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Las señales son claras, inequívocas. La vieja cultura priista, al igual que el dinosaurio de Monterroso, todavía se encuentra aquí, impertérrita, inamovible, como una pesada y pétrea mole firmemente aposentada sobre territorio mexica. Está en la sangre de todos los políticos: los panistas, los perredistas y, claro, los priistas.
Por eso todos ellos, juntos y felices, quieren eliminar al IFE como entidad autónoma, para regresar a aquellos tiempos arcaicos cuando las elecciones eran manejadas y manipuladas por la clase política.
Por eso Felipe Calderón revive la fatua solemnidad del Día del Presidente, para que acarreados de lujo lo aplaudan veintitantas veces y los fantasmas del echeverrismo, el lopezportillismo y el salinato retornen del más allá y espanten a los del más acá.
Por eso en el PRD pervive el caudillismo con tufo de presidencialismo tricolor y todos sus feligreses obedecen religiosamente a la voz del amo, del cacique, del líder iluminado, sin que alguien ose mostrar la menor discrepancia, so pena de ser anatemizado y corrido de la iglesia del delirante "presidente legítimo" (y peor aún: que éste le retire el saludo).
El PRI vive y su herencia sigue. Lo que cabría preguntar es qué tanto continúa permeando esta situación en el pensamiento más profundo de eso que llamamos el pueblo mexicano y al cual pertenecemos todos los nacidos y naturalizados de esta república tan singular, tan surreal, tan curiosamente premoderna. Siglos y más siglos sin democracia nos determinan aún y hacen que le tengamos –diría Erich Fromm- miedo a la libertad. La infracultura priista es autoritaria, terrible, ominosa, despreciable, pero también es más cómoda… y aquí nadie se quiere sentir incómodo.
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