Perteneció a la generación de cantatutoras que surgió a mediados de los años noventa del siglo pasado, en plena explosión del movimiento grunge. Una generación de grandes creadoras e intérpretes como Tori Amos, Ani Difranco, Alanis Morisette, Heather Nova, Tracy Chapman, Liz Phair, Aimee Mann, Jewel, Lisa Loeb, Cat Power, Paula Cole, Michelle Shocked, Natalie Merchant, Beth Orton, Sheryl Crow y aquella jovencita delgadísima y sensual, de mirada provocativa y voz más provocativa aún, quien con su disco debut detonó al rock de la época, a pesar de que al mismo tiempo varias de sus colegas produjeron álbumes tan buenos como el Dilate de Ani Difranco, el Boys for Pele de Tori Amos, el This Fire de Paula Cole, el Myra Lee de Cat Power, el Trailer Park de Beth Orton y el disco homónimo de Sheryl Crow. Todos de 1996.
Fiona Apple (Nueva York, 1978) grabó Tidal (Columbia Records) también en 1996, a los 18 años de edad, y no faltaron los críticos que la calificaron de inmadura y pretenciosa. Incluso hubo quienes pronosticaron una carrera efímera para la novel cantante, pianista y compositora.
A 20 años de haber visto la luz y con la perspectiva que da el tiempo, pienso que es hora de revalorar a éste, el álbum iniciático de una artista en todos los sentidos del término. Porque Tidal (“Marea”, en español) es una obra intensa y profunda, visceral y desafiante, un disco que muestra a una joven mujer vulnerable pero dura, tierna pero retadora, tan a la defensiva como a la ofensiva. “Soy una persona tan estúpida e increíblemente sensible que todo lo que me sucede lo experimento con demasiada intensidad”, decía Apple en aquellos días.
Al contrario de lo que afirmaban los críticos de hace dos décadas, lo que a mi modo de ver demuestra Fiona Apple en Tidal es una gran madurez como creadora y como persona. Las diez canciones que conforman el álbum poseen un poderío que con el tiempo se ha acrecentado y si bien hoy es una artista más hecha y sofisticada (como lo demuestran sus apenas tres álbumes posteriores a éste, los fabulosos When the Pawn Hits..., de 1999, Extraordinary Machine, de 2005, y The Idler Wheel, de 2012), lo que hace de Tidal un clásico es esa visceralidad, esa crudeza y ese austero minimalismo que lo recorren de principio a fin.
Desde “Sleep To Dream”, el estremecedor tema con el cual abre el disco, entendemos que no estamos ante una cantante más. Hay ahí una fuerza volcánica que hace que retiemble la tierra y nos obliga a no permanecer indiferentes ante esa música. La impresión se confirma, aunque en otro sentido, con el segundo corte. “Sullen Girl” es una canción tan bella como ominosa que, en medio de la hermosa melancolía de la música, narra con estremecedora poesía la terrible experiencia de Fiona cuando era adolescente y fue violada.
El álbum crece aún más con la extraordinaria “Shadowboxer”, uno de los momentos de mayor clímax en Tidal. Apple canta con una intensidad impresionante y su piano la acompaña con el beat exacto para expresar lo que ella quiere. Un gran tema, al igual que el sensacional “Criminal”, al cual algunos han definido como una de las canciones que mejor reflejan la angustia juvenil de los años noventa. Una absoluta maravilla que da paso al track con que virtualmente termina la primera parte del plato, “Slow Like Honey”, otro portento, una composición que coquetea cachondamente con un jazz blueseado. Sensualidad pura.
“The First Taste” es una canción que musicalmente se sale un poco del mood del disco, pero sólo en apariencia. Con un ritmo cercano al reggae, la melodía transcurre con una materialidad acuosa y un aire que hace recordar algunas interpretaciones de la nigeriana Sade. Por su lado, “Never Is a Promise” es otra de las joyas de Tidal, una pieza conmovedora de principio a fin que se habla de tú a tú con la belleza. La dialéctica que se produce entre la voz de la cantante, su piano, los coros y las cuerdas la convierten en una verdadera escalera al cielo.
Los tres cortes que cierran el disco mantienen el alto nivel del mismo. Desde la majestuosa atmósfera de “The Child Is Gone” al poético transcurrir minimal de “Pale September”, para culminar con la sorpresa de “Carrion” y su inesperado arreglo sin piano, en una melodía que Fiona Apple interpreta de un modo susurrante, acompañada por una guitarra, un bajo, cuerdas, xilófono y batería. Una manera tan extraña como suntuosa de terminar este espléndido trabajo.
(Publicado hoy en la sección "El ángel exterminador" de Milenio Diario)
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