sábado, 9 de febrero de 2019

Cámara húngara: Carretera al infierno

I'm on the highway to hell
On the highway to hell
Highway to hell
I'm on the highway to hell

AC/DC

Conforme transcurren –con exasperante lentitud– los tiempos de la llamada Cuarta Transformación y llegamos a sus primeros 71 días, estamos muy lejos de ver los signos reales de un cambio positivo y en cambio, en medio de la polarización y la división entre mexicanos, nos encontramos frente a una realidad nacional desgobernada por el delirio, la ignorancia, la incapacidad, la estupidez y la soberbia.
  Más que una realidad, existen hoy dos realidades en México. Una es la realidad verbalizada de las conferencias mañaneras del presidente López Obrador, en las que éste se convierte en la única voz de su gobierno y el que dicta una agenda llena de lecciones morales, exhortos, regaños, admoniciones y promesas que no pasan de eso, de promesas, a la vez que niega, evade, menosprecia, desmiente y distorsiona todo aquello que pueda contradecir lo que él afirma, no sé si con una ingenuidad o un cinismo asombrosos. La utopía morena avanza incontenible, según nos dice el primer mandatario, sin importar que los datos duros desdigan a dicha utopía y la conviertan en una amenazante e infernal distopía hacia la cual nos deslizamos vertiginosos como en un tobogán sin freno. Y es aquí donde aparece la otra realidad. La realidad real.
  Ya muchos han elaborado diferentes listados de los desatinos cometidos por la actual administración (y le digo administración por llamarla de alguna manera). A mi entender, los más graves son la cancelación de las obras del NAICM en Texcoco, la creación y posterior entrega de la Guardia Nacional a la Secretaría de la Defensa y la patética fábula de la guerra contra el huachicoleo, invención perversa que sólo sirvió para desabastecer de combustible por casi un mes a buena parte del país, golpear a gobernadores desafectos, provocar la espantosa muerte de más de cien personas en Tlahuelilpan y tratar de ocultar el gran error que significó disminuir de manera drástica la ya establecida adquisición de gasolina en los Estados Unidos (error que fue incrementado por la “extraña” compra sin licitación –es decir, una compra corrupta– de camiones tanque, las famosas pipas).
  A eso agreguemos la zafia ridiculez del equipo de Pemex que fue a “negociar” a Nueva York y le costó a la paraestatal una baja de calificación, los recortes a diestra y siniestra (tanto de personal en diferentes dependencias gubernamentales como en programas como el de las estancias infantiles), los “pequeños” escándalos (como los de las declaraciones patrimoniales de los secretarios de Estado o la manera vil como fue echado el director de la Biblioteca Vasconcelos) y la necedad de construir la refinería de Dos Bocas y el inenarrable Tren Maya, caprichos personales ambos del presidente, quien al parecer está dispuesto a llevarlos a cabo a cualquier costo.
  Con una economía en picada y una militarización in crescendo; con una concentración del poder cada vez más peligrosa y autoritaria; con un gabinete gris, lacónico, senil y carente de iniciativa; con un poder legislativo lacayuno y servil; con un poder judicial en riesgo de perder su independencia; con una fiscalía absolutamente carnal y supeditada a la voluntad presidencial; con la espada de Damocles que pende sobre los órganos autónomos (desde el INE hasta el INAI, pasando por la CNDH y el INEGI); con las mofas y los insultos a la prensa que no se ha alineado; con la postura cada vez más alejada del concierto internacional frente a la crisis de Venezuela; con las cartillas morales, las prédicas seudo religiosas y hasta la amenaza de elaborar una nueva constitución; con todo ello más lo que se siga acumulando, transitamos por una carretera que nos lleva, directito y sin escalas, al mismísimo infierno.
  We’re on the highway to hell.

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