1964 fue un año clave para la historia de la música popular en el orbe entero. Ese año, hace exactamente medio siglo, un cuarteto de rock proveniente de la ciudad de Liverpool, Inglaterra, viajó a los Estados Unidos para dar una serie de conciertos que causó furor y dio inicio a la que a mi modo de ver fue la revolución más importante del siglo pasado, una revolución que a lo largo de cinco años cambiaría la mentalidad y la concepción del mundo de buena parte de la humanidad. Fue una revolución que a la larga demostró ser más trascendente y profunda que las revoluciones violentas acontecidas en Rusia, China, Cuba y México, porque trastocó la conciencia del ser mucho más que la del tener. El pensamiento y la filosofía de hoy, nuestra manera actual de mirar las cosas, no serían posibles sin la sutil hondura transformadora de esa revolución a la vez callada y estruendosa, sigilosa y definitiva que vivió la sociedad occidental durante la segunda mitad de la década de los sesenta. Y todo comenzó en 1964, cuando los Beatles pusieron pie en el continente americano.
Con lo anterior no quiero decir que John Lennon, Paul McCartney, George Harrison y Ringo Starr hubiesen traído consigo esas ideas de cambio y revolución. Por supuesto que no. De hecho, en aquellos días se trataba de cuatro jóvenes bastante cándidos y hasta bobalicones que ni siquiera se daban cuenta de que eran la punta de lanza de un movimiento artístico y cultural que en los años siguientes iría permeándolo todo, para terminar con el puritanismo conservador de los años cuarenta y cincuenta, especialmente en el interior de la mayor potencia económica y militar del planeta. Los estadounidenses dejaron entrar a aquellos cuatro inglesitos greñudos, sin imaginar que iban a inocular el virus de la rebeldía, la inconformidad y la transformación superestructural. Con la llegada de los Beatles a Nueva York, daba inicio la invasión inglesa y con ella, el nacimiento de la contracultura.
No deja de resultar paradójico que los primeros himnos de aquel movimiento en ciernes fueran canciones tan inocuas como “She Loves You” y “I Wanna Hold Your Hand” o que algunos de los grupos británicos que siguieron a los Beatles resultaran tan vacuos como los Herman’s Hermits o los Dave Clark Five. Sin embargo, un poco más atrás venían otros músicos mucho más inteligentes y sustanciosos, la verdadera cara de lo que anunciaba el porvenir. Los Rolling Stones, los Kinks, los Yardbirds, los Animals y los Who, una pentalogía de magnífico rock que haría que la juventud no sólo de la Unión Americana sino de todo el mundo occidental se estremeciera por la fuerza de su música y sus letras y por lo que esto influiría en campos como la literatura, el cine, el teatro, las artes plásticas, la sexualidad, el consumo de drogas, la religión, la moda, la alimentación, la vida cotidiana y, por supuesto, la política.
Abrazados al rock, con los años llegarían el pacifismo, el ecologismo, el feminismo, el antirracismo, el vegetarianismo y un largo etcétera de ismos. Para horror de las buenas conciencias estadounidenses de la postguerra, el rock resultaría mucho más que una simple música y si a finales de los cincuenta habían conseguido apagar dentro de su territorio al malvado rock n’ roll de los Chuck Berry, Little Richard, Jerry Lee Lewis y el primer Elvis Presley, en 1964 no lograron impedir el arribo de la ola inglesa y su simiente profundamente evolucionaria y revolucionaria, aunque los cabecillas de dicha invasión no sospecharan ni por asomo lo que significaría eso que traían entre manos.
1964, pues, fue el año clave. Hace media centuria. El mundo estaba en plena guerra fría. John F. Kennedy había sido asesinado apenas unos meses antes. La juventud del mundo vivía en una especie de limbo, a pesar de que la revolución cubana llevaba ya un lustro de existencia. La figura del Che Guevara aún no se volvía mítica. Entre tanto, en México vivíamos la aparente tranquilidad del desarrollo estabilizador, con el PRI en el poder y Gustavo Díaz Ordaz en la presidencia, cuatro años antes del estallido estudiantil.
¿Quién iba a imaginar que la verdadera revolución cultural venía en un avión proveniente de Gran Bretaña y que tocó tierra en el aeropuerto de Nueva York a principios de 1964?
El peligro no estaba en Cuba, China o la Unión Soviética, sino en las inocentes canciones de los Beatles. Era la invasión inglesa. Quién lo iba a decir.
(Publicado este mes en la revista Nexos No. 433)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario