martes, 30 de septiembre de 2008

Recordatorio



Les recuerdo que el relato de mi contradictorio viaje por París lo estoy subiendo, día por día, en sus respectivas fechas del mes de septiembre. Hasta ahora, llevo escritos del 10 al 15 de este mes, así que es ahí donde pueden enterarse de algunos pormenores -fotos incluidas- de mi periplo por tierras galas. Lo del 16 al 20 lo subiré en estos próximos días.

Hoy por la tardenoche estuve platicando largo y tendido con mi amiga Elena Santibáñez (los lectores de La Mosca saben quién es, ya que escribía la columna "La tela de Penélope"). Nos vimos en un cafecito de la colonia Narvarte y fue un rato muy agradable (incluso por la meserita que nos atendió, una chavita muy linda, je).

lunes, 29 de septiembre de 2008

París


No, no voy a volver a hablar de mi reciente viaje a la capital francesa ni a hartarlos con más detalles del mismo. Lo que quiero es escribir algo sobre la película que fui a ver ayer por la tarde en el Cinépolis Diana. París (2008) se llama la cinta, dirigida por el realizador galo Cedrik Klapisch. Forma parte del ciclo de cine francés que se presenta en varios cines del DF y es una maravilla. Varias historias se entretejen, un poco a la manera de Robert Altman (de quien acabo de ver, en DVD, la magnífica The Company de 2003), pero la verdadera protagonista es la grande y luminosa y colorida ciudad. Aunque hay una historia principal (la de un hombre treintañero que sufre una enfermedad cardiaca que hace urgente que le trasplanten el corazón), las otras no dejan de ser importantes (sobre todo la del profesor de historia de La Sorbona que se enamora de una alumna espectacular, interpretada por la divina Mélanie Laurent). La actuación de una muy bella (a sus cuarenta años ya) Juliette Binoche, como la hermana divorciada y con tres hijos del hombre enfermo, no hace sino reforzar la calidad y belleza del filme. No puedo negar que me sentí conmovido por París. A escasos días de haber estado allá, ver tan pronto su majestuosidad en la pantalla me trajo mil recuerdos -buenos y malos- en cascada y por momentos hizo que se me formara un nudo en la garganta. Sutil, delicada, tersa, con un sentido del humor finísimamente negro aun en los momentos trágicos, París es una peli altamente recomendable (como lo es Paris, je t'aime que me acabo de conseguir) y disfrutable. Si la pueden ver, no se la pierdan.

Fui a ver la película porque ayer mismo en la mañana me la recomendó mi hermana Myrna. También me dijo que el actor principal (Romain Duris) era muy parecido en lo físico a mi hijo Alain. No jueguen, son casi idénticos. Eso hizo que me metiera más en la trama.

Fui al Cinépolis Diana con mi amigo Eduardo Limón. Hacía literalmente años que no iba al cine acompañado de un hombre. Me sentí medio gay, ja.

Hoy lunes, por la tarde, acudí a las oficinas de Milenio. Me dio harto gusto saludar entre otros cuates a Claudia Amador, Carlos Marín, Tacho, Óscar Jiménez, Juan Alberto Vázquez, Rafael Tonatiuh, Vero Maza, Jairo Calixto Albarrán, José Luis Martínez y hasta Xavier Velasco, con quien me topé ahí. De hecho, José Luis (director del suplemento cultural Laberinto) me dio un aventón de regreso a la Nápoles.

Ya por la noche, vino a visitarme M. Maravillosa como siempre. Un aliviane verla. Hablamos de mi viaje, del que ella está a punto de realizar y de muchas cosas más. Sin duda sigue siendo una de las mujeres fundamentales de mi vida y creo que yo soy alguien muy importante en la suya. La adoro con toda mi alma y sé que ella comparte el sentimiento. Nuestra amistad es de esas que duran para siempre. Amo a M.

domingo, 28 de septiembre de 2008

...y una semana después


A siete días del regresó de París, sigo sin entender, sin comprender a ciencia cierta, qué demonios fue lo que pasó. ¿Cuál fue el factor determinante para que un viaje planeado con tanta antelación, a fin de que resultara prácticamente perfecto, se viera tan lleno de momentos desagradables de los cuales la ciudad no tuvo la culpa? Lo analizo y no encuentro respuesta. Una relación de amistad y cariño de casi dos años debió verse reforzada con el viaje y al final fue exactamente lo contrario. Sigo pensando que es injusto.
Lo que me han estado diciendo algunos cercanos y cercanas: "es que das demasiado", "siempre pones a la mujer que amas en un pedestal", "tú ya sabías cómo es ella", "¿qué querías? Está al cien por ciento con su güey", "te usó y te desechó", "es difícil convivir tantos días y tantas horas con alguien", "eres muy ingenuo", "posiblemente quiso marcar distancia para que no te ilusionaras y no supo hacerlo con tacto", etcétera. Tal vez sea todo eso, tal vez no. El hecho es que desde el jueves pasado se rompió todo contacto y fui yo quien lo decidió. La pienso mucho, la extraño en demasía, pero no tengo ánimos de verla. Me siento lastimado.

sábado, 27 de septiembre de 2008

Jet lag*


Caray. Apenas doce días fuera de México y a mi regreso me encuentro con un país desmadejado, confundido, aterrado y, para colmo, con un clima de la fregada (ah, qué pinche frío hace). No es que previo a mi viaje (el cual no me fue financiado por “los panistas”, como ya me sugirió uno de mis lectores pejistas) las cosas hubieran estado muy bien (bueno, hacía más calorcito), pero como que hay un antes y un después –cuando menos sicológico- a partir de los golpes de granada en Morelia, la noche del 15 de septiembre.
Me topo, sin embargo, con una histeria en los medios que no palpo en la calle, con la gente (dirían los clásicos) común y corriente. Yo sé que la situación es gravísima, que el crimen organizado anda desatado (conste que desde el principio del sexenio opiné que era un error darle de palos al avispero) y que la clase política muestra como nunca su incapacidad y su pasmo (como si sus personeros no supieran que la única manera de neutralizar al narcotráfico es mediante la legalización de las drogas y la regulación de su venta y consumo). Sé, pues, que la situación está muy mal, pero me pregunto si tan mal como para que la República se derrumbe. Yo pienso que no.
Uno lee los diarios, ve y escucha las noticias y los comentarios en radio y televisión y parecería que México es una nueva sucursal de Irak o Afganistán y que el Apocalípsis (así, con mayúscula) está a punto de barrer con todo. No se trata, insisto, de negar la realidad, pero esa histeria mediática no la veo -por fortuna- traducida entre la ciudadanía. La gente, el pueblo o como se le quiera llamar (sólo no le digan “sociedad civil”, plis) está más preocupada por el alza de los precios, el mal clima (en serio que hace frío), la crisis en el América y las Chivas o los chismes de la farándula. Yo así lo veo, pero puede ser que me encuentre equivocado, un tanto cuanto alucinado, y que aún no termine de ubicarme en la realidad mexicana luego de mi viaje por tierras de franchutes (We’ll always have Paris, kid).
A lo mejor estoy desvariando. Debe ser el jet lag.

*Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario.

viernes, 26 de septiembre de 2008

Vendredi sombré


Un viernes melancólico y frío. Esa llamada suya, ayer, me afectó mucho. ¿Por qué esa actitud? Me resulta incomprensible.

jueves, 25 de septiembre de 2008

El proyecto camina, va


Hoy por la tarde tuve larga junta con las personas con quienes estoy trabajando en el proyecto post-Mosca. Aunque todavía no puedo soltar prenda acerca de las características del mismo, estoy en posición de decirles que dimos un paso muy grande hacia adelante y que muy pronto estaremos laborando ya de lleno en la construcción de lo que esperamos sea una verdadera sorpresa. Es cosa de meses aún, pero se trata de hacer algo que -creemos- va a ser muy bueno. No desesperen, las cosas avanzan. El viaje a París no significó freno alguno como muchos temían. Si hay alguien ilusionado con retomar la senda moscosa (aunque sea bajo otro nombre), ese soy yo.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Como que no me ubico


A tres días de haber regresado a Mexiquito lindo y querido, sigo instalado en el limbo. Mis horas de sueño están torcidas y al anochecer me siento muy fatigado y como si flotara. En fin, espero recobrar pronto el sentido y sobre todo la sensación de realidad. Pau vino a traerme las fotos que tomamos en París con su cámara digital. Las pasamos a mi compu. Están muy padres. Fue visita de doctor, se fue casi en seguida.

martes, 23 de septiembre de 2008

Para quienes me lo han preguntado


La relación de mi viaje a París irá apareciendo del 9 al 20 de septiembre pasados (vaya paradoja temporal) en su respectivo lugar de este mismo blog, es decir, abajo de este día, en el orden normal de lectura de todos los blogs (ya subí los dos primeros días, por cierto). Espero no haber sido demasiado confuso.

(Foto: Paulina Chávez Vera)

lunes, 22 de septiembre de 2008

Readaptación


Fue un lunes neutro. Hice muy poco. Algunas llamadas para saludar a familiares y amigos. Un día que me tomé para readaptarme al horario nacional, aunque no lo logré del todo. Pero ai la llevo. Mañana debo reintegrarme al ritmo de trabajo habitual. Ojalá. Por lo pronto, ando medio adormilado.

domingo, 21 de septiembre de 2008

De nuevo en casa


Pues con la novedad de que ya me encuentro de regreso en México. Han sido doce días intensos, altamente disfrutables, contradictorios, fascinantes, agotadores, maravillosos, sin pausa, apasionantes, con momentos celestiales pero también con momentos difíciles. No fue tal vez el viaje perfecto que había ideado, pero valió mucho la pena y bajo ninguna circunstancia me arrepiento de haberlo hecho como lo hice y con quien lo hice. Ya iré narrando día a día lo que fue este periplo por París (las fechas que quedaron pendientes en este blog-diario -entre el 9 y el 20 de septiembre- serán debidamente escritas). El avión de Iberia aterrizó hoy a las seis y media de la mañana y dos horas más tarde llegué a mi deptito amado. Creí que el dichoso jet lag no me afectaría, pero sí lo hizo y me noqueó al filo del mediodía. En fin, ya estoy en casa y eso me hace feliz..., aunque con gusto me habría quedado más tiempo en medio de las esplendorosas calles parisinas.

sábado, 20 de septiembre de 2008

París, día 12 (Au revoir, belle ville)


Último día de este viaje a París que a pesar de todo se fue como agua. Así es esto. Todo se prepara con meses de antelación, los recursos se van ahorrando poco a poco, los planes se delínean con cuidado, se cuida cada detalle, se invierten (como rezaba un viejo lema publicitario) tiempo, dinero y esfuerzo y al final, cuando menos se da uno cuenta, el viaje se termina. Pero quedan los recuerdos -buenos y malos-, las vivencias, las conecencias, las memorias y París brinda ese tipo de cosas por millones; es una ciudad tan generosa, tan llena de luz y colores, tan espléndida que nada -y que nadie- logra opacar su influjo. Así pues, Paulina y yo dedicamos la mañana de hoy a dar un último paseo por la zona de los Campos Elíseos, donde almorzamos rico y pasamos a la FNAC, esa librería fantástica donde compré algunos títulos de autores franceses y tres discos compactos. A las tres pasó un taxi por nosotros al hotel Du Globe y cruzamos la ville de norte a sur en un recorrido que mucho tuvo de nostálgico y bello. El carro pasó por la Madeleine, por la Place de la Concorde, por el Sena, por Les Invalides, por Montparnasse y tomó rumbo hacia el aeropuerto de Orly, donde a las siete de la noche abordamos el avión de Iberia que nos condujo a Barajas, en Madrid. Permanecimos cuatro horas en esa central aérea, donde cenamos y adquirimos algunos recuerdos más. Por fin, subimos a la nave que nos conduciría a México en una larguísima travesía sobre el océano Atlántico. El viaje había llegado a su fin. No fue lo que yo esperaba, es cierto, pero las malas ondas no alcanzaron a dañar el disfrute, el placer, la alegría inmensa que me dio haber estado en la capital de Francia por segunda ocasión. El regreso será mucho antes de cuatro años, me lo he prometido. París se me ha convertido en adicción, en una segunda casa, habré de volver ahí más temprano que tarde.

viernes, 19 de septiembre de 2008

París, día 11 (De La Concergerie a una cena afable)


Por la mañana escribí y envié mi columna para Milenio Diario. Luego nos fuimos a La Sorbona pero no pudimos entrar, ya que entre semana está prohibida la entrada de turistas. Nos conformamos con tomarnos fotos a la entrada (como en la que se ve a Paulina sentada a los pies de la estatua de Auguste Compte, el padre del positivismo..., aunque ella fue tan negativista, je) y desayunar en un cafecito adjunto. De ahí, nos lanzamos a nuestro último recorrido del viaje por el Boulevard Saint Michel (cuánto me gusta caminar por ahí) y luego cruzamos hacia la Ile de la Cité, con el fin de conocer La Concergerie. Vaya lugar impactante. Un viejo castillo gótico que durante la Revolución Francesa sirvió como prisión para los más disímbolos personajes: desde Maria Antonieta hasta Robespierre (ambos estuvieron encerrados ahí antes de ser llevados a la guillotina). En la librería del lugar compré la biografía en francés de Marie Antoinette, por Stefan Zweig, y un par de curiosidades. Paulina adquirió una Declaración de los Derechos del Hombre (en francés también) para su hermano Óscar.

Salimos y nos fuimos a pie hasta el fabuloso y laberíntico Le Marais, hoy el barrio gay -y de la moda más exclusiva- y antes el barrio judío de París. Sus calles sinuosas son muy diferentes a las del resto de la ciudad, tanto así que el metro no cruza por dentro de sus límites. Quisimos entrar al Museo Picasso, pero estaba cerrado y nos "conformamos" con la casa de Víctor Hugo, frente a la preciosa y arbolada Place des Vosges (la foto en la cual aparezco aquí me la tomó Paulina en un parquecito cercano al museo picassiano). De ahí caminamos calle abajo (por la Rue des Francs Bourgeois y la Rue Rambouteau) hasta el Centro George Pompidou, para comer hot dogs a la francesa (con bagette), sentaditos en la explanada trasera del museo. Todo había transcurrido con una calma inédita y muy disfrutable. Regresamos a descansar al hotel y por la noche nos fuimos a la Torre Eiffel para subir a la misma, pero no pudimos hacerlo y optamos por un recorrido nocturno en un bateau mouche por el Sena. Fue muy bonito, a pesar de la seriedad de Paulina, quien no sonreía ni en defensa propia. Sin embargo, al final me dijo que le había encantado.

