La había visto hace muchos años, no recuerdo si en la Cineteca o en video. El caso es que me acordaba de muy pocas cosas (de la música sí, porque tengo el soundtrack en CD) y de una u otra manera fue como si la viera por primera vez. Me gustó mucho, me divirtió enormidades. La película que para algunas personas resulta deprimente, me pareció por demás jocosa. Su sentido del humor sardónico la salva de caer en el drama y el dibujo de personajes es absolutamente delirante.
En realidad, como alguna vez apuntó el crítico Roger Ebert, Trainspotting (1996) es más una cinta sobre la amistad que sobre la drogadicción. La camaradería entre cuatro o cinco amigos impresentables pero que se necesitan, aunque la mayoría de las veces esa camaradería sea más perjudicial que benéfica, como más perjudiciales que benéficas resultan las familias de algunos de los protagonistas, inmersas en una hipócrita doble moral.
Las actuaciones son memorables, en especial por parte del protagonista principal, Mark Renton, interpretado por un muy joven Ewan McGregor, pero también por esos dos tipos que son Sick Boy (Johnny Lee Miller) y el demencial Begbie (un fantástico Robert Carlyle). Mención de honor también para la entonces debutante Kelly Macdonald, preciosa como la jovencita Diane.
Dirigida por Danny Boyle y basada en la novela homónima de Irvine Welsh (que ya conseguí y pienso leer en seguida, a pesar de la horrenda traducción gachupine style), Trainspotting se desarrolla en un Edimburgo un tanto hostil y en un Londres inhóspito para sujetos como Renton y compañía, para quienes no existe redención posible y parecen destinados a vivir de por vida pegados a las jeringas de heroína.
Un filme desesperanzador y, sin embargo, paradójicamente amable y ¿optimista?
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