Afuera de la
tina, yo la miraba conmovido y ella me devolvía la mirada serena, expectante...
desde la eternidad de la fotografía que le tomó su hermana para el número más
reciente de la revista Luna Córnea. Julieta Venegas es mil veces mejor en
persona que en imagen, como más adelante se sabrá.
Aquello fue
antenoche, cuando acudí a presentar la primera -y estupenda- novela Matar por Ángela de Hugo García Michel -también director de la revista roquera La Mosca-
en la Cafrebrería El Péndulo, de Polanco. Una vieja broma de Víctor Roura en la
sección cultural de El Financiero había inscrito -en un aviso de este acto
literario- mi nombre así: "Sergio González Ramírez".
Ahí estaba
pues, "González Ramírez" en el primer piso de El Péndulo en busca del
tiempo perdido, porque la novela Matar por Ángela, colinda con una parte decisiva
de mi vida pretérita: habla de roqueros -claro, de los de ahora-, del mundillo
de la prensa musical, de la fauna universitaria que consume ilusiones de
izquierda y mordisquea libros, canciones, películas, del arquetipo
contemporáneo de la muchacha libérrima de veintitantos, de los usos y abusos de
semejante autonomía en los corazones y las braguetas de quienes la persiguen.
Este último minidrama -el de los amores imposibles entre un hombre maduro y una
muchacha- aparece a plenitud en una inmortal canción de José José titulada "Cuarenta y veinte".
El público
asistente procedió a tomar sus lugares, mientras "González Ramírez"
se acercaba a saludar al director de Sansores & Aljure Editores, el
mismísimo y gentil Jaime Aljure, quien me comenta que pronto lanzará una
biografía de José Agustín. En ésas estábamos cuando Hugo me llama y me presenta
a mi admirada Julieta Venegas: estoy a punto de -cual quinceañera histérica-
saltar a la sección de discos, comprar su compact de nuevo y hacer que me otorgue
un autógrafo en éste. Me contiene el recuerdo de Ángela.
La novela de
Hugo García Michel -que es un cuento amoroso y un cuadro crítico de
costumbres-, tiene como línea básica las fatigas de un Humberto Gazca
-periodista de rock- que insiste hasta el delirio en amar sin correspondencia
alguna a una fotógrafa de veinticuatro años, emblema generacional de las mujeres de
nuestro fin de siglo: reventada, sensible, implacable en sus apetitos que
incluyen a todos menos a su enamorado incondicional, quien está dispuesto
incluso a exterminar a sus competidores.
Matar por
Ángela despliega una diversidad de recursos narrativos que incluye diálogos
ágiles, descripciones precisas, psicologismos contenidos -como debe ser-,
alternancia de registros convencionales con giros extravagantes, aciertos de
novela en clave, acertijos literarios, juegos de script fílmico y, sobre todo,
una estrategia contundente de ironía, parodia, humor de primer nivel.
Matar por
Ángela es un artefacto múltiple que me parece la máxima cualidad de una
novela. Como novelista, Hugo García Michel sabe establecer una interlocución de
extremo respeto con el lector: logra insertarlo en su trama hasta que éste se
rinde seducido por la fluidez de la novela, en que destaca, de principio a fin,
una amenidad inteligente, un atributo muy distinto de la banalidad tan
frecuente en las novelas de éxito. Prosigo y aludo también a que Hugo García
Michel logró cerrar una brecha que siempre ha habido en los vínculos entre el
rock y la literatura en México, la idea de que el vitalismo de esta música es una
esfera aparte de lo intelectual. Matar por Ángela presenta un relato tan
vitalista como culto, en el buen sentido de esta palabra: un producto
intelectual y lúdico, porque me parece una novela envidiable y/ "¡Ya cállate,
por favor!, me dije a mí mismo, ¡deja hablar a Julieta!" Terminé pues como
pude.
Armando Vega
Gil prosiguió en su papel de presentador con claro alarde de tablas y Julieta
fue breve y exacta: la novela es muy divertida, presenta un retrato interesante
del medio roquero, como lectora se reconoció en las tribulaciones del
personaje, no en las de ella, y contó el final. Matar a Julieta. Bajo la risa
nerviosa de todos, el autor sudó más aún, Fedro Carlos Guillén -convulsivo-
arrugó el texto que después leería para regocijo colectivo, Jaime Aljure hizo
cuentas mentales de cuántos libros menos vendería por la indiscreción de
Julieta y yo me limité a mirarla con una pregunta en los ojos: "¿Por qué
lo hiciste?". Ella me devolvió la mirada, que incluía un mensaje secreto,
luego sonrió y su encanto le valió el perdón comunitario. El mensaje era:
"Siempre lo hago. Una diva es la dueña de todo principio y de todo final.
No lo puedo evitar". Tan tan. Me sentí un Humberto Gazca a punto de caer
en el abismo.
1 comentario:
Compré este libro el verano pasado en una librería de viejo en la calle Donceles. Muy ameno y bien contada la historia
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