Eran cerca de las once de la noche y a esa hora tomamos el metro rumbo al extremo sur, a la zona de Ivry-sur-Seine, para cenar en la casa de mi sobrina Fernanda. Fue una cenita más que cordial y agradable. Estuvieron también Jean Marie, Sofía (amiga mexicana de Marifer y estudiante de La Sorbone) y su chavo Arnaud, Alice (la linda hermana de Jean Marie) y la pequeña Mathilde. Nos trataron de maravilla y cenamos muy rico. Salimos pasada la una de la mañana. Arnaud y Sofía (quienes viven en Neuilly-sur-Seine, cerca de Levallois Perret, nos dieron un aventón que cruzó de punta a punta la maravillosa urbe). Nos despedimos y nos pudimos dormir sin broncas o tensiones. Nada mal para nuestra última noche en el hotel Du Globe.

jueves, 18 de septiembre de 2008

París, día 10 (Del Louvre a Les Artistes)


Día incomún, insólito, inesperado después de los inmediatamente anteriores: día sin broncas interpersonales. Cinco horas en el Louvre y vimos si acaso la mitad. Pero valió mucho la pena, sobre todo en las salas de cultura egipcia (los sarcófagos, las esfinges, las estatuillas zoomorfas -gatos, cocodrilos, halcones, papiones sagrados-, los papiros), medieval (miniaturas increíbles, la espada de Carlomagno) y de pintura italiana. Vimos las tres obras obligadas: la Mona Lisa, la Venus de Milo y la Victoria de Samotracia. Cuando contemplábamos embelesados algunas esculturas italianas (Miguel Ángel hacía acto de presencia), el sonido local pidió el desalojo del museo sin especificar razones. Paulina se asustó y quiso salir de inmediato, Yo traté de calmarla y fue el único momento, digamos, de ligera desavenencia. Pronto vimos que se había tratado de una falsa alarma y se nos dijo que todo estaba en orden, por lo que seguimos nuestro recorrido por el gigantesco palacio e incluso ella me tomó una foto bajo el cuadro de Napoleón III (ver). Salimos a las cinco de la tarde. Larga caminata por la rive gauche del Sena para mirar los puestos de libros viejos y recuerdos. Comimos un hot dog francés (en realidad es una baguette con salchicha y queso fundido, buenísima), sentados en la explanada del Centro George Pompidou. Era otra Paulina, la misma que conocí desde el año pasado; nada que ver con la de ayer en la trattoria. Había que disfrutar el momento.

Ya en la noche, nos lanzamos hasta el metro Pasteur (línea 12), cerca de Montparnasse, en donde nos vimos con mi sobrina María Fernanda, su esposo Jean Marie y su pequeña hija Mathilde (ver foto). Nos llevaron a un restaurante cercano, de comida típica francesa, llamado Les Artistes. Fue una velada absolutamente disfrutable. El calor y simpatía de nuestros anfitriones fueron perfectos. La comida muy rica. El vino y la cerveza, deliciosos. Al final, nos dieron un aventón hasta nuestro hotel ¡y no hubo discusión antes de dormir! Ah, si todos los días del viaje hubieran sido como éste...

miércoles, 17 de septiembre de 2008

París, día 9 (De Richard Avedon a una cena nefasta)


Por la mañana fuimos al Centro George Pompidou, con el fin de regresar el teléfono chino que compró Paulina ayer. No hubo problema. De ahí al metro Tulleries para acudir a la galeria Jeu de Paume y ver la expo del fotógrafo neoyorquino Richard Avedon. Un portento. Si la exposición de Annie Leibovitz resultó espléndida, la de su maestro Avedon es una cosa impresionante. Desde las fotos de Marilyn Monroe, Charles Chaplin, los Beatles y Andy Warhol y su troupe de The Factory, hasta las que hizo a gente anónima del Medio Oeste estadounidense (las imágenes de los mineros son estrujantes), todas (incluidas las de las modelos de Harper's y otras revistas de modas) resultan fantásticas. Una muestra que valió muchísimo la pena visitar (ya la había yo programado desde que estaba en México). Salimos y caminamos hasta la Place de la Concorde para de ahí tomar los Champs Élysées y recorrerlos hasta el Arco del Triunfo. Hicimos algunas compras. Cansados, regresamos al hotel para tomar una siesta. Ya en la noche, acudimos a la trattoria cercana al hotel, la misma donde habíamos tenido aquella velada celestial el tercer día de nuestra estancia en París. La magia no se repitió. Por el contrario, resultó una cena nefasta. Para empezar, nos tocó una mesa en un rincón (mal signo) y lejos de la mayoría de los comensales que llenaban el lugar. Luego hubo un detalle nimio que a Paulina le pareció irritante. Trataba ella de explicarle algo en inglés a la guapísima mesera y se me ocurrió intervenir para explicarlo en francés, lo que bastó para que mi compañera -es un decir- de viaje enfureciera y me reclamara mi intromisión. Aquello fue suficiente para que me soltara una andanada de reclamos que llegaron al insulto disfrazado pero clarísimo. Obvio: la cena se echó a perder y fue muy poco disfrutable (y eso que la pizza estaba riquísima). Regresamos al hotel en silencio. La mala vibra podía tocarse.

martes, 16 de septiembre de 2008

París, día 8 (De L'Opera a los Champs Elysees)


Por la mañana escribí mi crónica para Milenio Diario sobre la ceremonia del Grito de Independencia y la envié. Luego fuimos a desayunar y a recoger la lámpara de Paulina con el anticuario. De ahí al metro Opera. Vimos por fuera la bellísima Academie Nationale de Musique y caminamos hasta los famosos y exclusivísimos almacenes Lafayette (sí, los mismos cuyo propietario es el ex suegro de Lady Di). Aunque todo ahí es carísimo y espectacular (o espectacularmente carísimo), ella se quiso comprar algunas cosas y yo hice lo mismo. Fueron cerca de tres horas en ese lugar. De ahí a pie a la cercana Plaza Vendome y luego a la preciosa Place de la Concorde, con sus fuentes y el Obelisco que se robó Napoleón de Egipto. Como es ahí donde empieza la Avenida de los Campos Elíseos (la de París, no la de Polanco), la recorrimos toda, con algunas escalas para comer crepas o entrar a algunos comercios.
Me compré una playera padrísima del Paris St. Germain en la tienda oficial de este equipo de La Ligue de futbol francés (no es el mejor cuadro, pero se trata del representativo parisino, así que...). La tarde era preciosa y transparente y pasamos un buen rato frente al Arco del Triunfo. Anochecía y nos metimos a una sucursal del Léon de Bruxelles, donde se comen las famosas moules (almejas). Pau se zampó un plato de moules al vino blanco y yo una carne no muy buena. Fue un rato por demás agradable. Todo parecía perfecto hasta ese momento.

