Lo suyo, lo suyo, era el rock industrial. Siempre lo fue. Un rock industrial duro y violento. A principios de los años noventa, el tipo se convirtió en una de las caras más visibles de este subgénero y su proyecto personal, Nine Inch Nails (NIN), fue desde entonces objeto de culto. Hasta que hace unos años conoció a la bellísima vocalista de origen filipino Mariqueen Maandig, la hizo su esposa, suavizó un poco su postura musical y demostró que lo suyo, lo suyo, era también el post industrial.
Hablo, claro está, de Trent Reznor, quien acaba de poner en circulación Welcome Oblivion (Columbia, 2013), un álbum asombroso de su nuevo proyecto, How to Destroy Angels, en el que comparte créditos con la propia Maandig y con el multiinstrumentista Atticus Ross.
How to Destroy Angels se presentó hace unos días en el festival Coachella. Debo confesar que cuando vi que cerraría la primera noche en el escenario principal, me pregunté por qué razón iba a hacerlo. Aún no tenía referencia alguna del grupo (esa noche un quinteto) y por curiosidad me dispuse a seguir su actuación por medio de la transmisión en directo de YouTube. Me quedé boquiabierto, por la propuesta musical y también por la propuesta visual: entre los cinco músicos y el público había una serie de telones semitransparentes en los cuales se proyectaban luces y figuras cambiantes, mientras el hipnótico sonido que salía de sintetizadores, cajas de ritmos y demás parafernalia electrónica servía como contexto sonoro a la voz de su cantante femenina y a la guitarra (y eventualmente la voz) de un tipo que me pareció conocido y a quien no tardé en identificar como Trent Reznor.
Welcome Oblivion es una obra maestra. Aparecido en marzo pasado, el álbum combina el sonido ya clásico de Reznor con un mayor sentido de la melodía, marco perfecto para la voz sensual, misteriosa, de pronto susurrante, de pronto estruendosa, de Mariqueen Maandig.
A sus casi cuarenta y ocho años (los cumplirá el próximo 17 de mayo), el líder de NIN no ha bajado la guardia. Sólo, quizá, la ha matizado un poco. Cosas del amor, probablemente.
(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" en la sección ¡hey! de Milenio Diario).
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