Así se conocía en México, hace más de medio siglo, aquella serie clásica de misterio que en inglés se intitulaba The Twilight Zone y pasaba por la gloriosa televisión en blanco y negro. Había en esos años otras series del mismo corte, como Un paso al más allá y Rumbo a lo desconocido.
Como si se tratara de un dejá vù, los tres títulos parecen presagios de lo que nos espera a partir del próximo 1 de diciembre. Hemos dado un paso al más allá, vamos con rumbo a lo que no conocemos y nos espera una dimensión aterradoramente desconocida, aunque previsible.
Conforme se aproxima la fatal fecha, quien ocupará la silla presidencial da muestras de un creciente autoritarismo, una muestra de lo cual vimos con su tajante decisión de cancelar el proyecto del NAICM, apoyado en esa delirante farsa de consulta que todos atestiguamos. Andrés Manuel López Obrador ha puesto en claro que él es quien mandará en este país y que lo hará retrotrayendo algo que creíamos superado: el presidencialismo a la vieja usanza priista. En una extraña alegoría florifunambulesca, dijo que él no es un florero y que se hará lo que él determine, lo cual rubricó con su profunda y filosófica frase de “¡Me canso, ganzo!”.
Poco le han importado al presidente electo las consecuencias económicas y financieras de su temerario acto. Poco le ha interesado dejar sin empleo a 45 mil trabajadores que aún laboran en las obras de lo que sería el aeropuerto de Texcoco. Rodeado por su cohorte de septuagenarios (Alfonso Romo, Javier Jiménez Espriu y Juan Carlos Roibóo, a los que pronto se sumará el también veterano Sergio Samaniego, socio de Roibóo), López Obrador ha dejado atrás su discurso conciliador y parecería que su intención no es la de gobernar para todos los mexicanos, sino sólo para los que acaten sus designios y lo sigan sin chistar en el incierto camino que habrá de conducirnos a eso que sus fieles denominan la cuarta transformación, misma que imaginan llevará al tabasqueño al Olimpo de los broncíneos héroes de México, al lado de Benito Juárez, Francisco I. Madero y Lázaro Cárdenas.
Vamos directo a la dimensión desconocida y esta se vislumbra tan aterradora y escalofriante como los capítulos de la antigua serie televisiva.
Que Alfred Hitchcock nos agarre confesados.
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