Volvimos al Arc de Triomphe, ya de noche, y entramos al mismo para verlo por dentro y conocer la famosa llama votiva que en 1998, durante el Mundial de Francia, fue apagada por un mexicano que se orinó en ella (mon dieu!). Regreso al hotel. Llamé a México y hablé con mis hijos y con Rosa. Ya en nuestras respectivas camas, leíamos y nos disponíamos a dormir. ¿Al fin un día terso y sin broncas? Pues no. Hubo un súbito arranque paulino y la cosa se jodió antes de conciliar el sueño (¿para qué decir qué fue esta vez? Nadie podría creer el motivo del histérico mohín). Otra vez: mon dieu!

lunes, 15 de septiembre de 2008

París, día 7 (El Grito)


Mañana en un mercado de pulgas que resultó un fraude. Paulina había insistido mucho en buscar uno para comprar una lámpara antigua, pero el tal mercado, situado al norte de la ciudad, por la Porte de Clignancourt, más que de pulgas resultó de cucarachas (mal chiste), porque tenía cero antigüedades y sí muchos artículos chinos bastante chafitas. Era como un tianguis de ropa y objetos para turistas, aunque no había turistas. Igual llegamos muy temprano, porque casi no había clientela. Al final, ella se compró una chamarra de cuero y alguna otra cosita y yo unas gorras de “I love Paris” para regalar y una maleta muy barata (apenas nueve euros). Regresamos a dejar las cosas al hotel y al caminar por Levallois-Perret, dimos con una tienda de antigüedades de verdad. Allí la Pau consiguió al fin su lámpara. Es de cobre y tiene –según el anticuario- al menos ochenta años de vieja. Le costó como sesenta euros, pero funciona y sólo le hace falta una limpiadita. Ya como a las cuatro de la tarde, nos encontramos con mi sobrina María Fernanda frente a la catedral de Notre Dame, a fin de que me pasara la invitación que me había hecho llegar la embajada de México en Francia para que asistiéramos a la ceremonia del Grito de Independencia. Me dio mucho gusto volver a ver a Marifer, la hija de mi prima del mismo nombre, quien se casó en Toluca semanas atrás y cuya boda narré en este mismo blog (ver entrada de agosto 16). Llevaba con ella a su bebita, Mathilde. La invitación me desconcertó, ya que se refería a una recepción que se llevaría a cabo en la embajada mexicana ¡a las seis y media de la tarde! Nos extrañó, porque se supone que el Grito se da a las once de la noche. María Fernanda se fue a su casa (quedamos en vernos una noche próxima para cenar juntos) y nosotros decidimos llamar a la embajada. Hablé con una señorita, quien me explicó que habría dos recepciones para invitados (a las seis y media y a las ocho y media respectivamente) y que la ceremonia del Grito sería a las once, “para toda la comunidad mexicana”, en un salón llamado Equinox (me sonó a antro para teiboleras), cerca del metro Balard (línea 8). Como estábamos lejos del hotel (teníamos que cambiarnos de ropa) y faltaban escasas dos horas para la ceremonia a la cual estábamos invitados, optamos por ir mejor a la fiesta mexicana de la noche.

Así pues, encaminamos nuestros pasos al Centro George Pompidou, el extraordinario museo de arte contemporáneo situado junto a la estación Rambuteau de la línea 11. Hace cuatro años, no pude vistarlo y ahora me di cuenta de lo que me había perdido. Es una cosa fuera de serie, en su arquitectura y en la obra que se exhibe. Pintura, escultura, diseño, arte conceptual, en fin. Ahí conviven Miró, Picasso, Dalí, Duchamp, Matisse, Modigliani, Leger, Braque y un largo, larguísimo etcétera de artistas fundamentales del siglo veinte. Una gran visita y con poca gente alrededor, por fortuna (nada que ver con el gentío en Versalles). En la librería, compramos libros y carteles y en la tienda, yo me compré una taza de dos asas de diseño muy vanguardista (je) y ella un teléfono muy bonito y muy caro (en el metro, de regreso al hotel, descubrió que el aparatejo era made in China y decidió que lo devolvería al día siguiente… porque era chino). Ya en el Du Globe, nos arreglamos (Pau se puso muy guapa, con un lindo y elegante vestido negro) y nos lanzamos en metro hacia el famoso salón Equinox. Al trasbordar en Opera, mi compañera de viaje se dio cuenta de que venían muchos mexicanos a bordo y me lo hizo notar. Así era: había un buen número de chavos y chavas, muchos con sus playeras de la selección nacional de futbol, y pronto empezaron a echar desmadre.

Al llegar a Balard (lejísimos del centro), nos unimos a un grupo de estudiantes para llegar al lugar de nuestro destino. Pudimos platicar con gente de Guadalajara y Durango y con una francesita divina que había vivido un año en México y quiere regresar pronto. La entrada al salón se cobraba y aunque nos hicieron descuento, tuvimos que pagar quince euros por cabeza. Arribamos casi a las once y alcanzamos el Grito. Lo dio el embajador Carlos de Icaza. El salón estaba llenísimo (¿mil, dos mil personas?) y los vivas resonaron atronadores. Se cantó el Himno Nacional y el “Cielito lindo”. Para mí fue muy emotivo, emocionante. Para Paulina no. Cenamos unos tacos (malísimos y carísimos), cerveza y un dudoso guacamole. No llevábamos mucho dinero y decidimos salir pronto para alcanzar el metro (lo cierran a la una de la mañana). Afuera, le ofrecí mi brazo a Pau (hacía frío) y eso generó (por increíble que parezca) una disputa. Me dejó en claro que sólo me tomaría del brazo cuando ella quisiera. En fin. Todavía se metió a una cabina telefónica para llamar a su novio (coup de grâce…) y regresamos a Levallois-Perret en medio de un incómodo silencio. Fue un lunes con mal final.

domingo, 14 de septiembre de 2008

París, día 6 (Un domingo en Versalles)


Domingo parisino. Nos levantamos muy temprano y desayunamos en el cuarto (pan, yogurt, queso brie, jugo –artificial- de naranja). Con ciertos trabajos en los transbordos metro-RER, pero llegamos a Versalles al mediodía. Luego de hacer enormes y lentísimas colas (había un gentío bárbaro), como a las dos pudimos al fin tener acceso al gran palacio de los Luises.

Ciertamente se trata de un lugar suntuoso, pero la cantidad de turistas hacía complicado apreciar los cuadros, las esculturas, los muebles, la arquitectura. Fueron como dos horas ahí adentro. Luego decidimos entrar a los jardines (otro pago), donde había más parisinos que turistas (qué bueno) y realmente gozamos de tan espectacular e inmenso escenario. Fuentes, prados, estatuas y al fondo el lago artificial donde la gente va a remar, a tomar el sol y a darle de comer a los patos. La tarde era soledad y diáfana. Vaya vida que se daba la realeza gala.

Tomamos muchas fotos, nos tomamos otras cuantas y nos comimos un helado delicioso. Una niñita francesa se acercó a preguntarme algo y no saben qué criatura más divina. Amo a esas petite fillles maravillosas y dulcísimas (qué bonito hablan, mon dieu) que despiertan aún mi ilusión por tener una hijita.

