No sé quién
demonios era aquella Josefina que cada vez que llovía le quitaba el paraguas a
su hombre y lloraba bajo cualquier pretexto, pero sí sé quién es esa otra
Josefina que nació en el DF en 1961 (un año después de que “My Girl Josephine”
fuese un éxito en la radio) y que hoy es la candidata (bueno, para fines
legales aún precandidata) del Partido de Acción Nacional.
Josefina
Vázquez Mota ganó de calle la elección interna de su partido y, quiérase o no,
arriba a la contienda por la presidencia de la república con una fuerza
inesperada y el segundo lugar en las encuestas, todavía lejos de Enrique Peña
Nieto pero un poco por arriba de Andrés Manuel López Obrador.
Dicen los
que dicen saber que al final las elecciones se decantan entre dos adversarios y
que el tercero siempre queda rezagado y prácticamente eliminado de la
competencia. Yo no sé si eso vaya a suceder esta vez. De hecho, tengo mis
sospechas –más fundadas en la intuición que en algún dato duro– de que en esta ocasión no sucederá así y que los tres llegarán con considerable fuerza hasta el 1 de
julio.
A mí me cae
bien Josefina y la prefiero mil veces más que a Ernesto Cordero (aunque Peña
Nieto y López Obrador seguro hubieran preferido a éste como rival). Soy de los
indecisos que aún no optan por alguno de los tres (aunque sí sé que por uno de
ellos no votaré ni de loco), pero creo que la presencia de la panista le pondrá
sabor y colorido a las campañas. No sólo por ser mujer, sino porque se trata de
un personaje inusual en la política mexicana y más inusual aún dentro del PAN.
Si deja atrás cierta tiesura y explota su parte espontánea, si evita gritar en
sus discursos (su timbre de voz no le favorece cuando se vuelve estridente) y,
sobre todo, si logra desmarcarse del calderonismo, le veo serias posibilidades
de llegar a los Pinos. La cosa se puso interesante.
*Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario.
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