lunes, 12 de febrero de 2018

¿Quién teme a Dorothy Parker?

“Tell him I was too fucking busy... or viceversa”.

Dorothy Parker


Es una leyenda. Lo fue también en su momento. Una leyenda viviente. Dorothy Parker. La narradora impecable. La cuentista provocadora. La poetisa irónica y desparpajada. La guionista filosa. La polemista implacable. La bohemia insaciable. La feminista inteligente. La progresista políticamente incorrecta. La escandalizadora de conciencias puritanas. La mujer libre. La alcohólica. La seductora. La mujer orgullosa. La mujer visceral. La mujer solidaria. La mujer vulnerable. La mujer triste. La mujer solitaria. Dorothy. Dorothy Parker.
  Muy pocos evocan hoy a esta escritora extraordinaria, sobre todo fuera de los círculos cultos –cada vez más escasos– de los Estados Unidos, su país natal.
  Literata precoz, amiga más que cercana de personajes que hicieron la historia del arte, de la literatura, del teatro y del cine en su nación natal, Parker dejó un legado que aún hoy no es del todo conocido, a pesar de su riqueza y profundidad.
  Nacida en Long Branch, Nueva Jersey, el 22 de agosto de 1893, Parker siempre se consideró una neoyorquina, ya que desde niña se mudó al Upper West Side de Manhattan, donde creció, estudió y desarrolló sus naturales talentos. De padre judío (su verdadero apellido paterno era Rothschild) y madre protestante, quedó huérfana a los trece años de edad y a partir de ese momento tuvo que valerse por sí misma.
  En 1914 logró vender su primer poema a la prestigiada revista Vanity Fair y un año más tarde fue contratada como asistente editorial por la no menos afamada revista Vogue. Tenía apenas 22 años y para ese entonces ya ostentaba el apellido Parker, debido a que había contraído matrimonio con un empleado de Wall Street llamado Edwin Parker II, quien pronto fue reclutado como soldado, al estallar la Primera Guerra Mundial. Ella decidió divorciarse entonces, pero conservó su nombre de casada.
  Al empezar a frecuentar los círculos literarios de Nueva York, entró en contacto con una serie de escritores y artistas varios, con quienes conformó un círculo de lectura y tertulia al que llamaron La mesa redonda de Algonquín, debido a que el grupo se reunía en el hotel del mismo nombre, en Manhattan. El círculo duraría diez años, de 1919 a 1929, y entre las muchas personalidades que formaron parte del mismo, además de Dorothy Parker, estaban las actrices Tallulah Bankhead y Peggy Wood, el dramaturgo Noël Coward, el editor del New Yorker Harold Ross, la feminista Ruth Hale y los geniales Groucho y Harpo Marx. Durante las reuniones se charlaba, se criticaba, se comía, se bebía, se jugaba al bridge y al póker, se leían avances de libros y de obras teatrales, pero también se daban relaciones de todo tipo entre sus miembros.
  Parker tenía un ingenio para los chistes, los chismes y los comentarios en voz alta que la hacía parecer heredera de Oscar Wilde y precursora de Truman Capote. Ácida y divertida, su lengua hacía reír a sus amigos y temer a quienes no caían de su gracia y lo mismo podía decirse de su pluma y su certera labor como crítica teatral en Vogue y New Yorker, donde también escribía poesía humorística:

“I like to have a martini
Two at the very most
After three I’m under the table
After four I’m under my host”.

El reconocimiento llegó muy pronto y su prestigio literario subió como la espuma a lo largo de dos décadas. Entre 1925 y 1940 publicó siete volúmenes de cuentos y poesía. Sus poemas satíricos fueron lo más apreciado en primera instancia, debido a su inteligencia y su filo, pero a la larga fueron sus cuentos los que cimentaron su bien ganada fama.
  A partir de las ejecuciones de los anarquistas italianos Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti, obreros inmigrantes condenados injustamente a la silla eléctrica por las autoridades estadounidenses, Dorothy se interesó por los derechos civiles y se convirtió en militante de diversas causas, entre ellas el feminismo y la lucha contra el naciente movimiento nazi.
  En 1934 se casó por segunda vez y se mudó a la ciudad de Los Ángeles, donde empezó a escribir guiones cinematográficos para los estudios de Hollywood. Cinco años más tarde, se involucró con grupos de apoyo a la República española y ello provocó que el FBI la investigara por su presunta afiliación al Partido Comunista. Por esos días, su mejor amiga era la novelista Lillian Hellman, esposa del célebre escritor de novela negra Dashiell Hammett (El halcón maltés, Cosecha roja), y los tres estuvieron en la lista negra del Comité de Actividades Antiamericanas que presidía el siniestro senador Joseph McCarthy (Hammett incluso fue encarcelado durante seis meses, por negarse a testificar ante el comité).
  Los últimos años de Dorothy Parker estuvieron signados por la depresión y la soledad. El alcohol había minado su capacidad creativa y sus textos eran vagos y erráticos. Había regresado a Nueva York y se había instalado en un viejo apartamento sin lujos. Sola, amargada y con la autoestima por los suelos, moriría de un infarto a los 73 años, el 7 de junio de 1967. En su testamento, había heredado todos sus bienes y sus regalías al movimiento del reverendo Martin Luther King, quien sería asesinado pocos meses después.
  Las cenizas de la escritora permanecerían sin ser reclamadas durante 17 años. Hoy se encuentran sepultadas en un cementerio de la ciudad de Baltimore, junto a una placa que reza:
  “Aquí yacen las cenizas de Dorothy Parker (1893-1967), humorista, escritora, crítica. Defensora de los derechos humanos y los derechos civiles. Para su epitafio, ella sugirió: ‘Disculpen mi polvo’. Esta tumba está dedicada a su noble espíritu, el cual celebra la unidad de la humanidad y la eterna amistad entre la gente judía y la gente negra. Asociación Nacional para el Avance de la Gente de Color. 28 de octubre de 1988”.
  Lea usted a Dorothy Parker.

(Artículo que me publicó el día de hoy el sitio Sugar & Spice)

No hay comentarios.: