A lo largo de su campaña (la tercera) por la presidencia de la República, Andrés Manuel López Obrador no paró de insultar y denostar a las fuerzas armadas de México, a las que tildó de corruptas y asesinas cada vez que pudo hacerlo. También criticó acremente la Ley de Seguridad Interior propuesta por el gobierno de Enrique Peña Nieto, la cual finalmente fue derogada por la Suprema Corte de Justicia de la Nación que la declaró inconstitucional. Por ello, una de las promesas más sonadas del candidato de la coalición Juntos Haremos Historia y que le ganó muchos adeptos fue la de que de ganar las elecciones, regresaría paulatinamente a los soldados y a los marinos a sus cuarteles. Incluso acuñó el lema “Abrazos, no balazos”. En una palabra, prometió desmilitarizar al país.
Como todos sabemos, el 1 de julio pasado López Obrador ganó de manera rotunda y a lo largo de los cinco meses de interregno, prácticamente empezó a ejercer como presidente de facto, aunque todavía era presidente electo. Fue durante este periodo que sucedió algo a lo que no se le ha dado la suficiente importancia y que a mi modo de ver fue un momento clave para entender lo que estamos viviendo con el tema de la Guardia Nacional.
La del lunes 22 de octubre de 2018 es una fecha que todos deberíamos tener muy marcada. Ese día, López Obrador se reunió en privado con el aún secretario de la Defensa Nacional, el general Salvador Cienfuegos. No se sabe a ciencia cierta qué fue lo que ambos personajes hablaron, pero sí sorprendió que al salir de ese encuentro, el presidente electo dio un giro de 180 grados a su discurso anterior sobre las fuerzas armadas.
A partir de ese día, el tabasqueño no sólo habló maravillas de los militares, sino que comenzó a impulsar la ley que crea la Guardia Nacional, pero ya no con un mando civil sino con uno de corte militar y por tiempo ilimitado. No sólo eso: ya en la presidencia, otorgó a la Sedena su mayor presupuesto desde 2010, así como la concesión para construir y operar el aeropuerto de Santa Lucía con todos sus beneficios económicos; autorizó la venta de 30 de las 150 hectáreas que posee esta secretaría en Santa Fe, a fin de construir departamentos de lujo cuyas ganancias quedarán en manos de la Guardia Nacional y también entregó a Ejército y Marina el control de áreas clave de Pemex.
¿A qué se debió este cambio de rumbo de López Obrador, quien de ser casi un enemigo jurado de las fuerzas armadas (recordemos, por ejemplo, que en octubre de 2016 instruyó de manera tajante a los grupos parlamentarios de Morena a rechazar un minuto de silencio o cualquier otra expresión solidaria a favor de soldados, marinos y policías caídos en el cumplimento de su deber), se transformó –literalmente de un día a otro– en su principal aliado y simpatizante? ¿Qué se habló en aquella reunión del 22 de octubre pasado y, sobre todo, qué le dijeron o qué advertencia le hicieron los altos mandos militares para hacerlo cambiar de un modo tan radical y contradictorio?
Muy pocos analistas y comentaristas han tocado el tema (sólo he escuchado y/o leído algo al respecto por parte de Brozo, Lisa Sánchez y Denise Dresser, no sé si porque otros no le han dado importancia o porque prefieren no meterse en camisa de once varas). El hecho es que algo sucedió aquel lunes y no sabemos qué fue. Quizás eso explique la desesperada y casi histérica insistencia del presidente para que se apruebe, a la voz de ya, la Guardia Nacional con mando militar y explique también sus ataques a las organizaciones y personas de la llamada sociedad civil que se siguen oponiendo a ello y que han argumentado que la Guardia Nacional que propone López Obrador, con disciplina y formación militar, viola estándares internacionales en materia de derechos humanos, deforma preceptos constitucionales establecidos desde hace siglo y medio y emula un modelo propio de regímenes dictatoriales o antidemocráticos.
Podemos especular muchas cosas sobre la actual relación entre Andrés Manuel López Obrador y las fuerzas armadas. Pero todo quedaría en eso: en meras especulaciones y sospechas de que se nos está ocultando algo. Por eso nada podemos afirmar.
Tal vez algún día se conozca lo que sucedió aquel 22 de octubre de 2018 y eso explique mucho (o todo) lo que hoy estamos viviendo y lo que se le viene al país si los legisladores de Morena (algunos de ellos vergonzantes sobrevivientes del movimiento estudiantil de 1968) y su líder consiguen su siniestra meta de militarizar al país y otorgar a las fuerzas armadas un poder cuyos alcances y consecuencias no podemos imaginar.
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