En general y seguramente con algunas excepciones, nuestra clase política, como la de muchas partes del mundo, está podrida. Hay en ella corrupción, negligencia, incapacidad, incultura, oportunismo, vileza, estulticia, mezquindad y muy escasa inteligencia.
¿Qué hacer con ella? Muchos sugieren eliminarla de tajo; prescindir de los políticos, incluidos aquellos que componen la clase gobernante. Suena muy bonito. Pero, ¿quién llenaría ese vacío? Porque habría que llenarlo.
Un país requiere quién y quiénes lo gobiernen. Bajo el régimen que sea (democracia, dictadura, monarquía), se necesita un gobierno. Aún no ha existido un país guiado por la anarquía que, en su propia definición, es la negación del gobierno. ¿Qué queda, un gobierno de todos? Falacia total, utopía absurda: si todos fuéramos gobierno, ¿a quién gobernaríamos?
No hay salida: querámoslo o no, la clase política es imprescindible. Se puede regenerar con mejores cuadros, con gente más preparada, con personas que tengan vocación de servicio y que no vean en la política la oportunidad de enriquecerse. ¿Existen tales personas? Posiblemente. ¿En dónde están? No tengo la menor idea y habría que ver si les interesaría convertirse en políticos.
Así pues, la idea de desaparecer a la clase política no deja de ser un buen mal deseo imposible de realizar. Se dirá que entonces hay que dar oportunidad a quienes aún no han ejercido el gobierno. Suena bien y sin embargo...
En el caso de México, ¿cuál partido no ha gobernado? Todos lo han hecho y han demostrado que están cortados con la misma tijera. Quizás estrictamente hablando, Morena no ha tenido esa oportunidad. No con esas siglas, pero las personas que lo conforman, empezando por su propio líder, sí que han ejercido el gobierno y los resultados han sido similares a los que hemos visto con el PRI, el PAN o el PRD.
No olvidemos, como dijo Giovanni Sartori, citado hace unos días por Héctor Aguilar Camín, que las alternativas pueden ser peores.
(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)
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