Cansados pero contentos, salimos de Versalles para regresar en RER y bajar en la Tour Eiffel. Eran las seis de la tarde. Comimos en una deliciosa (aunque muy cara) brasserie cercana a la torre y regresamos a ésta, ya de noche, para fotografiarla iluminada en todo su esplendor nocturno. Finalmente, regresamos en metro (líneas 6, 2 y 3) al hotel. Escribí en mis notas de viaje: “A pesar de haber sido un día excelente, sigo extrañando sin embargo a la Pau de antes, a la Pau de siempre”.

sábado, 13 de septiembre de 2008

París, día 5 (Una expo y un cementerio)


Escribí en mi diario de viaje: "Cambio de hotel. Del D'Anjou al Du Globe, a escasa media cuadra pero a un millón de años luz de distancia en calidad, confort, limpieza, buen trato, ambiente y -además de todo- buen precio. Lástima que no estuvimos aquí desde un principio porque es una cosa preciosa y ¡a veinte euros menos por día! Los dueños son un amor (la mujer del D'Anjou era amable pero seca y poco cooperativa), los cuartos son de verdad cuartos (el otro era una cápsula asfixiante por su pequeñez). ¿Inconvenientes? No hay elevador (estamos en el cuarto piso) y no hay teléfono en la habitación (un problema para Paulina, porque su novio la llamaba todas las noches, aunque para mí...). Desayunamos una baguette (o sandwich, como le dicen aquí) en una banca, a las afueras del museo de Arts et Metiers, por el rumbo del Hotel de Ville, y luego caminamos mucho en busca de la exposición de Annie Leibovitz. Entramos a una tienda de ropa de mujer y le compré un abriguito a la Pau. Ella se compró un bolso muy loco. Por fin dimos con la Casa Europea de la Fotografía. La expo de la Leibovitz, estupenda. Además de sus fotos "posadas" con gente más que conocida (de Patti Smith a Demi Moore), había un recorrido narrativo, por medio de imágenes, con las historias paralelas de los últimos días de la escritora feminista Susan Sontag (amante de Annie) y del padre de la fotógrafa, hasta sus respectivas muertes (Sontag fue sometida a quimioterapias y hospitales, mientras que el señor Leibovitz prefirió sobrellevar la enfermedad y morir en su casa). El museo, muy bonito. Había poca gente al llegar nosotros, poco antes de las dos. Al salir, como a las tres y media, la fila para entrar daba vuelta hasta la calle.

De ahí, nos fuimos en metro (qué aliviane el metro, ya nos movemos por él como peces en el agua) hasta el cementerio de Pere Lachaise. Visita no del todo satisfactoria. Paulina se sentía presionada por dar con un internet para escribirle a su novio y además me dijo que no le gustan los panteones. No pude disfrutar la visita que resultó breve (una hora si acaso). Sólo vimos la tumba de Oscar Wilde (ver foto). El cementerio es enorme y bellísimo. Ni hablar. Salimos para buscar el internet. Dimos con uno cerca y ella pudo calmarse. Ya sin presiones (fue notorio su cambio), nos metimos a un restaurante de comida turca (delicioso). En seguida, nos lanzamos en metro al maravilloso boulevard Saint Michel (todo a sugerencia de Paulina, quien de pronto tiene también ocurrencias perfectas). En una brasserie nos tomamos un café express con pastel (y yo una cerveza además). Todo delicioso, sutil, elegante. Recuperé la dicha que en momentos se había perdido. Pasamos al súper que nos gustó desde un principio (Monoprix), donde compramos algunas cosas. Cansados pero al fin y al cabo contentos, regresamos al lindo Hotel du Globe, en Levallois-Perret. Caí como tabla. Estupendo día. "Las cosas van a mejorar a partir de hoy, lo sé". Eso escribí en mi diario de viaje.

viernes, 12 de septiembre de 2008

París, día 4 (De Eurodisney a Pigalle)


Por la mañana, fuimos al internet, donde escribí mi “Cámara húngara” para Milenio (“Cartas desde París 1”). Desayunamos de nueva cuenta en el Class’ Croutte y de ahí nos fuimos en el RER… ¡a Eurodisney! Sí, en este viaje de contrastes, Paulina y yo abarcamos toda clase de puntos. De hecho, cuando el proyecto iba cobrando forma, aún en México, la Pau me dijo un día: “¿… y vamos a ir a Eurodisney?”. Deseo cumplido.
El trayecto duró una hora y llegamos al lugar a la una de la tarde. Había dos opciones (a 49 euros el boleto): el parque de diversiones o los Estudios Disney. Como desde que llegamos, mi compañera de viaje vio en el metro un anuncio del nuevo espectáculo The Twilight Zone y éste se encontraba en la zona de los estudios, nos fuimos a éstos. Nos esperaban seis horas muy singulares.

Había mucha gente, pero no tanta como para sentirse abrumado. Buscamos la famosa Dimensión desconocida. Era un gran edificio "derruido", un supuesto hotel viejo como de película en blanco y negro de los años treinta (The Hollywood Tower Hotel). Unos tipos vestidos de "botones" recibían a la gente. Primero nos metieron, como a cien personas, en un saloncito donde nos explicaron que estábamos a punto de entrar a una zona prohibida, etcétera. Luego dividieron al grupo en dos partes. Nuestra mitad fue instalada en unas como gradas, pero se nos advirtió que teníamos que abrocharnos los cinturones de seguridad, cosa que hicimos. Uno de los “botones” nos dijo que no sabíamos en lo que nos habíamos metido, dio un paso atrás para dejarnos y unas puertas se cerraron. La oscuridad fue total y durante algunos segundos cundió el nerviosismo. No teníamos idea alguna de lo que sucedería (de hecho, habíamos pensado que se trataba de una especie de casa de los sustos). De pronto, sentimos un jalón muy fuerte hacia arriba y un súbito enfrenón. Las puertas se abrieron y vimos una proyección de fantasmas y no sé qué más. Otra vez se cerraron las mismas y esta vez el jalón hacia arriba fue horrible. Yo cerré los ojos y sentí que el estómago se me bajaba a los pies. La gente gritaba. Nueva frenada y las puertas se abrieron otra vez. La vista del parque era espectacular. Estábamos hasta arriba del edificio, como a ocho o diez pisos de altura. Todo se cerró y sobrevino lo peor: nos dejaron bajar en caída libre. Por Dios que nunca había sentido algo tan feo. Nada más cerré los ojos y mi mente quedó en blanco. La experiencia no duró más de dos minutos, pero pareció eterna.

Salimos de ahí llenos de risa nerviosa y con las piernas flojas. Paulina y yo somos más que miedosos para esta clase de juegos (desde chico, yo nunca me subía a uno solo) y tal vez fue eso, nuestra mutua cobardía al respecto, lo que hizo que entre los dos nos diéramos ánimos para entrar al jueguito. Salimos, pues, y entramos a otras atracciones más tranquilas. Sólo había otras dos que parecían vertiginosas: una que se llamaba algo así como Aerosmith Roller Coaster -que se veía gruesísima y que desechamos por completo- y un juego basado en la película de Nemo. Como vimos que en este último había formados niños, señoras y personas “de edad”, nos animamos a entrar. Craso error. Se trataba de unos carritos redondos para cuatro personas (dos y dos, espalda con espalda) que iban sobre unos rieles. En lugar de cinturón de seguridad, había unas barras que se debían apoyar en el estómago. Nos subimos pues, junto con una pareja. El carrito avanzó lentamente, se metió a una curva y aceleró de pronto. La visión era increíble, hay que decirlo, pues se supone que iba uno adentro del cardumen que aparece en la peli. Pero entonces empezamos a subir lentamente y adivinamos lo que nos aguardaba. Al llegar a la cumbre, se desató el vértigo. El carro se dejo ir por una pendiente, se levantó de lado (pensé que Pau caería sobre mí, mientras gritaba enloquecida) y de pronto dio un giro hacia atrás (el peor momento) y casi se puso de cabeza. Luego todo se calmó y llegamos al final del trayecto. Otra vez dos minutos que se convirtieron en una sucursal de la eternidad. Salimos más nerviosos que de la Twilight Zone y terminamos mirando un espectáculo de coches y motocicletas que duró casi una hora. Compramos recuerditos y abordamos el RER a las siete, para llegar al hotel una hora más tarde. La verdad, a pesar de las emociones a las cuales ninguno de los dos está acostumbrado, la pasamos muy bien y muy divertidos (digo, de chico nunca fui a Disneylandia por falta de recursos, así que…).

