Cuando supe que este número de Marvin tendría como tema
central los estados alterados, me alarmé un poco. ¿Qué significa tal cosa
de manera específica? En lo primero que pensé fue en la película Altered States
que dirigió en 1980 ese efectista y sobrevaloradísimo director británico que es
Ken Russell, con William Hurt en el papel de un científico que realiza diversos
experimentos para comprobar su teoría de que todos los estados de conciencia
son tan reales como la realidad de todos los días. Recuerdo haberla visto en un
video de formato Beta. La cinta es bastante alucinante (¿o será mejor decir
alucinada?), pero su tesis resulta tan barata como la mayor parte del cine de
Russell.
¿Cómo
abordar entonces, desde una perspectiva personal, el tema de los estados
alterados? No tenía idea. Porque, a decir verdad, muy pocas veces he vivido una
experiencia de ese tipo. Sí, debo confesarlo: soy un tipo de lo más fresa.
Podrán pensar que trato de curarme en salud, pero jamás he probado drogas
químicas o naturales, más allá de las cuatro o cinco veces en que a lo largo de
mi ya no tan corta vida llegué a fumar marihuana y de las cuales en dos no me
hizo efecto, en una se me cruzó con vino tinto (y más que entrar en un estado
alterado sentí que se me iba la vida, debido a una sensación horrorosa que
según algunos amigos expertos en el tema se conoce como la pálida) y en dos digamos que sí
me alteró el sentido de la realidad: la primera, a los catorce años –mi primera vez
con Juanita–, fue bastante placentera y me permitió descubrir a uno de los
grupos de rock que más amo: Traffic y su disco Last Exit de 1969. La segunda,
hará unos cuatro años, cuando después de aspirar junto con una amiga una pipita
con yerba, tuvimos la mala ocurrencia de ir al cine. Nos fuimos caminando y mi
percepción del tiempo se vio tan alterada que el recorrido de una cuadra me
pareció una eternidad. Luego, al entrar a la sala cinematográfica, la oscuridad
me resultó tan aplastante que me quedé paralizado y mi amiga tuvo que llevarme
del brazo hasta mi asiento, donde pasé la mitad de la función en la paranoia de
imaginar cómo demonios iba a regresar a mi casa al término de la función. No me
da vergüenza contarlo. Más vergüenza me provoca confesar cuál película fuimos a
ver esa tarde: la malísima Sex and the City. Les digo que soy un fresa.
Pero fuera
de eso, no sé lo que son la cocaína, las tachas, el peyote, los hongos, los
ácidos, el crack, etcétera. Tampoco me interesa saberlo, para ser sincero. Si a
eso le sumamos que por alguna extraña razón a mí el alcohol casi no se me sube,
por más que beba, pues tampoco sé lo que es un estado alterado debido a los
influjos etílicos.
Creo que mi
verdadero enfrentamiento con los estados alterados, más que con sustancias,
tiene que ver con eso que llamamos enamoramiento. El enamoramiento obsesivo sí
que me ha colocado en situaciones en las cuales mi conciencia ha sufrido un
grado de alteración tal que he sido el hombre más feliz del mundo (pocas veces)
o el más desdichado (muchísimas más). Esto se acentuó en forma patológica
cuando me volví shakespeareanemente celoso. No hablo de los celos “normales”
(si es que semejante cosa existe), sino de esos celos que se meten hasta los
huesos, devoran las entrañas, envenenan la mente, distorsionan la realidad y
convierten a nuestra vida en una sucursal del infierno. Uno entra entonces en un estado de alteración
brutal, en el que la paz interior brilla por su ausencia y el sosiego desaparece.
Lo peor es que los celos no sólo afectan al celoso, sino al objeto de su
“enamoramiento”, a quien se suele acosar de modo irracional.
Solemos
confundir al enamoramiento con el amor. Gran equivocación. Porque mientras el
amor es generoso y quiere la felicidad de la otra persona, el enamoramiento es
egoísta y sólo busca la felicidad propia, sin conseguirla casi jamás.
Hace cuando
menos cinco años que pude dejar de ser celoso (cómo lo hice, sería materia de
una columna entera). Pero sé bien que se trata de un estado alterado de
conciencia. Un muy mal estado. Seas fresa o no.
(Publicado este mes en mi columna "Bajo presupuesto" de la revista Marvin).
(Publicado este mes en mi columna "Bajo presupuesto" de la revista Marvin).
1 comentario:
que bueno que lo digas así, al menos yo pensé que eras más atrevido con las drogas de los años setentas y ochentas, y que al menos habías tenido una experiencia Psicodélica Floydiana y una mezcla de Vino y LSD al estilo de "Midnight Cowboy", pero que mejor que sigas escribiendo novelas y artículos periodísticos, lo haces muy bien. Felicidades!
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