Nos encontramos a una semana exacta de que Andrés Manuel López Obrador tome posesión formal como presidente constitucional de los Estados Unidos Mexicanos. Y digo formal porque el tabasqueño, de hecho y en los hechos, tomó posesión desde el 1 de julio pasado, sin que el gobierno de Enrique Peña Nieto metiera las manos.
¿Se trata de que al fin la opción progresista y de izquierda llegó al poder, después de tantos años de lucha? ¿Estamos a punto de ver en Palacio Nacional a un primer mandatario demócrata, abierto a la modernidad y heredero de la tradición de los hombres de la Reforma, como Melchor Ocampo, Guillermo Prieto, Ignacio Ramírez y tantos otros integrantes del Partido Liberal del siglo XIX?
López Obrador ha insistido durante las últimas semanas en llamar a sus adversarios “los conservadores”, es decir, herederos de la ideología conservadora de los Lucas Alamán, Miguel Miramón, Tomas Mejía, Félix Zuloaga, etcétera. Recordemos que aquellos conservadores peleaban por un México centralista, en el que todo el poder estuviese concentrado en un gobierno fuerte y cerrado. Su pensamiento tenía un fuerte componente moralista, religioso y militarista. Eran los principales enemigos del federalismo. Y he aquí que aparece la paradoja.
Las propuestas de cambio que ha propuesto y está aplicando Morena, el partido que controla las cámaras de Diputados y Senadores, no van en absoluto en una dirección que nos recuerde los postulados del liberalismo decimonónico del que ese instituto político se siente heredero. Todo lo contrario. El poder en el obradorato tenderá a ser abiertamente centralista, con una idea religiosamente moralista de la convivencia social, con una fuerte presencia militar, con un control férreo de los medios estatales de comunicación y con una abierta tendencia a minar la autoderminación de los estados de la república y, con ello, a dinamitar el federalismo.
Ahí están los cambios legales que con inusitada prisa están realizando los legisladores morenistas, al más rancio estilo de lo que fue la aplanadora priista a lo largo de 70 años. Los llamados superdelegados, la Guardia Nacional, la concentración de poderes en el ejecutivo, la anunciada Constitución Moral, son tan sólo algunos ejemplos del conservadurismo político que podría conducirnos a largos años de autoritarismo y falta de libertades, muy destacadamente la libertad de expresión.
López Obrador suele aparecer públicamente con las figuras de Benito Juárez, Francisco I. Madero y Lázaro Cárdenas a sus espaldas. En aras de la congruencia, debería cambiarlas por las de Anastasio Bustamante, Porfirio Díaz y Manuel Ávila Camacho. Las de Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría y José López Portillo resultarían demasiado obvias.
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