A punto de cumplirse 40 años de su fallecimiento, hoy recordamos
al de Tupelo, Mississippi, desde su lado más grasoso.
Y cuando hablo de grasoso no me refiero al evidente sobrepeso que padeció en sus últimos años, cuando su gordura de devorador de hamburguesas y cocacolas se hacía más que evidente durante sus presentaciones en Las Vegas.
Al mencionar el lado negro de Elvis Presley, tampoco me refiero a sus oscuridades íntimas y personales. Lo que me interesa traer a la luz es la influencia que ejerció la llamada música negra –ergo el blues, el gospel, el soul, incluso el funk– en el intérprete más emblemático y popular de la era del rocanrol. De qué manera aquellos cantos que los W.A.S.P. más paletos del sur profundo estadounidense consideraban pecaminosos y diabólicos permearon en la mente del joven Elvis, hasta convertirlo en lo que muchos llamaron en su momento, en un bonito comentario racista, el primer cantante blanco que cantaba como negro.
Nada de extraño tiene que al haber nacido en un lugar como Tupelo, en las inmediaciones del Delta del río Mississippi, cuna del blues rural más auténtico, aquel muchacho escuchara desde niño los cánticos de los discriminados hombres de raza negra, ya sea en los campos de trabajo, en las iglesias, en las calles o afuera de los bares y clubes para los segregados nigroes.
Elvis creció en aquel mundo ambiguo en el que la música negra era despreciada pero al mismo tiempo escuchada tanto o más que las canciones hillbillies o aquellas provenientes del country and western. Muchas estaciones locales de radio estaban dedicadas a tocar blues, esa “música de esclavos” que sin embargo hacía vibrar a cualquiera con un mínimo de sensibilidad, sin importar el color de su piel, y Elvis era un tipo de una enorme sensibilidad artística. Por eso, ya de adolescente, cuando su familia se mudó (of all places) a la ciudad de Memphis, en Tennessee, le gustaron las composiciones de autores “de color” como Arthur Crudup y Rufus Thomas o los blueses de B.B. King, a quien tuvo la oportunidad de tratar desde principios de los años cincuenta.
La mudanza a Memphis habría de ser fundamental para él y para la historia toda del rock. La anécdota es muy conocida, pero siempre es bueno recordarla. En agosto de 1953, a los 18 años de edad, el joven Presley tuvo la idea de regalarle un presente muy especial a su madre el día en que esta cumplía años. Para ello, ahorró algún dinero y acudió a un estudio de grabación de la ciudad, cuyo propietario era un tal Sam Phillips. Sun Records se llamaba la pequeña pero próspera disquera. La idea del muchacho era grabar un par de canciones en un disco, para regalárselo a su mamá. Las dos piezas elegidas fueron las tradicionales “My Happiness y “That’s Where Your Heartaches Begin”. Ciertamente no eran canciones “negras”, pero cuando Sam Phillips las escuchó, de inmediato quizo saber quién era el dueño de aquella voz sin par. Por medio de su recepcionista logró entrar en contacto con él y le ofreció un contrato para grabar, cosa que extrañó al muchacho, ya que recientemente había hecho dos intentos por ingresar a un par de grupos y en ambas ocasiones le habían dicho que no servía para cantar, por lo que, resignado, acababa de tomar un trabajo como chofer de camión de una empresa de productos eléctricos.
Phillips llevaba mucho tiempo en busca de un vocalista de raza blanca que pudiera llevar a un público mayoritario el sonido de los músicos negros con los que hasta entonces había trabajado (Muddy Waters, Willie Dixon, Howlin’ Wolf, Junior Parker, Little Milton, Bobby Blue Bland, etcétera) y vio en Presley su oportunidad de oro. No se equivocaría.
En una sesión histórica, el 5 de julio de 1954, en la que los presentes en el estudio no daban con la canción precisa para que Elvis la grabara, durante un intermedio, con todos los músicos fatigados y a punto de retirarse, el joven de 18 años tomó la guitarra y empezó a cantar “That’s All Right”, un viejo blues de Arthur Crudup. Dos de los músicos, el guitarrista Scotty Moore y el contrabajista Bill Black se unieron a manera de jam session y como la puerta de la cabina estaba abierta, aquello llegó a oídos de Sam Phillips quien, como en final feliz de película hollywoodense, supo que aquel era justo el sonido que estaba buscando. Su cantante blanco con voz de negro acababa de surgir.
De inmediato se grabó un primer EP de dos caras, con “That’s All Right” como lado A y la canción de bluegrass “Blue Moon of Kentucky" como lado B. Tres días después, el disco era un éxito local, al ser difundido por una radiodifusora de Memphis. Mucha gente llamó para saber quién era aquel nuevo cantante negro y fue entonces que se reveló que Elvis Presley en realidad era blanco.
A partir de ahí, firmado por Sun Records y con la fama que se extendía rápidamente por todos los Estados Unidos, Elvis grabaría una combinación de canciones de origen bluesero, junto con otras más de tipo campirano a la Nashville. Pero era con las primeras con las que la naciente estrella se sentía más a sus anchas y con las que podía explotar más ese estilo personal que empezaba a desarrollar durante sus presentaciones y que tenía mucho más de la sensualidad negra de los músicos de blues y de soul que de la rigidez asexuada y bobalicona de los cantantes blancos de country & western. Su manera de moverse incitaba a las jovencitas (y a muchos jovencitos) que lo veían contonearse y mover la pelvis (de ahí el sobrenombre de Pelvis Presley), mas para ello requería de las canciones idóneas, con el ritmo cachondo que le permitía realizar sus tan característicos pasos de baile. Por ello grabó temas como “Good Rockin’ Tonight”, “Milk Cow Blues", “Baby Let’s Play House”, “I Got a Woman”, Mistery Train” y varias más (como “Hound Dog” o “Heartbreak Hotel”, ya en la RCA).
Aunque a principios de los sesenta fue enviado al ejército y de algún modo neutralizado, Elvis Presley jamás perdió su lado negro y lo siguió manifestando hasta el día de su muerte, el 16 de agosto de 1977, hace 40 años. En el fondo, fue siempre un blues man.
(Publicado hoy en la sección "El ángel exterminador" de Milenio Diario)
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