En el hotel sólo dejamos las cosas, para irnos en metro a la zona de Pigalle, pues Pau pretendía dar con un antro gay (¿más emociones fuertes?), “porque ahí no molestan a las mujeres”. Como yo había escuchado que la seguridad en París había disminuido en relación a la que existía hace cuatro años que estuve aquí, iba un tanto intranquilo, no por mí sino por ella. Salimos del metro y empezamos a caminar por un camellón. Paulina me tomó del brazo y al pasar frente a un grupo de hombres negros que me dieron mala espina, ella me soltó y me espetó que era yo "un fresa". Ante mi sorpresa, me dijo que había notado lo tenso que estaba, pues (juro que fue de manera inconsciente) le había apretado la mano con mi brazo. Se molestó y no cuento más porque no vale la pena ahondar en ello, pero no fue un momento agradable. Luego se calmó, pero yo estaba sacado de onda, ya no por los riesgos que pudiéramos correr (que en realidad eran casi nulos), sino por la sorpresiva reacción de mi acompañante. Seguimos el paseo (aunque ya no me tomó del brazo), vimos el famoso Moulin Rouge y varios antros más, pero ninguno gay. Incluso entramos a curiosear a una sex shop bastante chafita. Al final, nos metimos a un bar donde cenamos y bebimos cerveza y vino. La tensión entre ambos había desaparecido casi por completo, pero ya no era lo mismo (aunque le tomé la bellísima foto que adorna este segmento). Salimos, caminamos y entramos a otro bar, muy lleno, donde jóvenes parisinos y parisinas se divertían con un karaoke. Lo más divertido ahí fue una desinhibida gringa que cantó varias piezas. Salimos como a las doce y ya no buscamos más, pues nadie supo decirnos si había un bar gay como el que buscaba Paulina. Regresamos al hotel. En mi diario de viaje anoté: “No sé si me siento bien, a pesar de que me siento bien”.

jueves, 11 de septiembre de 2008

París, día 3 (Una jornada perfecta)


Por la mañana, acudimos a un internet más o menos cercano al hotel. Antes hablé con la dueña del mismo, para ver qué tanta probabilidad había de prolongar nuestra estancia hasta el sábado 20 (más valía malo por conocido que bueno por conocer, concluimos la noche anterior Pau y yo). No hubo de piña. La propietaria del D’Anjou me dijo que no existía posibilidad alguna y que teníamos que dejarlo el sábado antes de las once. Deberíamos buscar otro. Al salir del internet, llovía bastante tupido. Nos mojamos un poco, pero se quitó rápido. Paulina había visto otro hotelito a media cuadra, en la misma calle Louis Rouquier, y fuimos a ver si había cupo. Buena fortuna: el Hotel du Globe no sólo tenía un cuarto doble libre, sino que cobraba veinte euros menos por día que el otro. Además, al menos por fuera y en el pequeño lobby, era mucho más bonito. Apartamos la habitación por siete días. Ya el sábado la veríamos. Desayunamos en un Class’ Croutte (cadena de restaurancitos de precios bastante accesibles y buena comida). Todo rico. Paulina ya estaba mejor de la pancita y pudo comer bien. Incluso dio con un panecito dulce de Bordeaux que había buscado con ahínco desde el día anterior, aunque la decepcionó un poco.

De ahí, partimos hacia el inigualable Museo de Orsay. Fueron cinco horas de puro placer estético. Yo había estado ahí hace cuatro años y me dejó marcado. Por eso quería que ella lo conociera lo antes posible. Quedó fascinada. Cómo no, si todo ahí es belleza pura, desde la arquitectura de la construcción (fue una estación de trenes a principios del siglo pasado) hasta la gran sala escultórica que la preside (la cual incluye obras de Rodin) y todos sus salones y recovecos, sobre todo los que presentan a la mejor colección de arte impresionista del mundo. Ahí están –entre muchos otros- Manet, Toulousse Lautrec, Corot, Degas, Monet, Gauguin, Cézanne, Seurat, Daumier, Rousseau y por supuesto Renoir y Van Gogh. Es un banquete visual y emocional extraordinario. Me conmovió la sensibilidad de mi preciosa acompañante y me encantó su fascinación ante tanta riqueza artística.

Regresamos al hotel como a las ocho y fuimos a cenar a un restaurante italiano cercano: “La Trattoria”. Esa cena resultó uno de los momentos mágicos del viaje. Todo se conjuntó allí para producir un sentimiento de felicidad tal que no pude menos que decirle a Paulina que me sentía en el cielo. El ambiente de barrio francés del lugar, la comida (ensalada y pizza para compartir), la bebida (vino rojo, cerveza deliciosa), el buen trato del dueño y los meseros, la amabilidad de los otros parroquianos y la charla con Pau (y su compañía) sobre la experiencia vivida en el Orsay. Todo era tan perfecto que decidimos volver a cenar ahí otra noche, antes de regresar a México. Salimos a las diez y optamos por lanzarnos en metro para ver la torre Eiffel iluminada. Por desgracia, me equivoqué de estación (nos bajamos en “La Tour Maubourg” en lugar de en “Bir-Hakeim” y debimos caminar muchísimo para llegar). Cuando al fin lo hicimos, eran las once y cuarto y justo en ese momento la apagaron. Chin. Lo tomamos con filosofía sin embargo. El día había sido tan idílico que no valía la pena echarlo a perder con alguna contrariedad. Permanecimos un rato al pie de la torre, nos topamos con tres venezolanas muy platicadoras y regresamos en taxi al hotel. Al día siguiente nos esperaba un destino turístico radicalmente distinto.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

París, día 2 (El sueño materializado)


La nave tomó tierra en la capital francesa -en el puerto aéreo de Orly- a las nueve y pico de la mañana. Al fin estábamos en París. El sueño que juntos bordamos Paulina y yo desde noviembre de 2007 se había vuelto realidad, así fuese cuatro meses después de lo originalmente planeado (la idea inicial había sido la de ir en mayo pasado, pero sobrevino el crack de La Mosca y todo se vino abajo…, aunque sólo por algún tiempo). En Orly no hubo trámite alguno que hacer, salvo recoger el equipaje. Decidimos irnos a la ciudad en RER (línea B) y metro. Primer trasbordo en la estación "Denfert Rochereau", para tomar la línea 4. Al tratar de cruzar los torniquetes, pasábamos las maletas cuando sentí un golpe ligero en la cintura. Voltee sorprendido y vi a un tipo de aspecto hindú o paquistaní que se alejaba corriendo. Había tratado de sacarme la cartera, pero su torpeza lo impidió. Fue a pararse junto a un anuncio, al lado de un probable cómplice. Ambos se hicieron los disimulados. Ni un policía a la vista. Decidimos seguir adelante a pesar del sacón de onda. ¿Era acaso un presagio de lo que nos esperaba? No fue así por fortuna. Segundo trasbordo en "Reaumur-Sebastopol" para tomar la línea 3 y bajar en "Anatole France". De ahí, tres cuadras a pie para llegar al hotel D'Anjou, en la rue Louis Rouquier. Estábamos en la villa de Levallois-Perret, al noroeste de la ciudad, aunque administrativamente afuera de la misma. Como apenas eran las once de la mañana, no podíamos acceder a la habitación (el check in era hasta las dos de la tarde). Dejamos las cosas en el lobby y salimos a caminar un rato por la zona. Desayunamos baguettes y café en una patisserie atendida por dos mujeres (madre e hija) muy amables. De inmediato notamos el ambiente familiar y tranquilo de la zona donde estábamos, pues al negocio llegaba mucha gente a comprar pan. Cuando regresamos al lugar donde nos hospedaríamos, a la una de la tarde, cansados y sin bañar, nos dejaron tomar posesión del cuarto. El hotelito era muy estrecho y la alcoba peor. Las camas gemelas estaban pegadísimas y la alfombra tenía manchas. En el armario había un solo gancho para la ropa. El baño, sin embargo, estaba bastante decente. Nos conformamos. Luego de asearnos y descansar un poco, salimos por fin a iniciar oficialmente el viaje. Estábamos en la llamada (con cierta cursilería pero con absoluta veracidad) Ciudad Luz y era algo real. La estación de metro más cercana resultó ser "Louise Michel" (llamada así en honor de una militante anarco-comunista del siglo pasado que igual hasta fue mi pariente, ja), de la misma línea 3, y la tomamos como base para toda nuestra estancia.


