El pasado 21 de febrero, Fannie Kauffman, Vitola
, dejó de existir, a los ochenta y cuatro años de edad. Vayan las siguientes líneas como un sincero y humilde homenaje a la gran flaca.
Flaca. Flaquísima. Larguirucha y aflautada. Su cuerpo semejaba una letra
i latina y su rostro, de similares contornos alongados, era el complemento perfecto para hacer de aquella mujer una especie de dibujo animado con vida propia. Nariz grande, boca de labios delgados, quijada acentuada, ojos expresivos y desorbitados, facciones que conformaban a un rostro vivaz, delirante, colocado sobre un cuello grácil que mediaba entre unos hombros huesudos y puntiagudos. Bastaba mirarla para que la sonrisa apareciera en la cara del espectador; pero al oírla hablar y verla actuar, la sonrisa tornaba a risa y ésta a carcajada. Su vis cómica resultaba natural, congénita, inevitable. Era
Vitola, apodo que se convirtió en nombre propio, en marca de fábrica.
Vitola: la antimusa de
Tin Tan.
Vitola: la antidiva del cine nacional.
Vitola: la imposible cantante de ópera.
Vitola: la canadiense que se volvió cubana y más tarde mexicana.
Vitola: sinónimo de flacura al nivel del
Rocinante de
Don Quijote.
Flaca y sabrosa
Tal vez la escena más emblemática de esta singular actriz sea aquella en la que apareció por primera vez en la pantalla cinematográfica, al lado de Germán Valdés
Tin Tan. Corrían una hora y veintitrés minutos de
El rey del barrio (1949) de Gilberto Martínez Solares, estelarizada por el propio
Tin Tan y Silvia Pinal, cuando en una estrambótica secuencia, el personaje que interpretaba el cómico llegaba a una rica casona, ataviado de traje, bastón y bombín, con gran bigote y piocha postizos, mientras se hacía pasar por un profesor de canto de origen italiano. La dueña de la casa era una mujer millonaria y flaca como una vara:
La Nena. Con ceñido vestido de lentejuelas y grandes plumas en la cabeza, la mujer veía acentuada su alargada y esperpéntica silueta (“¡Qué bella, parece vela!”, le decía
Tin Tan en españitaliano). Sentada al piano, luego de que el maestro la había despojado de pulseras y collar “para que no le pesen al tocar”, empezaba a cantar un aria operística (“Sempre Libera”, de
La Traviata de Giuseppe Verdi), mientras el otro se burlaba de ella a sus espaldas (con risas de sorna que llevaban el compás de la música) y trataba vanamente de encontrar el momento propicio para golpearla en la cabeza. Luego él se sumaba a la pieza, en un dueto hilarante, e intercalaba en la letra la palabra “flaca”, a lo que ella respondía, sin perder la melodía y casi imperceptiblemente: “flaca y sabrosa”). Al final, ambos se enfrascaban en un enloquecido duelo de agudos que derivaba en literales cacaraqueos y en un fallido intento de ahorcamiento que
Tin Tan trataba de disimular con entusiastas exclamaciones: “¡Maravilloso, canta usted como un ruiseñor! ¡Es usted un canario! ¡Es usted un cenzontle! ¡Es usted un verdadero chichicuilote!”.
Todo culminaba de la manera más surreal, con ambos personajes bailando con fe un irresistible mambo.
Alias Fannie Kauffman
Vitola nació el 11 de abril de 1927, en Toronto, Canadá. Sus padres, los Kauffman Weiner, la bautizaron con el nombre de Fannie y al poco tiempo la familia emigró a La Habana, Cuba, donde viviría durante cerca de dos décadas. Fue ahí donde la pequeña comenzó su carrera artística. Empezó a estudiar canto a los ocho años, pues su sueño era convertirse en una diva de la ópera. También estudió danza clásica, pero pronto descubrió que le gustaba la actuación y debido a su natural simpatía, lo que más se le facilitaba era la comedia. En 1938, sus papás la llevaron a hacer una prueba para un nuevo programa de radio que se llamaría
La escuelita diaria. La talentosa chiquilla se quedó con el papel principal, al lado de dos famosos cómicos habaneros: Agapito y Timoteo.. Fue en esa emisión que ella adoptó el sobrenombre de
Vitola, que era una marca muy prestigiada de puros cubanos.
Todo parecía indicar que Fannie iniciaba una prometedora carrera en Cuba. Sin embargo, en 1946 sus progenitores decidieron mudarse a México.
