lunes, 12 de enero de 2009

El cero y el infinito de Arthur Koestler*


Hay individuos que llegan al mundo con vocación de disidentes y que se oponen a cualquier cosa. Los hay quienes –por diversas circunstancias que les son impuestas por el destino- son disidentes toda su vida, aun a su pesar. No alcanzo a vislumbrar si Arthur Koestler (Budapest, 1905-Londres, 1983) pertenecía a alguna de estas dos clases de disidencia o a alguna otra toda suya, peculiar, personalísima. Lo que sí me queda claro es que el autor de esa novela impactante y terrible que es El cero y el infinito vivió cada día con una intensidad inaudita, intensidad que tal vez él mismo habría deseado un tanto menos pronunciada.
Nacido en el seno de una familia judía de buen nivel económico, Koestler –quien había vivido muy de cerca los estragos de la Primera Guerra Mundial y la caída del Imperio Austro-Húngaro y había llevado a cabo sus estudios universitarios en una Viena intensamente antisemita- se unió desde muy joven a un nebuloso movimiento sionista y para tratar de ser consecuente con sus ideas, a los veintidós años se marchó de Hungría para instalarse en Jerusalén. Sin embargo, no duró mucho en aquellas inhóspitas latitudes –su espíritu inquieto no encontró en el Cercano Oriente la suficiente estamina, como tampoco la congruencia en sus compañeros de ideología- y pronto regresó a Europa (primero a París, luego a Berlín), para convertirse en un periodista especializado en temas científicos (son célebres la entrevista que le hizo a Albert Einstein y el reportaje que realizó en el Ártico, a bordo del zepelín “Graf”) y empezar a interesarse en la revolución rusa y las ideas marxista-leninistas. Testigo y enemigo de la ascensión al poder del Partido Nacional Socialista –participó en combates callejeros contra los seguidores de Adolfo Hitler-, nada tuvo de raro que, llevado por su alma apasionada (y disidente), se afiliara al Partido Comunista de Alemania en 1931, para trabajar en los servicios propagandísticos del Komintern. Ahí conoció entre otros a camaradas como el futuro psicólogo y filósofo Wilhelm Reich, propugnador de la más radical revolución sexual.

Como militante comunista, en 1932 recorrió lleno de ilusiones la Unión Soviética, a fin de escribir un libro sobre el primer Plan Quinquenal, cuyo lema era “Alcanzar y superar a Occidente”. A pesar de la burocracia, la miseria y el hambre que aquel país vivía en esa época, Koestler, convencido ciegamente de las bondades del comunismo soviético, trataba de negar los graves problemas y buscaba justificarlos en aras del triunfo de una utópica justicia social que jamás llegaría.
Durante la guerra civil española, fue enviado por su organización política a Madrid para integrarse a los repúblicanos y, tal como lo narra en el tomo final de su autobiografía (tomo intitulado La escritura invisible), ser capturado por los franquistas. Condenado a muerte, se salvó gracias a un intercambio de prisioneros. No obstante, el escritor vio muchas cosas dentro de su bando que lo desconcertaron y comenzaron a decepcionarlo. Al mismo tiempo, mientras estuvo encarcelado experimentó una metamorfosis mística que lo llevó a replantear muchas de las bases de su propia visión del mundo.

Las experiencias vividas en la URSS y en España despertaron su espíritu autocrítico y lo metieron en un proceso de revision ideologica que culminó con su rompimiento con el Partido Comunista y lo convirtió en un gran cuestionador del stalinismo y sus métodos represores. Esto no significa, como muchos han considerado, que se volviera un hombre de derecha o que simpatizara con los enemigos históricos del sovietismo. Su disidencia se disparó en dos direcciones, como una flecha en el azul (título del primero tomo de su autobiografía), y si bien se convirtió en un severo crítico del llamado socialismo real, de igual forma puso en entredicho al capitalismo occidental.
Instalado en Gran Bretaña al término de la Segunda Guerra Mundial, Arthur Koestler se dedicó a escribir novelas (destacan Los gladiadores y Los convocados, aparte de la mencionada y antiestalinista El cero y el infinito y su autobiografía en cinco volúmenes que no tienen desperdicio) y ensayos científicos y religiosos (se convirtió al budismo). Apoyó campañas contra la pena de muerte y en favor de la eutanasia y el suicidio voluntario. En este ultimo tema, fue congruente hasta las últimas consecuencias: en 1983, se quitó la vida con una sobredosis de barbitúricos, junto con su tercera esposa, Cynthia Jefferies, en un claro pacto suicida. Koestler padecía mal de Parkinson y leucemia. A sus cincuenta y cinco años, ella estaba sana; sin embargo, quiso irse de esta vida con su marido de setenta y siete. Justo hace un cuarto de siglo.

*Publicado hoy en la sección "El ángel exterminador" de Milenio Diario.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Aunque me lea muy vulgar, no me importa AHUEVO!!!, una muestra más de la grandiosa diversidad libre que existe, cada quien hace sus nalgas lo que uno quiere, venga Don Hugo, les ha soltado una cachetada con fino guante blanco a todas esas personas de doble moral, represoras. Ánimo Don H. vamos por buen camino, los que nos detenemos a leerlo y usted que escribe en este glorioso espacio, mi intensión no es alimentarle el ego, pero honor a quien honor merece, chingon Don H, chingón.

Yoko.still.alone. dijo...

Don Hugo!!
¡Cuanto tiempo sin pasar a saludarle! Y no crea que por descuide, sino porque ando haciendo los movimientos para lanzarme a la UNAM y eso me tiene algo ajetreada, usted debe imginarse, pobre provinciana a punto de transladarse a la gran capital (jaja) Por lo visto no mucho ha cambiado, me alegra leer que su relación va de maravilla y como usted sabe, para mi siempre es un placer leerle, aunque disfruto más de sus columnas en el periódico, con cafecito y cigarrin incluido. Pronto andaré por allá, dudo que en las fechas de su venta de libros, pero probablemente en febrero me de una vuelta para saludarlo.

Le agradezco mucho su atención, muchos abrazos y besos desde Puebla.

Atte. Ana Pau

Walrus dijo...

Vaya que extraño que nadie haya comentado nada sobre éste personaje tan impresionante.

Me fascina leer historias sobre personas comprometidas, íntegras y coherentes con sus creencias sin llegar al fanatismo, que buscan la verdad y la justicia con razonamiento.

Es inspirador. Gracias Don H por exponer temas tan profundos sobre personas por demás interesantes, ojalá existieran muchas más personas con el espíritu inquisitivo (más no inquisidor como muchos compatriotas).

Quiza digan que soy un soñador pero no soy el único.

Su Satánica Majestad dijo...

a la gente así le suelen decir malinchista y traidora, cuando lo que hacen es formar su criterio a partir de haber probado de todo.

creo que es la postura más honesta que pueda existir. uno no es uno de una vez y para siempre: estamos sujetos al cambio.

lo que sí no me gusta son los que van y vienen. me gusta más la gente que se va para ir buscando cosas nuevas.

son mi ideal.