Licenciado en Economía por la UNAM y maestro en Periodismo Político por la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, Joel Ortega Juárez (Ciudad de México, 1946) fue miembro de la Juventud Comunista desde 1963 y participó en el movimiento estudiantil de 1968 y 1971.
Vivió en Moscú en 1969 y 1970, como estudiante en la Universidad Patricio Lumumba. Sin militancia política desde 1988, participó en la fundación de sindicatos universitarios y fue profesor de varias escuelas y facultades universitarias de 1975 a 2013. Columnista y articulista en diversos medios, ha escrito una veintena de libros, el más reciente de los cuales, Adiós al 68 (Penguin Random House, 2018), es el motivo de esta charla.
¿Qué es Adiós al 68, cuál es la tesis central del libro?
La tesis central es que lo que más daño le hizo al 68 es la ideología de la revolución mexicana, porque eso impidió entender que el Estado estaba dispuesto a usar una masacre, como la del 2 de octubre, y la dirección del movimiento no lo contempló. Los dirigentes pensaron que como el gobierno provenía de la tradición revolucionaria, habría una salida negociada al conflicto. Ese error impidió que después de la marcha del 13 de septiembre, prácticamente a un mes de los Juegos Olímpicos, nos diéramos cuenta de que ya no teníamos más capacidad para emprender otro tipo de lucha. Habíamos agotado las marchas, las asambleas, no habíamos logrado atraer a los trabajadores. No nos quedaba más que dar un viraje, cosa que sugirieron el rector Barros Sierra –y lo tildamos de traidor– y José Revueltas, aunque este lo dijo de una manera críptica. Revueltas decía que había que ir a la “democracia cognitiva” y la autogestión universitaria, es decir, dejar la huelga y tomar el poder autogestivo en la universidad. Pero eso también se consideró una tontería y Roberto Escudero, quien lo conocía muy bien, no se atrevió a proponerlo en la asamblea de Filosofía y en el Consejo Nacional de Huelga. Luis González de Alba tampoco. Ni algunos que también creíamos que debíamos cambiar la táctica, como Marcelino Perelló, Eduardo Valle “El Búho” y yo. Se consideraba que eras traidor, culero, si proponías algo diferente. Pienso que ese fue el error más importante del movimiento, porque no entendimos la esencia, la naturaleza del Estado mexicano, algo que estamos viendo hoy, con el nuevo gobierno: la restauración del estatismo nacionalista. Octavio Paz decía que en 1968 por primera vez fuimos contemporáneos del mundo. En cambio, en 2019 estamos llegando tarde. Cuando ya se está cerrando el ciclo de los gobiernos falsamente socialistas en el continente, aquí llega el Peje a la presidencia. Vamos a contracorriente de la historia. Pero volviendo al tema: cuando yo digo adiós al 68 es para dejar de verlo como un evento necrófilo, de nostalgia, de lloriqueo, dejar atrás lo que yo llamo la izquierda católica, una izquierda que sabe llorar pero no sabe luchar. Una izquierda victimista. Eso nos ha hecho un daño inmenso.
Al principio del libro hay una cita de Joaquín Sabina
En su más reciente disco, Sabina tiene una canción que se llama “Sobreviviente soy, maldita sea” y pues yo soy eso exactamente. Porque además Sabina vivió cosas semejantes. Fue miembro del Partido Comunista español, por ejemplo. La única diferencia entre ambos, para desgracia mía, es que él es rockero, es jefe. Tiene una conexión con la gente que no tienen muchos líderes. La tiene el Peje, tristemente.
Pero usted no propone olvidar el 68
No, el único que anda proponiendo olvidar es López Obrador, porque propone una amnistía y la palabra amnistía viene de amnesia, es olvido. Yo no propongo eso, tampoco perdonar.
Lo que sí digo es que hay que decir adiós, como los Beatles: “You say goodbye and I say hello”. Uno dice adiós a los padres, cuando fallecen; le dice adiós a los hijos, cuando se van de la casa; le dice adiós a las amantes. El adiós no es necesariamente amargo; es amoroso, porque cierra ciclos. Yo tengo tatuado el 68, sería imbécil pretender que lo olvide. Pero hay que dejar de medrar con él.
