lunes, 12 de noviembre de 2018
De sexagenarios a sexalescentes
Quienes hoy rondan los sesenta y setenta años viven de un modo tan distinto al de sus predecesores, que precisan un nuevo nombre.
Es una generación que ha echado fuera del idioma la palabra “sexagenario”, porque sencillamente no tiene entre sus planes actuales el hecho de envejecer. Se trata de una verdadera novedad demográfica parecida a la aparición en su momento, de la adolescencia”, denominación que surgió a mediados del siglo XX para dar identidad a una masa de niños desbordados en cuerpos creciditos, que no sabían hasta entonces dónde meterse ni cómo vestirse.
Este nuevo humano que hoy ronda los sesenta o setenta ha llevado una vida razonablemente satisfactoria. Son hombres y mujeres independientes que trabajan desde hace mucho tiempo y han logrado cambiar el significado tétrico que tanta literatura le dio durante décadas al concepto del trabajo. Lejos de las tristes y agobiantes oficinas, esta gente buscó y encontró hace mucho la actividad que más le gustaba y se ganó la vida con ello. Tal vez por por esto se sienten plenos y algunos ni sueñan con jubilarse.
Los que ya se han jubilado, disfrutan con plenitud de cada uno de sus días sin temores al ocio o a la soledad, crecen desde adentro en uno y en la otra. Disfrutan de la vida, porque después de años de trabajo, crianza de hijos, carencias, desvelos y sucesos fortuitos, bien vale mirar el mar con la mente vacía o ver volar una paloma desde su ventana.
Dentro de ese universo de personas saludables, curiosas y activas, la mujer tiene un papel rutilante. Ella trae décadas de experiencia de hacer su voluntad -cuando sus madres sólo podían obedecer- y de ocupar lugares en la sociedad que sus madres ni habrían soñado con ocupar. Esta mujer sexalescente pudo sobrevivir a la borrachera de poder que le dio el feminismo de los años sesenta; en aquellos momentos de su juventud en que los cambios eran tantos, pudo detenerse a reflexionar qué quería en realidad. Algunas se fueron a vivir solas, otras estudiaron carreras que siempre habían sido exclusivamente masculinas, otras eligieron tener hijos, otras eligieron no tenerlos. Fueron periodistas, atletas o crearon su propio “YO, S.A.”, pero cada una hizo su voluntad.
No fue un asunto fácil y todavía lo van diseñando cotidianamente, Pero algunas cosas ya pueden darse por sabidas: por ejemplo, que no son personas detenidas en el tiempo. La gente de sesenta o setenta, hombres y mujeres, maneja la computadora como si lo hubiera hecho toda la vida. Se escriben y se ven con los hijos que están lejos y hasta se olvidan del viejo teléfono para contactar a sus amigos y les escriben un e-mail con sus ideas y vivencias. Por lo general, están satisfechos de su estado civil y si no lo están, no se conforman y procuran cambiarlo. Raramente se deshacen en un llanto sentimental. Tienen más conciencia de disfrutar plenamente todo. A diferencia de los jóvenes, los sexalescentes conocen y ponderan todos los riesgos. Nadie se pone a llorar cuando pierde: sólo reflexiona, toma nota y a otra cosa.
La gente mayor comparte la devoción por la juventud y sus formas superlativas, casi insolentes, de belleza, pero no se sienten en retirada. Compiten de otra forma, cultivan su propio estilo. Ellos, los varones, no envidian la apariencia de jóvenes astros del deporte o de los que lucen un traje Armani, ni ellas, las mujeres, sueñan con tener la figura estilizada de una vedette. En lugar de eso, conocen la importancia de una mirada cómplice, una frase inteligente o una sonrisa iluminada por la experiencia.
Hoy, la gente de sesenta o setenta está estrenando una edad que todavía no tiene nombre. Antes, los de esa edad eran “viejos” y hoy ya no lo son. Hoy están plenos físicamente (con sus dignos achaques) e intelectualmente. Recuerdan la juventud sin nostalgias, porque la juventud también está llena de caídas y nostalgias y ellos lo saben. La gente de sesenta y setenta de hoy celebra el sol cada mañana y sonríe para sí misma muy a menudo.
Quizás por alguna razón secreta reservada a los sexalescentes del siglo XXI.
(El texto no es mío, pero estoy de acuerdo con todo lo que dice).
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