de sus amigas conectadas al chat. Se saludaron, platicaron de boberías y por fin él fue directo a lo que quería. Sólo que Mireya ya sabía de qué se trataba y en un principio se mostró esquiva.
—Es que no sé si eso me gusta —le dijo.
La primera vez, se había visto sorprendida y no atinó a reaccionar cuando él se puso de rodillas ante ella, la despojó de una de sus zapatillas de tacón, le acarició el pie con manos temblorosas y comenzó a olisquearlo con fruición. “Me haces cosquillas”, le espetó entre risas nerviosas, pero él no hizo caso y empezó a chupar su dedo gordo. El tipo sudaba y se mostraba excitadísimo, mientras ella lo contemplaba atónita y sin saber qué hacer, qué decir. Finalmente se dejó y él repitió la operación con el otro pie. No le pidió que se desnudara o que se acostara con él. Se limitó a oler y lamer los tobillos, las plantas y sobre todo cada uno de los deditos inferiores de la joven.
—Si vienes, te preparo un espagueti al roquefort y te regalo el nuevo disco de la banda. Autografiado.
Mireya terminó por ceder y le dijo que el sábado en la mañana confirmaban.
Más tranquilo, con la seguridad de que si una de las chicas fallaba, la otra casi seguramente asistiría, abrió un archivo en el que guardaba, literalmente, cientos de fotografías descargadas de los álbumes de amigas, conocidas y admiradoras. Sin embargo, no eran imágenes de ellas, sólo de sus pies: descalzos, con zapatos de tacón, con tenis. Se llevó la mano a la bragueta, bajó el cierre y comenzó a masturbarse ruidosamente mientras iba pasando las fotos.
Al poco rato, recostado en la cama, luego de beberse un whisky con agua mineral y dar dos fumadas a un cigarro de marihuana, su rostro se llenó de sombras. Quien hubiese visto sus ojos de cerca, además de lo rojo de su esclerótica, habría advertido que algunas lágrimas porfiaban por salir.
Se sentía mal. Más que mal. Pensaba en Aurora, su ex novia, quien apenas un par de semanas antes lo había cortado, cuando todo estaba listo para que se casaran. Las familias de ambos estaban felices con aquella inminente boda y todo parecía perfectamente encaminado hacia la unión matrimonial de la pareja, hasta que cierto infausto día, alguien contó a Aurora sobre las infidelidades pedicuristas de su prometido. Ese alguien era una de las muchas mujeres que habían padecido la manía olfatoria de Pánfilo y le dio nombres de otras jóvenes que podrían confirmarle aquello. “Todas lo conocemos como ‘El Huelepiés’, así le decimos”, concluyó.
Aurora habló con él, lo hizo confesar y lo cortó sin dudarlo. Paradójicamente, a ella jamás le había hecho eso. Nunca mostró alguna preferencia por sus blanquísimos pies de niña bien. De hecho, cuando le preguntó por qué con ella no había mostrado "su desviación", el tipo sólo atinó a balbucear que eso jamás, que a ella la quería y la respetaba mucho, que sólo lo hacía con chavas que no le importaban.
Se quedó profundamente dormido.
Ese sábado, Mireya fue a visitarlo y le advirtió que era la última vez que lo haría. Él le dijo que estaba bien, pero que se quitara los zapatos rápido, por favor. Pocas veces olisqueó unos pies con tanta desesperación.
Dos semanas más tarde, un hombre de veintitantos años descendía de un vagón del metrobús en la estación Campeche de la Línea 1, con dirección a Indios Verdes. Eran las siete y media de la noche. Caminó hacia la salida y al acercarse a las entradas donde aguardaban los pasajeros que se dirigían al sur de la ciudad, lo vio. Ahí estaba el hijo de su puta madre. El mismo musiquete pendejo que había hecho que su novia lo fuera a ver para olerle y chuparle los pies. Lo había descubierto todo al meterse al Inbox de su chava y leer una conversación suya con Pánfilo. Luego de una agria discusión, su relación de tres años había terminado bruscamente. Su sentimiento de odio fue tal que pensó en ir a buscar al bajista para romperle la cara. No obstante, en aquel momento había logrado controlarse.
Pero ahora era distinto. Ahí estaba el galancete, distraído, con la mirada extraviada, en espera del metrobús que lo llevaría a su casa. El hombre perdió toda calma. El rencor se apoderó de él y sus manos se engarrotaron, mientras empezaban a temblar incontrolables. Estaban a cuatro metros de distancia. Algunas personas se interponían entre ellos, pero pudo ver que Pánfilo estaba parado justo en la orilla para abordar primero. En eso, se escuchó la bocina preventiva del convoy que se acercaba a toda velocidad. No tuvo dudas sobre lo que tenía que hacer. Fue directo hacia el Huelepiés, para llegar momentos antes de que el vagón pasara a su lado. Aquello sería tan sencillo que parecería un accidente. Cuando lo tuvo a su alcance, contó los segundos que faltaban. Cinco, cuatro, tres, dos…
Todavía alcanzó a ver que el rojo vehículo llevaba rumbo a El Caminero.
Publicado originalmente en el sitio Café con Letras (http://cafeconletras.mx/)
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