Lo primero que habría que explicar a los viejos y nuevos entusiastas del comunismo y el marxismo (doctrina y filosofía que forman parte de un pasado ya superado por la humanidad), quienes se emocionan con el gobierno ruso encabezado por Vladimir Putin, es que don Vlad y su régimen nada tienen que ver con la Unión Soviética, la revolución de octubre de 1917, los bolcheviques, Lenin o el ejército rojo.
Sé que en el fondo existe una nostalgia romántica por la hoz y el martillo y que muchos de ellos aún suspiran por el socialismo de Estado de la vieja URSS y sus satélites, pero Putin es un capitalista contumaz, un mafioso multimillonario que de socialista tiene tanto como Donald Trump de intelectual. Sin embargo, como el hombre es ruso, los filocomunistas mexicanos se emocionan con él como si fuera el líder de la sublevación en El acorazado Potemkin.
Eso los excita y en su fantasía onanista ven a Andrés Manuel López Obrador y su camarilla más íntima, encabezada por quien Russia Today llama “nuestro hombre en México”, como la reencarnación en el país de un nuevo padrecito Stalin y su cohorte de comisarios y guardias rojos.
Mientras tanto, frente a las acusaciones de que Rusia apoya la candidatura del tabasqueño a la presidencia de la república, la consigna de éste y los suyos ha sido trivializarlas y burlarse de ellas (recuérdese lo del submarino o lo del “loro” de Moscú), para restarles importancia y hacerlas pasar como meras ocurrencias de lunáticos.
La realidad mundial más reciente desmiente que se trate de un mero chiste y en ello concuerdo con León Krauze y otros. La intervención rusa en las elecciones de algunos países es real –como lo apuntó incluso el secretario de Estado de E.U., Rex Tillerson, a su llegada a México este jueves– y la participación de Putin y sus servicios de inteligencia no es una burda invención “de la derecha”. Minimizarla y tomarla en tono de chacota es también una estrategia. Bien dice el refrán que la principal arma del diablo es hacernos creer que no existe. Y al canijo demonio le suele funcionar.
(Mi columna "Cámara húngara" de hoy en Milenio Diario)
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