miércoles, 12 de septiembre de 2012

Lo confieso: soy un fresa


Cuando supe que este número de Marvin tendría como tema central los estados alterados, me alarmé un poco. ¿Qué significa tal cosa de manera específica? En lo primero que pensé fue en la película Altered States que dirigió en 1980 ese efectista y sobrevaloradísimo director británico que es Ken Russell, con William Hurt en el papel de un científico que realiza diversos experimentos para comprobar su teoría de que todos los estados de conciencia son tan reales como la realidad de todos los días. Recuerdo haberla visto en un video de formato Beta. La cinta es bastante alucinante (¿o será mejor decir alucinada?), pero su tesis resulta tan barata como la mayor parte del cine de Russell.
  ¿Cómo abordar entonces, desde una perspectiva personal, el tema de los estados alterados? No tenía idea. Porque, a decir verdad, muy pocas veces he vivido una experiencia de ese tipo. Sí, debo confesarlo: soy un tipo de lo más fresa. Podrán pensar que trato de curarme en salud, pero jamás he probado drogas químicas o naturales, más allá de las cuatro o cinco veces en que a lo largo de mi ya no tan corta vida llegué a fumar marihuana y de las cuales en dos no me hizo efecto, en una se me cruzó con vino tinto (y más que entrar en un estado alterado sentí que se me iba la vida, debido a una sensación horrorosa que según algunos amigos expertos en el tema se conoce como la pálida) y en dos digamos que sí me alteró el sentido de la realidad: la primera, a los catorce años –mi primera vez con Juanita–, fue bastante placentera y me permitió descubrir a uno de los grupos de rock que más amo: Traffic y su disco Last Exit de 1969. La segunda, hará unos cuatro años, cuando después de aspirar junto con una amiga una pipita con yerba, tuvimos la mala ocurrencia de ir al cine. Nos fuimos caminando y mi percepción del tiempo se vio tan alterada que el recorrido de una cuadra me pareció una eternidad. Luego, al entrar a la sala cinematográfica, la oscuridad me resultó tan aplastante que me quedé paralizado y mi amiga tuvo que llevarme del brazo hasta mi asiento, donde pasé la mitad de la función en la paranoia de imaginar cómo demonios iba a regresar a mi casa al término de la función. No me da vergüenza contarlo. Más vergüenza me provoca confesar cuál película fuimos a ver esa tarde: la malísima Sex and the City. Les digo que soy un fresa.
  Pero fuera de eso, no sé lo que son la cocaína, las tachas, el peyote, los hongos, los ácidos, el crack, etcétera. Tampoco me interesa saberlo, para ser sincero. Si a eso le sumamos que por alguna extraña razón a mí el alcohol casi no se me sube, por más que beba, pues tampoco sé lo que es un estado alterado debido a los influjos etílicos.
  Creo que mi verdadero enfrentamiento con los estados alterados, más que con sustancias, tiene que ver con eso que llamamos enamoramiento. El enamoramiento obsesivo sí que me ha colocado en situaciones en las cuales mi conciencia ha sufrido un grado de alteración tal que he sido el hombre más feliz del mundo (pocas veces) o el más desdichado (muchísimas más). Esto se acentuó en forma patológica cuando me volví shakespeareanemente celoso. No hablo de los celos “normales” (si es que semejante cosa existe), sino de esos celos que se meten hasta los huesos, devoran las entrañas, envenenan la mente, distorsionan la realidad y convierten a nuestra vida en una sucursal del  infierno. Uno entra entonces en un estado de alteración brutal, en el que la paz interior brilla por su ausencia y el sosiego desaparece. Lo peor es que los celos no sólo afectan al celoso, sino al objeto de su “enamoramiento”, a quien se suele acosar de modo irracional.
  Solemos confundir al enamoramiento con el amor. Gran equivocación. Porque mientras el amor es generoso y quiere la felicidad de la otra persona, el enamoramiento es egoísta y sólo busca la felicidad propia, sin conseguirla casi jamás.
  Hace cuando menos cinco años que pude dejar de ser celoso (cómo lo hice, sería materia de una columna entera). Pero sé bien que se trata de un estado alterado de conciencia. Un muy mal estado. Seas fresa o no.

(Publicado este mes en mi columna "Bajo presupuesto" de la revista Marvin).

1 comentario:

Rodrigo Díaz López dijo...

que bueno que lo digas así, al menos yo pensé que eras más atrevido con las drogas de los años setentas y ochentas, y que al menos habías tenido una experiencia Psicodélica Floydiana y una mezcla de Vino y LSD al estilo de "Midnight Cowboy", pero que mejor que sigas escribiendo novelas y artículos periodísticos, lo haces muy bien. Felicidades!