Según el equivalente al IFE de aquel país, Maduro ganó a su contrincante, Henrique Capriles, por menos de un punto, más o menos la misma distancia con que Felipe Calderón venció a Andrés Manuel López Obrador en México, en 2006. Tal como sucedió aquí hace poco más de seis años, cuando el candidato derrotado denunció fraude y exigió el recuento de los votos, hoy en aquella república bananariana el perdedor reclama lo mismo. Pero, ¿cuál es la reacción de los chavistas-maduristas mexicanos? Decir que las exigencias de Capriles son parte de un plan desestabilizador y golpista patrocinado por el imperialismo yanqui, etcétera. O sea…
Se trata de medir lo mismo pero con diferente rasero. Aunque las evidencias de una elección desigual y de un posible fraude son mucho mayores en la Venezuela de 2013 que en el México de 2006, nuestros fans de la triada cómico-mágico-musical conformada por Chávez, Maduro y los Castro no ven la paja en el ojo caraqueño y sí la ven en el de este lado. Como ya es costumbre, estamos de nuevo frente al jueguito de la doble moral que perdona todo lo que provenga de sus semejantes y condena todo lo que tenga que ver con sus adversarios. Dado que el locuaz (en todos los sentidos del término) Maduro (delirante personaje que habla con pajaritos) es “de izquierda” (ajá), se le perdona cualquier barbaridad y como el no menos acelerado Capriles es “de derecha”, hay que pegarle con todo.
A mí lo único que me sigue quedando claro, al observar lo que hoy sucede en los divididos y surreales pagos venezolanos, es que los mexicanos nos salvamos dos-veces-dos de padecer algo similar y eso me provoca, a decir verdad, un gran alivio.
En un año veremos dónde está Venezuela y dónde está México. Solamente hay que dar tiempo al tiempo.
(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario).
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