Estos ancianos de mi edad, panzones, calvos, cargando el ataúd y con las camisetas de “2 de octubre no se olvida” son patéticos, ya que pasen a otra cosa. Pero han cobrado eso: con diputaciones, con senadurías. ¿Nombres? No soy ministerio público ni contralor. Pero los nombres están en la prensa diaria. Como nos dijo una vez, a Marcelino Perelló y a mí, mi amiga Ikram Antaki: “Ustedes, los del 68, tienen el síndrome de Peter Pan, se creen adolescentes eternos. Ya dejen de ser niños, asuman que crecieron. Están viejos, punto”. Creo que tenía razón. Pero en general este es un país que no creció, es un niño eterno. Roger Bartra lo dice también en su teoría del ajolote. No crecimos y por eso prenden líderes como el actual, porque hay un pensamiento infantil, un pensamiento mágico.
El primer capítulo del libro se llama “La fiesta libertaria”. ¿Eso fue el movimiento de 1968?
El primero que planteó esa idea fue Perelló. En una entrevista para Proceso, en 1973, Marcelino dijo que el 68 no es sólo el 2 de octubre, sino que fue una fiesta libertaria. Tiempo después, Luis González de Alba se sumó a esa misma tesis. Pero es una tesis que no ha prendido. La noche de Tlatelolco de Elena Poniatowska, con sus dos millones de ejemplares vendidos, es la Biblia del 68.
Muchos chavos de varias generaciones crecieron leyendo ese libro y su visión trágica. No es que el libro diga mentiras, salvo la de que hubo 500 muertos aquella tarde. Pero es una obra que convirtió al movimiento en un lamento, en un cementerio, en un velatorio eterno. Decía Marcelino: ¿cuál es el objetivo de una represión? Dejarle el mensaje a la sociedad de que ya no hay que luchar. Si sólo celebramos el 2 de octubre, ¿qué estamos haciendo? Estamos reproduciendo el mensaje que quería dar el Estado: intimidar, aterrorizar. Se volvió algo coloquial decir “otro 68, no”. Yo digo al revés: crear muchos 68. Gilberto Guevara Niebla tiene una frase que recogió de Eduardo Valle, quien la pronunció en su discurso del 13 de septiembre de 1968 y que le sirvió a Gilberto para intitular un libro: “La libertad nunca se olvida”. El “Búho” dijo aquel día, con su vehemencia acostumbrada: “Antes queríamos quitarnos las cadenas, ahora sabemos que se pueden quitar. Lo que hay que discutir es cómo quitarlas”. Estas enseñanzas del movimiento son el patrimonio del mismo, un patrimonio de libertad. Si uno resumiera qué quería el 68 y qué logró fue esto: la libertad. Al respecto, tengo que decir que el mejor texto sobre el movimiento, a lo largo de estos 50 años, es el de Enrique Krauze en Letras Libres: “Memoria del 68”. Ahí dice que no queríamos la democracia, eso no nos importaba; tampoco queríamos elecciones libres. No queríamos el poder. Queríamos la libertad. Éramos libertarios. En ese sentido, éramos parientes muy cercanos de los anarquistas. También de los liberales, aunque con un sentido social.
Usted estuvo aquella tarde en Tlatelolco, ¿cómo fue su 2 de octubre?
