viernes, 7 de septiembre de 2007
¿Todos somos priistas?
Las señales son claras, inequívocas. La vieja cultura priista, al igual que el dinosaurio de Monterroso, todavía se encuentra aquí, impertérrita, inamovible, como una pesada y pétrea mole firmemente aposentada sobre territorio mexica. Está en la sangre de todos los políticos: los panistas, los perredistas y, claro, los priistas.
Por eso todos ellos, juntos y felices, quieren eliminar al IFE como entidad autónoma, para regresar a aquellos tiempos arcaicos cuando las elecciones eran manejadas y manipuladas por la clase política.
Por eso Felipe Calderón revive la fatua solemnidad del Día del Presidente, para que acarreados de lujo lo aplaudan veintitantas veces y los fantasmas del echeverrismo, el lopezportillismo y el salinato retornen del más allá y espanten a los del más acá.
Por eso en el PRD pervive el caudillismo con tufo de presidencialismo tricolor y todos sus feligreses obedecen religiosamente a la voz del amo, del cacique, del líder iluminado, sin que alguien ose mostrar la menor discrepancia, so pena de ser anatemizado y corrido de la iglesia del delirante "presidente legítimo" (y peor aún: que éste le retire el saludo).
El PRI vive y su herencia sigue. Lo que cabría preguntar es qué tanto continúa permeando esta situación en el pensamiento más profundo de eso que llamamos el pueblo mexicano y al cual pertenecemos todos los nacidos y naturalizados de esta república tan singular, tan surreal, tan curiosamente premoderna. Siglos y más siglos sin democracia nos determinan aún y hacen que le tengamos –diría Erich Fromm- miedo a la libertad. La infracultura priista es autoritaria, terrible, ominosa, despreciable, pero también es más cómoda… y aquí nadie se quiere sentir incómodo.
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