El primer paseo fue a una de mis zonas favoritas del viaje que hice en 2004: el boulevard Saint Michel (estación "Odeon"). Avenida esplendorosa, la caminamos desde la fuente Saint Michel hasta los jardines de Luxemburgo. En el camino, Pau se compró un Red Bull en un súper (Monoprix) para reanimarse. Ya cargaba yo más de cincuenta horas sin dormir. Nos sentíamos felices sin embargo. Yo, la verdad, no cabía en mí. Pasamos antes a un internet (el mismo a donde acudía yo hace cuatro años), luego nos compramos una deliciosa crepa (¡en el mismo puesto de crepas a donde acudía yo hace cuatro años y con el mismo señor rubio que las prepara!) y nos fuimos a pasear a los maravillosos jardines. El pequeño lago con sus veleros a escala que navegaban al viento, la gente que caminaba, los niños que jugaban, el cielo azul y despejado, todo se conjugaba para brindarnos una bienvenida magnífica. No había una sola nube gris en el cielo (las hubo sólo a nuestra llegada, incluida una breve lluvia) y eso era un gran augurio. Regresamos por Saint Michel para que Paulina tuviera su primer encuentro con el Sena. Se emocionó muchísimo. Yo también, al volver a ver ese río mágico y evocador.


De ahí a la catedral de Notre Dame que vimos por fuera y por dentro. Se celebraba una misa y una voz angelical cantaba a Mozart o a Haydn o a alguien. Luego una larga caminata que nos llevó al Pont Neuf, a la diminuta y encantadora Place Dauphine y a las calles de Saint-Germain-des-Pres. Era París a plenitud y era verdadero. Estábamos ahí, los dos, tal cual lo habíamos imaginado diez meses antes. Como dicen los ingleses: a dream come true (permítaseme ser cursi). Cansados, cenamos en un restaurante de Saint Germain. Comida típica de Lyon que a mi compañera le cayó un poco indigesta. Regresamos al hotel en metro, desde la estación "Rue du bac" de la línea 12. Eran las diez de la noche. Ella estaba rendida y quizá por eso se dio un momento un tanto desagradable. Escribí en mi diario de viaje al respecto: “Pequeña desavenencia que me pone triste. Duermo un rato. Pau sale a hacer una llamada a su novio. Regresa. Me despierto. Hablamos. Dejo de estar triste. Nos dormimos. La amo”.

(Fotos: Paulina Chávez Vera)

martes, 9 de septiembre de 2008

París, día 1 (La partida)


No pude conciliar el sueño en toda la noche. Para cuando el taxi que me llevaría al aeropuerto pasó por mí, a las siete y media de la mañana, ya llevaba más de veinte horas sin dormir (y las que me faltaban). Llegué al aeropuerto a las ocho y media y esperé en los mostradores de Iberia a que arribara Paulina. Lo hizo al diez para las nueve, acompañada de su novio, a quien yo sólo había visto una vez, la noche en que la conocí, hace más de año y medio. Durante días temí a ese encuentro con él, mismo que imaginé lleno de tensión. Después de todo, me llevaba a su chava a París durante doce largos días. Sin embargo, resultó un momento anticlimático. El novio se limitó a dejarla conmigo y hasta nos dijo "que se diviertan". Ah, bueno. Ya solos, nos documentamos, desayunamos y aguardamos hasta las doce y cinco del mediodía para el despegue del avión. Fueron diez prolongadas horas de vuelo en las que no pude pegar los ojos (ya había yo acumulado cerca de treinta y seis horas sin dormir). Aterrizamos sin problemas en el aeropuerto de Barajas, en Madrid, a las cinco y veinte de la mañana hora de España. No dejamos de pensar en que, días atrás, ahí mismo hubo un terrible accidente aéreo y que en 1983, también en esa central aérea, otro accidente privó de la vida a Jorge Ibargüengoitia y a varios escritores iberoamericanos más. Todo tranquilo sin embargo. El aeropuerto es espectacular, laberíntico, gigantesco (ver foto). Sólo hubo tiempo para documentarnos, tomarnos un carísimo jugo de naranja natural y abordar el avión que nos llevaría a París. En Europa ya era 10 de septiembre.

(Foto: Paulina Chávez Vera)

lunes, 8 de septiembre de 2008

Atento aviso


Bueno, pues aquí nomás para notificarles que este blog suspende labores por unos días (mismos que serán debidamente recuperados uno por uno). Para quienes están preocupados por mi Mini Me, puedo decirles que se queda perfectamente acompañado y que no me va a extrañar en absoluto, tal como pueden ver en la foto. Au revoir!

domingo, 7 de septiembre de 2008

Bodorrio

-Se casaron Verito Maza y el gran Jatchen. Una espléndida pareja que se merece toda la felicidad. La boda (civil y con una juez medio regañona) fue en el depto del flamante matrimonio, en la Colonia del Valle. Ahí estuvimos todos los amigos de la famiglia más uno que otro colado. Fue todo muy emotivo y divertido. Conmigo fue L y la pasamos muy bien. Entre los presentes, aparte de la mamá, el hermano, las sobrinas y otros parientes directos de la Vero, estuvieron Fernando Rivera Calderón, Claudia Sánchez, Armando Vega Gil, Susana San José, Rafael Tonatiuh (con su linda novia), Martín Durán, Brenda Hernández, Eduardo Limón, Tacho, Elena Santibañez y su hija Amy, María José Cortés, Toño Ledezma, Lupita Rosas, Juan Alberto Vázquez y varias personas más. Rica comida, mucha bebida, canciones, música, risas, cariño. Todo lo mejor es lo que les deseo a Verónica y Jatchen (y feliz luna de miel en Los Cabos).


-Brenda Hernández, espléndida hacedora de objetos artesanales y de geniales pupetts, me llevó a la fiesta una muñequita que le encargué. Ahora mi Mini Me ya tiene a su Mini P (ver foto).

-La boda fue al mediodía y L y yo salimos de ahí a las siete y media. Una hora más tarde, vino a cenar mi amiga Yareni. La pasamos muy bien y además me hizo una buena y larga entrevista (de poco más de una hora) que pueden escuchar a partir de ya en el blog Productos varios (http://productos-varios.blogspot.com/). A ver qué les parece.