El 2 de octubre fue un hecho brutal. El nivel de salvajismo que usaron es indescriptible y tiene que ver con un Estado autoritario, corporativo, y una sociedad en la que nadie opinaba. Yo estaba con la gente de la Facultad de Economía en la base del edificio “Chihuahua” de la Unidad Tlatelolco. Arriba, en la tribuna, estaba “El Búho” con los que iban a hablar. En ese entonces yo tenía cinco años de militar en la Juventud Comunista y, por precocidad, diez años de participar en manifestaciones, porque mi mamá había sido maestra. Sabía yo cómo moverme. Cuando empezó la balacera, un amigo me tomó del brazo para tratar de formar una cadena, pero yo me solté y le dije: “¡Estás pendejo, aquí hay que salir! No van a repartir flores, los soldados vienen a matar”. Yo conocía bien Tlatelolco porque tenía amigos que habían vivido ahí, entonces me fui hacia el oriente, hacia la avenida Reforma, y en la carrera, por circunstancias o casualidades a las que yo llamo astrales, me encontré con mis hermanos que habían ido por su cuenta al mitin. Como yo acababa de regresar de Bulgaria, de seguro me tenían fichado y si me agarraban me iban a hacer papa. Por eso les dije a mis hermanos que teníamos que cruzar Reforma, aunque había un helicóptero vigilando. Cruzamos y los 60 metros que medía de ancho la avenida se me hicieron un kilómetro. Pero había que apostar y lo hicimos. Corrimos y en la carrera vi caer a varios, no sé si muertos, heridos o si sólo se tropezaron. Salimos de ahí y nos refugiamos en unas vecindades, donde los vecinos nos permitieron ocultarnos.
En el libro se refiere al movimiento como algo que no fue aislado, sino que se inscribió en una especie de tendencia internacional
¿Qué explica que en Berlín, en París, en Japón, en Estados Unidos, en La India, en Uruguay, en el Magreb, al norte de África, y en Ghana, en el África negra, ese año se produjeran los movimientos estudiantiles? No fue una conjura, como estúpidamente decía Luis Echeverría, en la que estuvieran inmiscuidos los rusos y los cubanos. ¿Cómo se produjo esto entonces? ¿Qué lengua subterránea había? ¿Cómo se conectan estas cosas? No se sabe. Durante años se ha manejado la versión de que en la Plaza de las Tres Culturas los primeros disparos surgieron desde la parte alta de los edificios, por parte del Batallón Olimpia, contra los soldados y que estos respondieron el fuego. Pero en el libro usted desmiente esto, al decir que la dirección de los balazos fue mayormente en dirección horizontal.
En la página 175 reproduzco un oficio dirigido al Procurador de Justicia del Distrito Federal en el que el director del Servicio Médico Forense reportaba 26 cadáveres; de esos, cuatro tenían heridas con trayecto ascendente y 22 con heridas de trayecto sensiblemente horizontal. Con trayecto descendente: cero. Son 26 los muertos reportados en ese documento, luego nosotros detectamos 58 civiles y dos soldados. El reporte del forense significa que los soldados dispararon. No llegaron disparando y ese es un matiz importante, llegaron con el arma en ristre. Pero después abrieron fuego. Hay otro dato que esgrimieron muchos, en especial desde el gobierno: que el general José Hernández Toledo, el militar al mando de la operación, fue el primer herido y que recibió un tiro por la espalda. Ese fue el pretexto, la estratagema de los cuerpos represivos para legitimar la intervención inmediata. Eso que creen algunos, como López Obrador, de que el ejército es pueblo vestido de verde, es una imbecilidad. Los ejércitos de todo el mundo son instrumentos para matar. En cuanto al Batallón Olimpia, no era, como se dice, un grupo paramilitar. Se trataba de un batallón regular del ejército, creado para vigilar los Juegos Olímpicos. Fueron a Tlatelolco vestidos de civil y llevaban un guante blanco en la mano izquierda. Su objetivo era subir para detener a los líderes del movimiento.
Preguntaba González de Alba con mucha razón: ¿por qué no mataron a ninguno de nosotros? La verdad es que reinó mucha confusión.
¿Cuál es entonces la principal virtud del 68?
