El rumor empezó a correr en las redes sociales a la medianoche del domingo, hora de México. Un comunicado que según algunos provenía del sitio oficial de David Bowie anunciaba la “tranquila y pacífica muerte” del músico y pedía comprensión y respeto para su familia y su círculo cercano. De inmediato entré a la página www.davidbowie.com y no encontré información alguna al respecto, por lo que pensé que se trataba de una de esas noticias falsas que suelen aparecer en la red y preferí tener prudencia. Por desgracia no fue así. Poco a poco, medios como la BBC, The New York Times, The Guardian, El País y otros empezaron a difundir la mala nueva, la cual fue finalmente confirmada en Twitter por Duncan Jones, hijo del autor de “Space Oddity” y “Ashes to Ashes”: David Bowie había muerto de cáncer, a los 69 años de edad (los cumplió apenas este 8 de enero, pues nació en Brixton, Inglaterra, en 1947).
Todo muerte es inoportuna, pero hay unas más inoportunas que otras y esta es una de ellas. Apenas la semana pasada había aparecido Blackstar, el nuevo álbum de Bowie, después de que en 2013 publicara The Next Day, luego de una década exacta de ausencia discográfica (su anterior plato, Reality, se editó en 2003). Nadie imaginó, fuera de sus familiares y de sus amistades más próximas, que Blackstar sería el opus final del multifacético británico. Por el contrario, se trataba de un motivo de celebración. Posiblemente él también lo celebró, con levedad, debilitado por la enfermedad y a sabiendas de que sería su trabajo postrero.
Blackstar es una obra fina, de escasos 41 minutos de duración, con apenas siete cortes en los que el rock y el jazz se dan la mano para ofrecer un manjar exquisito y diferente, con canciones tan buenas como “’Tis a Pity She Was a Whore”, “Sue (Or in a Season of Crime)”, “Girl Loves Me”, “I Can’t Give Everything Away”, “·Dollar Days”, la homónima “Blackstar” y la intensísima y densa “Lazarus”. Es un disco plenamente boweyano y por tanto plenamente experimental, con un uso primordial y fantástico de los metales, en especial del saxofón, el primer instrumento que David Jones (su verdadero nombre) aprendió a tocar. Un álbum digno de servir como colofón a una carrera impresionante, en la que la música y la imagen fueron siempre primordiales.
Como es más que sabido, las transformaciones musicales de este singular artista (y digo artista en la exacta acepción de la palabra) estuvieron siempre aparejadas con sus cambios de apariencia, los cuales muchas veces adquirieron el grado de personajes perfectamente definidos y diferenciados de su propio creador. Algunos de ellos fueron tan fuertes, no sólo en su estética sino incluso en sus rasgos interiores, que Bowie llegó a estar literalmente poseído por ellos (el caso del extraterrestre Ziggy Stardust es muy revelador y sintomático al respecto). Esta especie de esquizofrenia artística definió buena parte de su carrera y le permitió desarrollarse como uno de los compositores e intérpretes más originales e importantes en la historia del rock.
Desde sus inicios musicales, a mediados de los años sesenta, hasta la aparición del ya referido Blackstar, Bowie supo reinventarse de manera constante; tal vez no siempre de la mejor manera, pero cada vez con una intención propositiva y revolucionaria, incluso cuando revisaba su pasado.
Álbumes como Hunky Dory (1971), The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars (1972, para muchos su obra magna), Aladdin Sane (1973), su trilogía berlinesa de 1976-77 (compuesta por Lodger, Low y Heroes), Scary Monsters (1980), Let’s Dance (1983) y Heathen (2002) o canciones como “Changes”, “Life on Mars?”, “Rebel Rebel”, “Starman”, “The Jean Genie”, “Rock ‘n’ Roll Suicide”, “Sound and Vision” y “The Man Who Sold the World”, entre muchas otras, dejan constancia de su genio y son una herencia inmortal para las generaciones actuales y futuras.
Retador y desafiante, convulsivo y compulsivo, enemigo de los convencionalismos pero al mismo tiempo elegante y sibarita, el eclecticismo de Bowie le permitió trabajar dentro de los más diversos géneros y mantenerse todo el tiempo no sólo dentro de la vanguardia sino marcando, en infinidad de ocasiones, la dirección a seguir de dicha vanguardia.
Pocos como él para sobrevivir a las tormentas que suele desatar el súper estrellato del rock y llegar al final de sus días en medio de una plenitud creativa admirable y una visión de las cosas tan serena como lo reflejan las obras discográficas que produjo en los primeros años del presente siglo.
La historia de David Bowie fue y sigue siendo la historia no de un alienígena, sino de un ser humano excepcional en sus virtudes y sus defectos. De un genio, pues.
(Publicado en el sitio Acordes y desacordes que coordino para la página de la revista Nexos)
1 comentario:
Simplemente único, él. Se lo extrañará muchísimo.
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