martes, 30 de octubre de 2007
Reflexión
Un hombre supuestamente maduro de pronto se topa con alguien a quien no esperaba, una mujer mucho más joven que él. Corrijo: se topa con alguien cuya existencia intuía o sabía que era cierta, pero de quien no tenía idea cuándo habría de atravesarse en su vida. Muchas veces, tiempo atrás, ese hombre pensó: “Sé que ella existe y que se encuentra en alguna parte. Pero, ¿cómo será, en dónde estará, cuántos años tendrá, cómo la reconoceré cuando el destino por fin me ponga frente a ella?”. Así transcurrieron meses, años, sin que esa mujer apareciera y sin embargo, apareció. El hombre había creído muy poco antes que otra era la que él esperaba, una joven que había surgido como de la nada y quien por algunas semanas llegó a confundirlo. No obstante, bastó con que una noche se topara con la Verdadera, por la que tanto había aguardado, para que la reconociera de inmediato. No tuvo dudas: era ella. Ahora tenía imagen, forma, rostro, voz, sonrisa, alma. No que aquel hombre la hubiese elegido: la vida misma la ponía ante él, porque ese era su sino y contra lo que está escrito no se puede luchar. Sí, la reconoció cuando ella se le acercó y lo llenó de calidez y de afecto y de simpatía y de amor. Pero la historia aún no tiene un final feliz o infeliz, todo es aún incierto y movedizo. No queda más que dejarse llevar por el fluir de la vida. La única real certeza es que el destino depara una conclusión y que ésta llegará más temprano que tarde. Porque lo que ha de ser, será y lo que no, no. Así de simple, así de complicado.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario