lunes, 27 de febrero de 2012

De Sergio González Rodríguez sobre "Matar por Ángela"

Entré y lo primero que vi fue una angelita: Julieta Venegas, su cabellera larga y su sonrisa de niña. La última vez que la vi estaba en la tina del baño, inmersa en el esplendor de su desnudez. Esa vez también aprendí que ella tiene en la parte interna del muslo izquierdo una huella de nacimiento que la diferencia de todo el género humano y también de su hermana gemela.
 Afuera de la tina, yo la miraba conmovido y ella me devolvía la mirada serena, expectante... desde la eternidad de la fotografía que le tomó su hermana para el número más reciente de la revista Luna Córnea. Julieta Venegas es mil veces mejor en persona que en imagen, como más adelante se sabrá.
 Aquello fue antenoche, cuando acudí a presentar la primera -y estupenda- novela Matar por Ángela de Hugo García Michel -también director de la revista roquera La Mosca- en la Cafrebrería El Péndulo, de Polanco. Una vieja broma de Víctor Roura en la sección cultural de El Financiero había inscrito -en un aviso de este acto literario- mi nombre así: "Sergio González Ramírez".
 Ahí estaba pues, "González Ramírez" en el primer piso de El Péndulo en busca del tiempo perdido, porque la novela Matar por Ángela, colinda con una parte decisiva de mi vida pretérita: habla de roqueros -claro, de los de ahora-, del mundillo de la prensa musical, de la fauna universitaria que consume ilusiones de izquierda y mordisquea libros, canciones, películas, del arquetipo contemporáneo de la muchacha libérrima de veintitantos, de los usos y abusos de semejante autonomía en los corazones y las braguetas de quienes la persiguen. Este último minidrama -el de los amores imposibles entre un hombre maduro y una muchacha- aparece a plenitud en una inmortal canción de José José titulada "Cuarenta y veinte".
 El público asistente procedió a tomar sus lugares, mientras "González Ramírez" se acercaba a saludar al director de Sansores & Aljure Editores, el mismísimo y gentil Jaime Aljure, quien me comenta que pronto lanzará una biografía de José Agustín. En ésas estábamos cuando Hugo me llama y me presenta a mi admirada Julieta Venegas: estoy a punto de -cual quinceañera histérica- saltar a la sección de discos, comprar su compact de nuevo y hacer que me otorgue un autógrafo en éste. Me contiene el recuerdo de Ángela.
 La novela de Hugo García Michel -que es un cuento amoroso y un cuadro crítico de costumbres-, tiene como línea básica las fatigas de un Humberto Gazca -periodista de rock- que insiste hasta el delirio en amar sin correspondencia alguna a una fotógrafa de veinticuatro años, emblema generacional de las mujeres de nuestro fin de siglo: reventada, sensible, implacable en sus apetitos que incluyen a todos menos a su enamorado incondicional, quien está dispuesto incluso a exterminar a sus competidores.
 Matar por Ángela despliega una diversidad de recursos narrativos que incluye diálogos ágiles, descripciones precisas, psicologismos contenidos -como debe ser-, alternancia de registros convencionales con giros extravagantes, aciertos de novela en clave, acertijos literarios, juegos de script fílmico y, sobre todo, una estrategia contundente de ironía, parodia, humor de primer nivel.
 Matar por Ángela es un artefacto múltiple que me parece la máxima cualidad de una novela. Como novelista, Hugo García Michel sabe establecer una interlocución de extremo respeto con el lector: logra insertarlo en su trama hasta que éste se rinde seducido por la fluidez de la novela, en que destaca, de principio a fin, una amenidad inteligente, un atributo muy distinto de la banalidad tan frecuente en las novelas de éxito. Prosigo y aludo también a que Hugo García Michel logró cerrar una brecha que siempre ha habido en los vínculos entre el rock y la literatura en México, la idea de que el vitalismo de esta música es una esfera aparte de lo intelectual. Matar por Ángela presenta un relato tan vitalista como culto, en el buen sentido de esta palabra: un producto intelectual y lúdico, porque me parece una novela envidiable y/ "¡Ya cállate, por favor!, me dije a mí mismo, ¡deja hablar a Julieta!" Terminé pues como pude.
 Armando Vega Gil prosiguió en su papel de presentador con claro alarde de tablas y Julieta fue breve y exacta: la novela es muy divertida, presenta un retrato interesante del medio roquero, como lectora se reconoció en las tribulaciones del personaje, no en las de ella, y contó el final. Matar a Julieta. Bajo la risa nerviosa de todos, el autor sudó más aún, Fedro Carlos Guillén -convulsivo- arrugó el texto que después leería para regocijo colectivo, Jaime Aljure hizo cuentas mentales de cuántos libros menos vendería por la indiscreción de Julieta y yo me limité a mirarla con una pregunta en los ojos: "¿Por qué lo hiciste?". Ella me devolvió la mirada, que incluía un mensaje secreto, luego sonrió y su encanto le valió el perdón comunitario. El mensaje era: "Siempre lo hago. Una diva es la dueña de todo principio y de todo final. No lo puedo evitar". Tan tan. Me sentí un Humberto Gazca a punto de caer en el abismo.

(Publicado en el suplemento cultural  "El ángel" del diario Reforma, el 28 de marzo de 1998).

1 comentario:

Anónimo dijo...

Compré este libro el verano pasado en una librería de viejo en la calle Donceles. Muy ameno y bien contada la historia