Adelante, mi chiflido
Instalados en el Distrito Federal justo al inicio del sexenio alemanista, los Kauffman apoyaron a su hija para que siguiera en la carrera actoral, ya que la idea de ser cantante de ópera había sido desechada por la propia joven de diecinueve años, debido a que –según comentaría ella misma muchos años después- “por mi delgadez y mi cara, la gente se reía de mí; no por no saber cantar, sino por mis gesticulaciones que provocaban la carcajada”. Fue así como, en ese mismo 1946, pudo realizar un pequeño papel en la cinta de Ramón Peón
Se acabaron las mujeres, al lado de Miguel Bermejo y Rosita Fornés. El impacto de la delgadísima actriz en aquella gris película fue prácticamente nulo y prefirió refugiarse en los escenarios teatrales, mismos que le eran más familiares. Fue por ese entonces que contrajo matrimonio con el diplomático mexicano Humberto Elizondo Alardine, quien se enamoró de ella y la cortejó hasta llevarla al altar. Contaba
Vitola que una vez, al salir de una función, “(Humberto) me fue a ver al camerino y me dijo: ‘La invito a cenar’. ‘Pues vámonos, le respondí’. Era yo muy aventada. Luego nos seguimos viendo y viendo hasta que de pronto me afirmó: ‘Me quiero casar contigo’. Nos casamos y en seguida nació mi primer hijo (quien se convertiría en el actor Humberto Elizondo)”.
Tres años más tarde, mientras participaba en una obra cómica en el teatro Arbeu, alguien llegó de incógnito a verla. Ella no podía imaginar que mientras actuaba en el tablado, desde un palco era mirada por los ojos atentos de uno de los actores más populares del México de los años cuarenta. Al día siguiente, un representante de Germán Valdés, el famoso
Tin Tan, se presentaba ante
Vitola con el fin de ofrecerle un contrato para la próxima película del cómico. Era 1949 y la actriz quedó ligada al proyecto de
El rey del barrio, en el cual su personaje –la ya mencionada
Nena- se enamoraba de
Tin Tan (quien le ponía motes como
Libélula o
Mi chiflido), pero éste sólo la usaba para sacarle dinero (y decirle cosas como “qué diantre de lagartija tan avorazada y tan mal alimentada”) y luego la dejaba por su Carmelita (Silvia Pinal). Sin embargo,
Vitola –es decir,
La Nena- obtenía un premio: se casaba con
El Carnal Marcelo y procreaban a un par de gemelitos.
Envenenada con champán
En total, fueron veintidós las cintas en las cuales
Vitola alternó con
Tin Tan. De entre ellas, cabe destacar a algunas como
¡Ay amor, cómo me has puesto! (1950, en la que la actriz aparecía como una traficante embaucadora),
El vizconde de Montecristo (1954, en la que salía en el papel de asistente personal del vizconde) y
Los líos de Barba Azul (1954, en la que hacía de una cantante de ópera a quien su marido envenenaba con champán). También participó en otras películas tintanescas como
Viaje a la luna (1957),
El fantasma de la opereta (1959),
El tesoro del Rey Salomón (1962),
Tin Tan, el hombre mono (1962) e incluso en
Las tarántulas (1971), de la serie de filmes sobre
Chanoc en los que participó un Germán Valdés ya en decadencia.
Vitola formó parte del sólido equipo de actores y escritores que
Tin Tan mantuvo con él a lo largo de varios años, especialmente cuando colaboró con el realizador Gilberto Martínez Solares. Además de la actriz, en dicho
staff estaban también el actor y gran guionista Juan García
El Peralvillo, el actor y luchador Wolf Ruvinskis, el actor cómico Joaquín García
Borolas, el extraordinario actor enano René Ruiz Martínez
Tun Tun, así como Ramón Valdés (hermano del propio Germán) y, por supuesto, el entrañable Marcelo Chávez.
Más allá de Tin Tan
A pesar de su estrecha relación con
Tin Tan,
Vitola hizo una carrera que incluyó teatro, televisión y cine con otros directores y actores. Así, participó en cintas como
También de dolor se canta (1950) de René Cardona, al lado de Pedro Infante y Óscar Pulido, en la que daba vida a la esposa cómicamente histérica de éste y madre de aquél;
Miradas que matan (1954) de Fernando Cortés, al lado de Adalberto Martínez
Resortes, otro de sus grandes amigos de vida;
Club de señoritas (1955) de Gilberto Martínez Solares, con parte del equipo de
Tin Tan pero sin
Tin Tan (la estrella era Joaquín Pardavé);
El hombre de papel (1963) de Ismael Rodríguez, drama con Ignacio López Tarso en el que
Vitola interpretó a una madura prostituta;
Lola la Trailera (1983) de Raúl Fernández, con la inefable Rosa Gloria Chagoyán. La última cinta de las cerca de cuarenta en las cuales participó Fannie Kauffman fue la más bien lamentable
Metiche y encajoso (1989) de Alejandro Todd, al lado de Luis de Alba y Edna Bolkan.
Con tres matrimonios y tres divorcios a cuestas que le dieron cuatro hijos (los dos más jóvenes murieron en 1987),
Vitola decidió dejar la actuación por completo al cumplir los setenta y dos años, en 1997. Casi toda su fortuna (incluidas dos mansiones) la perdió en el
poker y al final sólo se quedó con una casa en la calle de Uxmal, en la colonia Narvarte, donde pasó sus últimos años. Ahora que ya no está, quedan sus películas y el grato recuerdo de una mujer que dio a la gente algo que muy pocos pueden darle: la posibilidad de reír.
Como diría
Tin Tan: ¡diantre de lagartija!
*Publicado esta semana en la revista
Milenio Semanal No. 593. De venta en puestos de periódicos y locales cerrados.