La identidad colectiva. Esa identidad que nos dio una fuerza inmensa y que iba más allá de los partidos, de los sindicatos. Pero también cometimos errores. Con tal de acabar con los cuerpos juveniles aliados del Estado, es decir las federaciones estudiantiles, las tiramos a la basura y hoy día no hay federaciones de estudiantes. Cincuenta años después, los estudiantes mexicanos no cuentan con una organización que los aglutine. No todo lo que el 68 legó es necesariamente positivo. Una gran mentira, por ejemplo, es que López Obrador sea depositario del movimiento del 68; aunque hay una paradoja: sin el 68, políticamente él no existiría. Si no hubiéramos conquistado la libertad de prensa, de reunión, de manifestación, no habría lo que existe hoy. En esa época no había partidos políticos reales, no había elecciones libres, no había nada.
El 2 de octubre fue un hecho brutal. El nivel de salvajismo que usaron es indescriptible y tiene que ver con un Estado autoritario, corporativo, y una sociedad en la que nadie opinaba. Yo estaba con la gente de la Facultad de Economía en la base del edificio “Chihuahua” de la Unidad Tlatelolco. Arriba, en la tribuna, estaba “El Búho” con los que iban a hablar. En ese entonces yo tenía cinco años de militar en la Juventud Comunista y, por precocidad, diez años de participar en manifestaciones, porque mi mamá había sido maestra. Sabía yo cómo moverme. Cuando empezó la balacera, un amigo me tomó del brazo para tratar de formar una cadena, pero yo me solté y le dije: “¡Estás pendejo, aquí hay que salir! No van a repartir flores, los soldados vienen a matar”. Yo conocía bien Tlatelolco porque tenía amigos que habían vivido ahí, entonces me fui hacia el oriente, hacia la avenida Reforma, y en la carrera, por circunstancias o casualidades a las que yo llamo astrales, me encontré con mis hermanos que habían ido por su cuenta al mitin. Como yo acababa de regresar de Bulgaria, de seguro me tenían fichado y si me agarraban me iban a hacer papa. Por eso les dije a mis hermanos que teníamos que cruzar Reforma, aunque había un helicóptero vigilando. Cruzamos y los 60 metros que medía de ancho la avenida se me hicieron un kilómetro. Pero había que apostar y lo hicimos. Corrimos y en la carrera vi caer a varios, no sé si muertos, heridos o si sólo se tropezaron. Salimos de ahí y nos refugiamos en unas vecindades, donde los vecinos nos permitieron ocultarnos.
En el libro se refiere al movimiento como algo que no fue aislado, sino que se inscribió en una especie de tendencia internacional
¿Qué explica que en Berlín, en París, en Japón, en Estados Unidos, en La India, en Uruguay, en el Magreb, al norte de África, y en Ghana, en el África negra, ese año se produjeran los movimientos estudiantiles? No fue una conjura, como estúpidamente decía Luis Echeverría, en la que estuvieran inmiscuidos los rusos y los cubanos. ¿Cómo se produjo esto entonces? ¿Qué lengua subterránea había? ¿Cómo se conectan estas cosas? No se sabe. Durante años se ha manejado la versión de que en la Plaza de las Tres Culturas los primeros disparos surgieron desde la parte alta de los edificios, por parte del Batallón Olimpia, contra los soldados y que estos respondieron el fuego. Pero en el libro usted desmiente esto, al decir que la dirección de los balazos fue mayormente en dirección horizontal.
En la página 175 reproduzco un oficio dirigido al Procurador de Justicia del Distrito Federal en el que el director del Servicio Médico Forense reportaba 26 cadáveres; de esos, cuatro tenían heridas con trayecto ascendente y 22 con heridas de trayecto sensiblemente horizontal. Con trayecto descendente: cero. Son 26 los muertos reportados en ese documento, luego nosotros detectamos 58 civiles y dos soldados. El reporte del forense significa que los soldados dispararon. No llegaron disparando y ese es un matiz importante, llegaron con el arma en ristre. Pero después abrieron fuego. Hay otro dato que esgrimieron muchos, en especial desde el gobierno: que el general José Hernández Toledo, el militar al mando de la operación, fue el primer herido y que recibió un tiro por la espalda. Ese fue el pretexto, la estratagema de los cuerpos represivos para legitimar la intervención inmediata. Eso que creen algunos, como López Obrador, de que el ejército es pueblo vestido de verde, es una imbecilidad. Los ejércitos de todo el mundo son instrumentos para matar. En cuanto al Batallón Olimpia, no era, como se dice, un grupo paramilitar. Se trataba de un batallón regular del ejército, creado para vigilar los Juegos Olímpicos. Fueron a Tlatelolco vestidos de civil y llevaban un guante blanco en la mano izquierda. Su objetivo era subir para detener a los líderes del movimiento.