-Hoy domingo (ya sólo faltan dos días) hice la venta de los discos que quedaron la semana pasada y sólo vinieron tres personas, aunque las tres muy ilustres dentro del rock que se hace en México (el Dr. Fanatik, El Pollo Lagrava y Pinocho, el cantante de Los Estrambóticos). Nadie más vino y eso que los disquitos estaban a sólo diez pesos. Ya en la tarde, me fui a Tlalpan para visitar a mi mamá y a mi familia García Hellion. Con la primera estaban mi hermana Ivette, su esposo Antonio y su hijo Carlos. En la segunda, estuve con Rosa, Jan, Rosita, Dereck, Jazmín, Emiliano y Santiago. Volveré a verlos después del 21 de septiembre. Todo muy bien.

sábado, 6 de septiembre de 2008

Golpistas light*


Para derrocar a un presidente, se necesita un golpe de estado y otra cosita. Así ha sucedido a lo largo de la historia, en México y en el mundo. Victoriano Huerta derrocó a Francisco I. Madero mediante un coup d’état y una enorme villanía, la misma que tuvieron Pinochet, Videla y otros gorilas sudamericanos de los años setenta para derrumbar a los gobiernos democráticos que los precedieron e instaurar dictaduras sangrientas.
Yo ya no sé si cuando los pejistas proclaman que el presidente Calderón no va a terminar su mandato están anunciando un golpe de estado o nomás lo dicen de puro cotorreo. Digo, Andrés Manuel López Obrador, Manuel Camacho Solís, Porfirio Muñoz Ledo y otros preclaros miembros del FAP (Frente de Adoradores del Peje) llevan meses con amenazas –a veces veladas, otras veces abiertas- sobre un eventual derrocamiento del “espurio”. Aseguran que no terminará su periodo sexenal y hasta fantasean sobre quién lo reemplazará y convocará a nuevas elecciones que, por supuesto, habrán de llevar a Palacio Nacional y a la recámara de Benito Juárez al “presidente legítimo”. Al menos ese había sido su rollo mareador hasta esta semana, cuando Muñoz Ledo pretendió matizar las cosas y aclaró, cual vocero oficial, que lo que ellos quisieron decir no fue que buscaran derrocar a Felipe sino “solamente” sustituirlo. Como diría mi preciosa amiga Paulina: ¿… y qué más me cuentas?
¿O sea que ya se están echando para atrás? ¿O sea que ya se dieron cuenta de que sus balandronadas carecen del menor sustento popular? ¿Quién quiere un golpe de estado en México, así sea un golpe light? Nadie en su sano juicio. ¿Algún sector del ejército lo apoyaría? Lo dudo. ¿Lo darían las adelitas? Pues sólo que en un performance de Jesusa.
No sé para qué le hacen tanto al cuento. El presidente tiene que terminar su mandato y su sucesor debe ser elegido en el 2012. Ya los votantes decidiremos por mayoría quién será éste. Son las leyes de nuestra democracia. ¿Golpe de estado pejista? Ay, no marchen.

*Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara¨de Milenio Diario.

viernes, 5 de septiembre de 2008

Cuatro días...


... es lo que resta para emprender una nueva aventura en mi vida, una aventura soñada cuyas consecuencias espero sean muy positivas.

jueves, 4 de septiembre de 2008

Pocos pero bien portados


Esperaba casa llena, pero apenas se cubrió la mitad del cupo. La mayor parte de la gente que invité y que me aseguró que ahí estaría, falló de plano. Eso que no llovió (Tlaloc sigue amando a Los Pechos). No daré nombres de los ausentes, pero sí hubo un momento en que me sentí triste ante el desolador paisaje de mesas vacías de las diez de la noche. Le mandé a P -quien ya me había avisado que no iría- un mensaje para decirle lo bajoneado que me sentía y me contestó con palabras tan bonitas que me reanimó bastante. Arrancamos a las diez con cuarenta y ya el Ruta 61 se veía más llenito, más recuperado. Ahí estaban L, Letto, Sparta, Graciela y Miguel, Myrna, Adriana (quien grabó en video casi todo el concierto), Dharia, el buen Adrián López, mi queridísima Malena Rouge y algunos otros amigos, más público desconocido pero muy cálido, receptivo y entusiasta. La banda tocó muy bien, el sonido estuvo perfecto. El Sr. González no pudo acudir, pero tuvimos como invitada a la bella Dulce Chiang, quien cantó la parte en francés del tema que estrenamos: "Peut-etre", el cual agarró un beat muy criollo, muy a la Nueva Orleans, que me gustó mucho y a la gente también. Concierto con final feliz, gracias a todos los presentes. Fueron pocos, pero bien portados.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Dos mujeres


¿Eres hechicera o qué cosa? Es que cada vez me gustas más, cada vez me fascinas más, cada vez me embrujas más, cada vez te me metes más en cada poro de mi piel, cada vez me siento menos capaz de vivir sin ti y eso a pesar de que sé que eres un imposible, que perteneces a otro hogar, que estás con otro hombre y que es él quien te tiene a su lado la aplastante mayoría del tiempo. Mi futuro no es tan halagüeño contigo y eso duele. Pero vienen doce días que son como un gran paréntesis. Tal vez en ese periodo se aclaren muchas, muchísimas cosas... o se compliquen más.

Te vi al mediodía. La pasamos maravillosamente bien (me acompañaste a hacer unas compras y comimos juntos). ¿Irás mañana a mi tocada? Dices que sí. Ojalá.

Por la noche cené con otra de las mujeres entrañables, esenciales de mi vida. Conocí su hermoso y enorme apartamento en la Condesa. Me regaló un cocodrilo de peluche para mi colección. Cenamos en El Péndulo. Me dijo que irá mañana a mi concierto. Ojalá.

Dos mujeres a quienes adoro con toda el alma. Una fue, la otra es..., pero no sé si será.

martes, 2 de septiembre de 2008

Buena venta


Sábado y domingo vino una treintena de amigos. Entre todos se llevaron discos a precio de ganga. Gracias a quienes acudieron a la convocatoria (fue por una buena causa, je). En la foto aparezco con una de las compradoras, Lizbeth, quien me mandó la foto y me gustó para publicarla. Saludos a todos.

lunes, 1 de septiembre de 2008

Noche afrancesada con Los Pechos


Los Pechos Privilegiados vuelven al hoochie coochie bar "Ruta 61", en una noche en la cual el blues de pronto se entremezclará con la canción francesa, con el estreno mundial del tema “Peut être”. Será una velada de amigos, con amigos y para amigos, una sesión celebratoria para brindar con amor y camaradería.

La cita es este jueves 4 de septiembre, en punto de las nueve y media de la noche, en Baja California 281, casi esquina con Avenida Nuevo León, en la colonia Hipódromo Condesa.

Blues, rock, soul, funk y un pequeño toque de George Brassens mezclado con Edith Piaf.

Canciones originales en español, con el especial sabor de Los Pechos.

Los Pechos Privilegiados son:

Leyla Rangel: Voz y coros
Giuliana Vega: Voz y coros
María Emilia Martínez: Flauta
Rafael Herrera: Bajo
Demetrio García: Batería
Mauricio Mayén: Guitarra líder
Hugo García Michel: Voz, guitarra y armónica

Invitados especiales:

Dulce Chiang: voz
Hernán Pelusa: Armónica