Preguntaba González de Alba con mucha razón: ¿por qué no mataron a ninguno de nosotros? La verdad es que reinó mucha confusión.
¿Cuál es entonces la principal virtud del 68?
La identidad colectiva. Esa identidad que nos dio una fuerza inmensa y que iba más allá de los partidos, de los sindicatos. Pero también cometimos errores. Con tal de acabar con los cuerpos juveniles aliados del Estado, es decir las federaciones estudiantiles, las tiramos a la basura y hoy día no hay federaciones de estudiantes. Cincuenta años después, los estudiantes mexicanos no cuentan con una organización que los aglutine. No todo lo que el 68 legó es necesariamente positivo. Una gran mentira, por ejemplo, es que López Obrador sea depositario del movimiento del 68; aunque hay una paradoja: sin el 68, políticamente él no existiría. Si no hubiéramos conquistado la libertad de prensa, de reunión, de manifestación, no habría lo que existe hoy. En esa época no había partidos políticos reales, no había elecciones libres, no había nada.
Habla usted de la prensa, ¿cómo trató esta al movimiento?
Al día siguiente del 2 de octubre, toda la prensa, sin excepción, habló en sus primeras planas de un “enfrentamiento” en Tlatelolco. ¿Cuál enfrentamiento? Tres batallones del ejército, es decir, entre tres y cinco mil soldados con jeeps, con tanques, con helicópteros, con armas de alto poder, contra una multitud. Fue algo completamente desigual. Una cosa aberrante, como las masacres de ahora, en Tlatlaya o en Nochixtlán. De equis número de personas involucradas, siempre los muertos están del lado civil. Por eso es tan peligroso que el gobierno actual entregue la Guardia Nacional a los militares. En ese sentido, si algo representa López Obrador es el anti 68, en todos los planos. Esas cartillas morales, aunque las haya escrito Alfonso Reyes, son lo contrario al 68. Nosotros éramos libertarios, estábamos en favor de la libertad sexual, de toda clase de libertades. La nuestra era una visión placentera. Yo creo que la verdadera fuerza motora de la historia no es la lucha de clases, sino la disputa entre el hedonismo y los ascetas. El movimiento estudiantil del 68 fue profundamente hedonista.
(Entrevista publicada el día de hoy en Hola, suplemento semanal en español del diario estadounidense Los Angeles Times)
Al día siguiente del 2 de octubre, toda la prensa, sin excepción, habló en sus primeras planas de un “enfrentamiento” en Tlatelolco. ¿Cuál enfrentamiento? Tres batallones del ejército, es decir, entre tres y cinco mil soldados con jeeps, con tanques, con helicópteros, con armas de alto poder, contra una multitud. Fue algo completamente desigual. Una cosa aberrante, como las masacres de ahora, en Tlatlaya o en Nochixtlán. De equis número de personas involucradas, siempre los muertos están del lado civil. Por eso es tan peligroso que el gobierno actual entregue la Guardia Nacional a los militares. En ese sentido, si algo representa López Obrador es el anti 68, en todos los planos. Esas cartillas morales, aunque las haya escrito Alfonso Reyes, son lo contrario al 68. Nosotros éramos libertarios, estábamos en favor de la libertad sexual, de toda clase de libertades. La nuestra era una visión placentera. Yo creo que la verdadera fuerza motora de la historia no es la lucha de clases, sino la disputa entre el hedonismo y los ascetas. El movimiento estudiantil del 68 fue profundamente hedonista.
(Entrevista publicada el día de hoy en Hola, suplemento semanal en español del diario estadounidense Los Angeles Times)
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